SEIS MESES DESPUÉS.
En momentos como éste, Hwang Hyunjin odiaba su empleo. Ser el Jefe de Medicina Deportiva en un renombrado club de la Premier League podía ser prestigioso, pero mientras miraba la pantalla de su computadora, luchando por recordar la lesión de algún futbolista adolescente que ya no jugaba para el club, odiaba su trabajo.
Si hubiera sabido cuánto de su tiempo gastaría tras un escritorio mientras llenaba papeleo, Hyunjin lo habría pensado dos veces cuando la junta directiva del Chelsea le ofreció la promoción hace un año.
El teléfono sonó. Con sus ojos todavía en la pantalla del ordenador, Hyunjin contestó.
—Rosé, te pedí que no me interrumpieras…
—Lo sé. —su secretaria dijo y bajó la voz— Pero tu chico está aquí.
Hyunjin miró hacia la puerta.
—No sé de quién estás hablando.
No necesitaba ver a Rosé para saber que estaba rodando sus ojos.
—Uno setenta y cuatro, pelo rubio ceniza, adorables ojos verdes, y un temperamento terrible… Jeonginnie… Yang Jeongin. ¿Te suena?
—Te has vuelto descarada, Hyu. —le dijo Hyunjin.
—¿Yo? Nunca. ¿Puedo dejarlo entrar, por favor? Me está provocando dolor de cabeza. No parece entender que no puede entrar a tu oficina cuando él quiera.
Hyunjin no pudo evitar una sonrisa. Eso sonaba como Jeongin.
—¿No le has dicho que estoy ocupado?
—Lo hice. ¿Y sabes que dijo él? “Pero soy yo”. Como si las reglas no aplicaran para él. —ella no podía contener el disgusto fuera de su voz.
La sonrisa de Hyunjin desapareció.
—Suficiente, Rosé. Déjalo entrar. —Hyunjin colgó, su ánimo tornándose ácido.
Él sabía que Rosé tenía buenas intenciones. Ella era solo un poco sobreprotectora con él y nunca le había gustado Jeongin. Para ser justos, Jeongin no era todo sol y arcoíris; él podía ser un poco idiota con la gente que no le importaba, que era la mayoría de la gente, pero era ferozmente leal a aquellos pocos que le importaban.
La puerta se abrió y Jeongin entró en la habitación, vestido con su conjunto azul de entrenar. Él se dejó caer en la silla grande al otro lado del escritorio de Hyunjin.
—¿No se supone que deberías estar entrenando? —preguntó Hyunjin.
Jeongin podía ser una de las estrellas del equipo, pero incluso él no podía salir del entrenamiento sin una buena razón.
—Sí. —él dijo.
—¿Estás lastimado?
Jeongin atrapó su labio inferior con sus dientes.
—Mi espalda baja todavía me duele un poco después del golpe que recibí la semana pasada. Necesito un masaje.
Hyunjin lo estudió por un momento. Conocía al cuerpo de Jeongin mejor que al suyo propio y atestiguaba que el dolor estaba ausente, lo que significaba que Jeongin simplemente quería un masaje. Y por lo general deseaba un masaje cuando quería consuelo pero nunca lo admitiría.
—Kihyun es el kinesiólogo de turno en éste momento. —Hyunjin dijo suavemente— Pídeselo. —Jeongin frunció el ceño y Hyunjin soltó una carcajada— Te das cuenta que ya no soy tu kinesiólogo, ¿cierto?
Jeongin esbozó una sonrisa.
—¿Qué? ¿Ahora eres demasiado importante como para dar una simple masaje?
—Precisamente. —Hyunjin se puso de pie y se dirigió al cuarto de examen contiguo— Está bien, vamos. Tira la camisa y súbete a la camilla.
Para el momento en que él hizo aparecer una botella de aceite para masajes, Jeongin ya estaba en la camilla. Hyunjin trabajó el aceite sobre sus palmas y lo extendió sobre la espalda de Jeongin, deslizándolas sobre las curvas de sus omóplatos con una practicada eficiencia. Con un suspiro de satisfacción, Jeongin se relajó.
Hyunjin se concentró en trabajar en los nudos, tratando de ignorar la impecable piel pálida que estaba tocando. La espalda de Jeongin era fuerte y delgada, con músculos bien tonificados. La mirada de Hyunjin viajó por la graciosa curva de la espalda de Jeongin al culo respingón vestido solo con unos delgados pantalones cortos azules.
Apretando la mandíbula, Hyunjin apartó la vista y se aclaró la garganta.
—Entonces, ¿Qué te tiene de mal humor?
Jeongin se tensó un poco antes de relajarse lentamente de nuevo mientras Hyunjin masajeaba su espalda baja.
—El entrenador quiere pasarme al ala derecha.
Las cejas de Hyunjin se fruncieron. Jeongin era uno de los mejores extremos en Europa, pero era de conocimiento popular que él se sentía incómodo jugando en el ala derecha. Él siempre jugó a la izquierda. Siempre.
—¿Por qué?
—¿Por qué crees? —Jeongin dijo, con amargura— Por el “Niño de Oro”.
Hyunjin sonrió un poco.
—Él es tu hermano, Jeonginnie.
—No, no lo es. No estamos emparentados por sangre.
—Eso no importa. —dijo Hyunjin.
—Dile eso a él. Él es el que constantemente le recuerda a la prensa que él es Inglés, mientras que yo soy francés, o Coreano, o lo que más le convenga.
Hyunjin sacudió la cabeza para sí mismo. Él nunca había entendido la rivalidad feroz entre Jeongin y su hermano adoptivo, Seungmin.
Ellos eran de la misma edad, ambos huérfanos, ambos amaban el fútbol y ambos eran increíblemente talentosos, pero no podían soportarse el uno al otro. Tal vez el problema era que Jeongin y Seungmin no habían vivido como hermanos por mucho tiempo: sus padres adoptivos, los Yang, habían muerto cuando tenían nueve años y habían sido dejados al cuidado de familiares lejanos que no querían particularmente criar a dos niños difíciles que ni siquiera estaban relacionados con ellos por sangre. Para sacárselos de las manos, sus parientes habían inscrito a los niños en las ligas menores de un club de fútbol francés. Progresando rápido por seis años, y los chicos llamaron la atención de la red de cazatalentos del Chelsea.
Hyunjin pensaba que era bastante irónico que Jeongin y Seungmin se odiaran entre sí, pero no pudieran librarse de la compañía del otro, incluso en Inglaterra.