Miriam despertó alterada de un terrible sueño. No sabía si estaba sudorosa porque el sol le daba desde la ventana abierta o por la pesadilla que había tenido. Con mal presentimiento llamó al teléfono de su hijo, pero la comunicación se cortó apenas timbrar del otro lado de la línea. Insistió varias veces más pero el número parecía desconectado. Recordó con temor aquel sueño donde uno de sus dos muchachos era perseguido por un ente maligno en una casa abandonada, mientras que el otro se había perdido en un lugar inquietamente oscuro.
Marcó al móvil de su marido que trabajaba como periodista en un periódico local, para contarle la gran preocupación que ese sueño le había causado. La vibración del aparato se sintió cerca de ella. Él, como muchas veces, había dejado su celular sobre la mesita de noche. Llamó a la extensión en el trabajo, pero no estaba en la redacción, hacía un reportaje en la calle y le dejó el mensaje para que llamara cuando regresara.
Se levantó de la cama y fue a la cocina para buscar un vaso de agua. Tomó la mitad del contenido de dos tragos y fue al baño por un calmante del botiquín. Se lo tomó con la mitad del agua restante. Miriam había tenido esa fea sensación anteriormente, luego del angustioso sueño que tuvo donde Felipe se perdía en una casa abandonada.
Aquella vez había sido de madrugada y se levantó preocupada a ver como estaba durmiendo su niño. Al llegar a la habitación de los muchachos encontró la cama de Felipe vacía. A la mujer le dio un ataque de pánico y despertó a su otro hijo y a su marido. Ambos se levantaron asustados al escuchar la histeria de la mujer. Buscaron al niño por todos los rincones.
Al no encontrarlo en la casa lo buscaron en la calle. Mario subió a su bicicleta para recorrer las vías cercanas y sus padres subieron al carro para buscarlo más allá.
Anduvieron la mitad del barrio en busca de Felipe. El padre estaba preocupado y la madre histérica de la desesperación. Tomaron la calle Dexter Ward metiéndose en rojo desde la Jervas Dudley. Tres esquinas más adelante encontraron al niño. Estaba parado, absorto al mundo y la voz de sus padres que lo llamaron varias veces. Bajaron del carro y su madre lo abrazó llorando por la preocupación y el nerviosismo que la situación había causado. Miriam estaba contenta de encontrarlo sano y salvo.
Felipe nunca se percató de nada, parecía una estatua, sonámbulo con los ojos abiertos queriendo mirar a través del cerco metálico delante de él. Los padres no entendían qué sucedía. No sabían por qué el niño no quería moverse cuando intentaron llevárselo de allí, hasta que se dieron cuenta dónde se encontraban. La casa Alberti reclamaba a su hijo.
Miriam no pudo esperar la llamada de su marido. Se puso los pantalones, una camiseta de Pink Floyd que pertenecía a Mario y los deportivos que usaba para caminar por las mañanas. Sabía dónde estaban sus hijos y ese saber le hizo sentir un miedo terrible que le exprimió el corazón.
Pocos días atrás, ella y su esposo habían recibido las visitas de unos personajes extraños. Un joven que estaba muy interesado en la historia que ella misma publicó en Internet sobre el suceso con su hijo y la casa Alberti. Se llamaba Marco y dijo ser de una editorial internacional interesada en la publicación de historias paranormales reales. Miriam le contó todo lo que quiso saber sin tomarlo muy en serio. Aunque se expresaba muy educado y cordial, algo le decía que en ese individuo había algo raro. Otro hombre, no tan educado como el anterior, se apareció delante de su puerta un par de noches después indagando sobre la experiencia de su hijo y todo lo referente a la casa de los Alberti. Su nombre era Solomon Price y su desagradable visita había desencadenado temerosas preguntas en la mente paranoica de Miriam.
El celular tembló en el bolsillo de sus pantalones devolviéndola al presente. Sacó el aparato sin aminorar sus pasos y contestó la llamada de su esposo.
—¿Dónde estás? —dijo desesperada.
—Estoy en el trabajo. ¿Qué pasa? —contestó Francis al escuchar la tensión en su voz.
—Tuve otra pesadilla como la vez que encontramos a Felipe frente a la casa Alberti. Llamé al teléfono de Mario para saber si andaba con él, pero no me contesta. Me siento angustiada, tengo un mal presentimiento con esto.
—No te preocupes, Miriam. ¿Dónde estás ahora?
—Camino a la casa de los Alberti. Algo me dice que los muchachos están allí. Tienes que venir, Francis. No podemos dejar que esa maldita casa les haga algo malo a nuestros hijos.
—No vayas sola. En verdad no sabemos si están allí. Mejor espérame en casa que yo iré por ellos ahora mismo. Y no te preocupes, todo irá bien.
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Editado: 29.01.2019