Solomon Price: Horror en la casa Alberti

11

 

 

Felipe luchaba contra sus miedos. Seguía al viejo que se movía iluminando el camino con una pequeña linterna. El niño no confiaba en él, pero prefería su compañía que estar solo.

—Espera un momento —le dijo haciendo un brusco ademán con la mano en alto. Necesito que estés quieto y no hagas ningún ruido. Estamos a punto de ser descubiertos, no esperaba que fuera tan rápido.

Felipe se detuvo expectante y lo vio ponerse tenso intentando escuchar algo.

—Creo que viene para acá. Deberías irte, esta podría ser tu última oportunidad de salir de aquí con vida. No estás preparado para lo que se avecina y yo tengo bastante peso sobre mi conciencia como para también cargar con la culpa de tu muerte.

Felipe se asustó mucho más de lo que ya había estado. Nunca le habían hablado de esa manera, de su muerte, y se arrepintió para toda la vida de aceptar el desafío de la pandilla. Ya no quería ser el más arretao, no quería ser el líder. Le dejaría el puesto a Julián si así él quería. Deseó estar con sus compañeros en esos momentos y nunca haber entrado en la casa prohibida de los Alberti.

—¡Corre muchacho! ¡Date prisa! —le gritó el viejo y Felipe se quedó petrificado al ver aquella figura horrorosa y demoníaca acercarse a ellos arrastrándose por las paredes.

El demonio saltó como un perro rabioso sobre el anciano que se defendió a duras penas. La pequeña linterna cayó de las manos del viejo y rodó por el suelo, dando al enfrentamiento un aura de confusa escena de sombra chinesca sobre la pared. El viejo sacó rápidamente un polvo verdoso de entre sus ropas y lo lanzó sobre la criatura. El polvo brilló fosforescente al contacto con el poseído que gritó de dolor. El talco verde causó quemaduras sobre la piel babosa del poseso que se revolvía en el suelo, maldiciendo y aullando de furia y dolor. Entre gritos, el poseído atacó nuevamente al anciano y lo estrelló contra una pared. El viejo cayó al suelo.

—¡Mío! —dijo la criatura mientras se acercaba despacio al hombre tendido en el suelo.

—¡No Antonio, déjalo en paz! —le gritó Felipe y se sorprendió de tener el valor de hacerlo.

—¡Todo hombre será nuestro! —dijo sin dejar de avanzar despacio, saboreando su momento de triunfo.

El viejo seguía aturdido tratando de ponerse en pie, pero le faltaban las fuerzas.

—¡Nadie más será poseído esta noche, merodeador del Mundo Negativo! —exclamó una voz atronadoramente teatral que Felipe no pudo identificar el origen de su fantasmagórica procedencia.

Una figura alta e imponente apareció de un salto, dándole una patada al demonio que cayó a tierra.

—Soy el ejecutor Solomon Price, enviado para regresarte a tu mundo de oscuridad. Así que recuerda bien mi nombre cuando estés allí. Dile a tus amigos que un día llegaré a patearles el trasero a ellos también.

Price sacó una pequeña botella de cristal de un bolso que traía pegado a su chaqueta, y de su cintura, un siniestro cuchillo Joker CL 42 modificado por él mismo. Los ejecutores portaban armas de fuego, pero a Price le gustaba luchar en esas condiciones. Rompió la boquilla de la botella contra una pared y bañó la hoja afilada con el líquido que había en su interior. El cuchillo brilló verde, parecido al polvillo que el anciano había lanzado contra el demonio. El ejecutor agitó un par de glowsticks que resplandecieron en la oscuridad y los dejó rodar por el suelo para iluminar el área.

El condenado se levantó y arremetió contra el nuevo personaje que entró en escena atacándolo. Le lanzó un zarpazo al ejecutor, quien lo esquivó en el último momento. Solomon tiró una estocada con su cuchillo resplandeciente, pero la criatura también la sorteó. Velozmente realizó un segundo ataque que Price no pudo evadir y le desgarró un brazo. Aunque sintió mucho dolor, el ejecutor no se quejó y contraatacó, dejando a su vez una herida en el brazo izquierdo del esperpento. La criatura sí chilló al sentir el contacto de la hoja afilada y verde. Aparentemente le hacía mucho daño. Solomon Price embistió y le dio una cuchillada en el estómago enterrando la totalidad del afilado. El demonio cayó de rodillas agarrándose las tripas, tratando de detener el torrente de sangre que se colaba entre sus garras. Intentó levantarse, pero no pudo más. Estaba acabado.

—Salúdame a tus hermanos en el infierno, merodeador —dijo levantando el enorme cuchillo sobre la cabeza de la criatura para terminar el trabajo.




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