Solomon Price: Horror en la casa Alberti

3

 

 

Antonio fue el chico nuevo en el Colegio Parroquial cuando ingresó en la institución educativa hacía dos años atrás. Aquel día estaba en el patio a la hora del recreo escuchando por primera vez la historia de los Alberti.

Luis Miguel, el hijo del ferretero, era quien contaba la historia a los nuevos estudiantes que formaron un círculo a su alrededor. Varios de los oyentes no habían podido disimular lo inquietante de les resultaba saber que vivían cerca de esa casa endemoniada.

Antonio se rió de la historia al encontrarla tan falsa, diciéndole a Luis Miguel que sólo eran cuentos para asustar a los ignorantes del barrio.

Luis Miguel se enfadó al escucharlo y se levantó empujando a los niños que estaban apiñados a su lado, emocionados porque el aroma olía a una futura pelea. La sonrisa burlona de Antonio se esfumó y tragó en seco cuando vio la corpulencia de Luis Miguel que le llevaba dos cabezas de altura. Al notar las dimensiones de aquel Juggernaut, se arrepintió de haberlo molestado. Con su manaza, grandulón le procuró un pescozón a Antonio y sus ojos se aguaron a causa del dolor. Luis Miguel, todavía enojado por la ofensa, lo empujó tirándolo al suelo y le desafió a pelear.

Antonio no se levantó del piso, estaba muy nervioso con miedo a una paliza cuando alguien chocó contra su agresor, haciéndole retroceder tambaleante.

—¡Te advertí sobre abusar de los más pequeños, idiota! ¿Por qué no lo intentas con alguien de tu tamaño? —dijo el que había intervenido retando a Luis Miguel, quien era una cabeza más alta que el recién llegado—. ¡Yo tampoco creo en esa mierda de historias! ¿Qué piensas hacer ahora?

—Algún día se me acabará la paciencia con ustedes, y veremos si de verdad tienen lo que hace falta para lidiar conmigo. ¡Ya lo verán!

Luis Miguel se retiró despacio y mal humorado, haciendo ademanes a los demás estudiantes para que se retiraran con él a otro lugar. Caminó de espaldas hasta una distancia prudente entre él y el niño que lo había desafiado. Antes de darse la vuelta y terminar de marcharse, miró con una mirada de cuchillo a Antonio que seguía sentado en el suelo. Lo puso bajo amenaza.

El otro que terció en lo que iba a ser una pelea segura, se acercó a Antonio que nunca había sentido tanto alivio en su vida.

—Sólo un nuevo se atrevería a burlarse de ese imbécil cuando está contando sus inútiles historias de terror— le dijo en modo de reproche mientras le tendía una mano para ayudarlo a parar.

—No sabía que se pudiera molestar tanto por eso. ¡Gracias! Si no fuera por ti me hubiera roto el culo —dijo con alivio, levantándose ayudado por su salvador—. Cuando lo desafiaste a que intentara con alguien de su tamaño y vi que eras más pequeño y flaco que ese gigante, pensé que también te tiraría al suelo de un golpe.

El otro lo miró soltando su mano antes que Antonio terminara de incorporarse por completo, y este flaqueó un poco sorprendido.

—¿Con esa poca confianza en mí agradeces que no dejé que te partieran la cara?

—No, no quiero decir que no haya creído que pudieras ganarle a ese idiota. Sólo me preocupé de que pelearas aquí en el colegio donde te castigarían —dijo Antonio para salvar la situación.

—La verdad es que si Luis Miguel peleara conmigo, seguro me daba una golpiza. —confesó hablando más consigo mismo que con Antonio.

—¿Y por qué te tuvo miedo, no sabía que podía contigo? —indagó tras la confesión.

—No. Lo que pasa es que si ese animal se mete conmigo, más adelante le caería con la pandilla.

—¿Estás en una pandilla?

—Sí, soy el jefe y ahora tendrás que estar a mis servicios para que estés bajo mi protección. Ese animal no olvidará la humillación que sufrió hoy por tu culpa. ¿No viste cómo te miró? Estás bajo amenaza, niño. ¡Novatos! ¿Cuándo ustedes aprenderán?

A Antonio le pareció curioso que lo llamara niño, pues al parecer ellos dos eran de una misma edad. Pero luego reconoció que aquel debería de tener más mundo, pues ya era líder de una pandilla y a él apenas lo dejaban salir de su casa.

El timbre que indicaba el final del recreo sonó con fuerza por todo el patio con desesperación, para que ningún estudiante lo dejara de escuchar y corriera cada uno a su aula de clases. Felipe y Antonio estaban en el extremo más alejado del patio. Empezaron a caminar hacia el edificio de tres plantas que era el colegio.




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