Solomon Price: Horror en la casa Alberti

12

 

 

Todo el mundo lo daba por muerto, pero al parecer el hijo de don César seguía vivo. Estaba allí, después de tantos años, bajo las miradas escrupulosas de Price y los Salander.

—Todos en la ciudad supimos sobre tu muerte —dijo Francis a Lucio.

—Y estuve muy cerca de estarlo, gracias a los esbirros del DIASP —le respondió el viejo—. Pero me salvé. No estaba escrito que muriera ese día. Todavía tenía que pagar por mis faltas.

—¿Y ahora regresas a seguir con tu antigua tarea? —preguntó el ejecutor con malas intenciones.

—Nunca fue mi propósito hacer algún mal. Fue un error fatal, pero estoy aquí para corregirlo —se defendió Lucio.

—Utilizaste El Libro de los Portales para traer esa criatura a nuestro mundo. Deberías morir por eso.

—Sí, pero fue por error como ya mencioné. Cegado por el dolor de mi pérdida, quería traer a Malena devuelta a la vida —confesó cansado a causa de la presión que Price ejercía sobre él

—A la hermana que mataste —aclaró Francis.

—Eso también fue un accidente. Dejen de fastidiarme, necesito terminar con toda esta tragedia.

—¿Mataste a tu propia hermana? Eres un asesino —lo acusó Solomon y lo agarró por el cuello.

—¡Fue en defensa propia! Ustedes no saben nada de lo que dicen. Malena era mi hermana y la quería, pero nadie más que yo conocía su verdadera naturaleza. Todos creen que mi hermana era todo corazón, pero no era así. Bajo su fachada de niña adorable se escondía un monstruo.

—¿Y por eso la asesinaste la noche de la fiesta? —preguntó Francis, soltándolo de las manos de Price que accedió a dejarlo de mala gana.

—No. Ella me quería matar a mí y yo traté de detenerla, pero todo salió mal y ella pagó con su vida. Aquello fue un desafortunado accidente.

—¡Mientes! —Le dijo Francis—. ¿Por qué haría eso?

—Porqué quería vengarse por no compartir su visión de las cosas, por no apoyarla con sus planes y maquinaciones. Desde pequeña deliraba con ser una mente criminal y líder supremo de una familia poderosa en el bajo mundo como mi padre lo fue en el pasado. Anhelaba ser una Al Capone, una reina del mundo del narcotráfico y el asesinato todo en uno. Quería que la ayudara a ser realidad aquello. Yo no deseaba ser un criminal como mi padre y eso era algo que Malena odiaba de mí. Como no estuve de su parte cuando  comentó a nuestro padre sus delirantes planes, me quiso hacer la vida imposible. Mi hermana había perdido totalmente la razón y nadie parecía notarlo. A mí me acusaron de todo lo ocurrido. Pero fue un accidente. Sólo trataba de defenderme.

—No me interesan tus explicaciones, Lucio. Has ayudado a desatar un terrible mal en esta ciudad y pagarás por eso —sentenció el ejecutor.

—No me vengas con ese discurso hipócrita y santurrón que les enseñan en el DIASP a los pobres diablos y títeres como tú. ¡Asesino! Sí, te conozco, Price, ha ti y a los codiciosos corruptos dirigentes del Despacho que intentaron asesinarme durante años. Querían mi libro para su perverso uso personal, pero nunca pudieron atraparme para quitármelo. ¡Necios!

Lucio Alberti se había enfurecido y estaba dispuesto a ir contra el ejecutor que esperaba esa reacción de él. Quería destrozarlo con sus propias manos. Francis se colocó en medio de ambos para aplacar los ánimos. Él tenía mucho que preguntar y Lucio mucho que responder antes que Price usara su cuchillo.

—¿Qué sucedió exactamente la noche que la asesinaste? —le interrogó.

—Cuando cumplimos la mayoría de edad hace cincuenta años, ella le expresó a nuestro padre que quería iniciar una vida dentro la mafia y necesitaba que él la ayudara a entrar a ese mundo por medio de sus contactos. Mi padre después de escuchar su propuesta no la tomó en serio, más bien se burló como si todo fuera una broma de una muchacha que no sabe lo que está diciendo. Malena le dijo que no dudara, que ella podía devolver la gloria que la familia había perdido. Eso no le gustó mucho a nuestro padre y le dijo que la familia Alberti no necesitaba la gloria de antaño. La familia ya se había retirado de ese mundo cuando nuestra madre murió. Los Alberti teníamos otro destino. Él no iba a consentir que sus hijos aspiraran a convertirse en criminales de cualquier índole y que pasáramos por lo mismo una y otra vez. La vida de violencia había terminado.




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