En una cita
El atardecer caía, los dos se juntarían en un horario muy amado por ellos, en el lugar que sería el perfecto.
En un puente, dónde el mirador quedaba a un lado y la barandilla sería metálica, al colocar los brazos sentirías el frío.
El cielo se encontraba colorido y mientras Florencia estacionaba su coche, admiraba lo que allí reposaba.
Con sus pasos suaves, lentamente y sin prisa, se quedó detrás de esa persona. Mirándole, amó lo que vio y notó.
—Vaya, un guapo como tú no tendría que estar tan solo —fue lo que el chico escuchó para luego darse la vuelta.
—H-hola, cariño —con sus mejillas sonrojadas, le regaló una sonrisa iluminada.
—Hola.
Colocándose en puntas de pie, apoyó su frente junto a la de él para luego besar sus labios con pasión.
—Te he extrañado, Jo —se lo dijo mientras abrazados miraban el atardecerer.
—Yo también, linda —respondió besándole su coronilla.
—¿Me has esperado mucho?
—Pensé que llegaría tarde —la abrazó más fuerte para luego separarse.
Los ojos de Flor fueron bajando, admiró la belleza de su novio pero notó un leve detalle que a Jorge le dio bastante vergüenza, provocando más su sonrojo.
—¿Qué hay de malo? —este rascándose su nuca, le miró esperando respuestas.
Recibiendo lo menos esperado.
—Me encanta encontrar en tu ropa manchas de pinturas, es lo que más me enamora, mi amor —con los ojos brillosos, le volvió a mirar el rostro.
La cara blanca, esos ojos celestes cristalinos, su nariz y mejillas rojas, le dejaban una tierna imagen. Provocando que Flor se preguntase mil veces lo mismo.
—Podria estar eternamente enamorada de ti y no me cansaría de verte lleno de pintura. Mientras sigas tu arte, amaré cada detalle tuyo.
Jorge ante las palabras dichas de su novia, escondió rápido su rostro en el cuello de ella para que no le viese tan tontamente enamorado y sonrojado.
—Eres tan cursi, flor.
—Y tú tan fácil de sonrojar —abrazados se rieron.
Admirando como el sol dejaba de iluminarlos para que la luna volviese de nuevo.
—Antes de salir de casa, se me había caído un bote de pintura, intenté que la mancha saliese pero ya veo que no —dijo Jo para comenzar a caminar abrazados por las calles.
—No me imagino cómo dejaste tu casa, ese suelo no tiene color definido.
Y a lo lejos se le vió, siendo envidiados por los que solos estaban y deseaban estar igual que ellos.
Juntos y charlando, todo lo que por teléfono no podían, se había hecho una larga noche.
Flor admiró una vez más aquella mancha de pintura que le daba el toque, aquella pasión por el arte era una de las cosas que más le gustaba de él.