Lo había visto desde el patio, pero Antonio no le hizo caso cuando lo llamó, y siguió a la carrera entre los escombros como un maldito loco. Mario se metió a la casa por la ventana.
—Estos carajitos tienen que estar mal de la cabeza para meterse a jugar en este sitio —pensó mientras lo perdió de vista al doblar una esquina en los retorcidos pasillos de aquella casa condenada.
Por primera vez desde que entró en el lugar fue consciente de las verdaderas dimensiones del deterioro que había a su alrededor. En esa zona de la casa se podía ver todo perfecto por el sol de la tarde que entraba por los ventanales de la habitación, a excepción de otras estancias sumergidas en la oscuridad porque la luz no llegaba a esos rincones. Las paredes estaban sucias y descascaradas, la pintura seca caía por pedazos mezclándose con la basura que rodaba por el piso. Las habitaciones estaban decoradas con muebles destrozados, llenos de polvo y telarañas. Vio a unas cuantas ratas grandes y gordas correr asustadas por los pasillos manchados de podredumbre. Aunque muchas ventanas estaban rotas o sólo existían los marcos vacios en la pared dando paso al calor, la casa se sentía fría y el aire estaba muy viciado. Mario olió con asco un hedor a fruta podrida que impregnaba el lugar. Sintiendo una presencia junto a él, vigilando, aunque en esos momentos se encontraba solo. Algo maligno le observaba desde los rincones oscuros de la estancia.
Abandonó la habitación en la dirección que pensó Antonio había tomado, caminando con cuidado para no pisar toda la porquería que estaba regada en el piso. Escuchó una voz ininteligible y pensó que eran efectos causados por ecos en aquellos pasillos de pesadilla.
Salió a otra zona de la casa menos iluminada. En la poca claridad encontró una mesa de comedor grande, rodeada de sillas destartaladas y colocadas al azar. Más allá de la mesa pudo ver una puerta confundiéndose en las sombras que morían en una pared. Mario fue a cruzar por el comedor cuando se espantó al ver que las sillas estaban ocupadas por unos cadáveres retorcidos como si estuvieran dispuestos a cenar. Había cuatro cuerpos resecos vestidos con ropas podridas que en algún tiempo fueron elegantes. Se podían leer sin dificultad las muecas de horror en sus rostros momificados. Temblando de miedo, volvió a escuchar el susurro y esta vez pudo entender claramente lo que decía: Todos morirán. Mario salió a la carrera muerto de miedo. Maldijo a Felipe y a Antonio jurando que los mataría a ambos cuando los encontrara. Pasó corriendo frente a una puerta amplia donde unos pocos escalones daban acceso a una estancia a un nivel más bajo. Fugazmente vio a Antonio dentro y retrocedió entrando al lugar. Antonio luchaba contra alguien, pero la poca claridad no le permitía identificar con quién era el forcejeo.
—¡Suéltame, idiota! ¿Te volviste loco?—. Escuchó una voz que conocía muy bien. Era la voz de su hermano.
—¿Qué pasa aquí? ¿Ustedes están drogados o qué? —preguntó entrando en la habitación y agarrando a cada uno por la nuca para separarlos.
Felipe se sorprendió aliviado por la llegada de su hermano y dejó de luchar. Antonio aprovechó el momento y golpeó a Mario en la boca del estómago sacándole el aire. Mario no quería golpearlo, pero de rabia, le dio una patada en el pecho que hizo que cayera al piso.
Mario se prestó a hacer un gesto de disculpas cuando lo vio caer violentamente sobre la mugre, pues no era su intención maltratarlo tanto. Antonio se quedó sentado sobre el suelo asqueroso. Su cara reflejaba burla con una boca babosa mientras hacía una mueca que pretendía ser una sonrisa.
—¿Qué le sucede a Gollum? Definitivamente ustedes están usando drogas. ¡Par de idiotas! —comentó Mario enojado.
—No lo sé, lo encontré así y trató de ahorcarme —respondió Felipe mientras se acercaba a su hermano para rehuir de Antonio que se puso a observar a la pareja de hermanos haciéndoles muecas.
—¿Qué te pasó que estás cojeando? —lo interrogó Mario al ver la forma lastimera con que se desplazaba.
—Me caí por un hoyo por estar corriendo detrás de este imbécil. —explicó sin dejar de mirar a Antonino que seguía haciendo cosas propias de gente anormal.
—No sé qué traman ustedes dos —dijo Mario regañando —pero sea lo que sea lo vamos a resolver afuera. Si la vista no me engañó, acabo de ver unos muertos en el comedor ¡Vámonos de aquí!
Mario salió de la habitación mientras Felipe se sorprendía por aquella noticia, queriendo saber a qué se refería con eso de que había gente muerta. Apenas comenzó a subir cuando Mario sintió el impacto de algo chocar con el piso. Volteó para ver que había sido ese ruido y vio a Antonio arrastrar a Felipe, tirando de él por un brazo como si fuera un muñeco de trapo.
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Editado: 29.01.2019