Solstice: Antes de él.

3-. El nacimiento de un impuro.

“No todas las estrellas nacen en el cielo, y no todas las estrellas sobreviven a la noche.”

El cielo se tornó negro el día de su nacimiento; algunos de sus ancestros lloraron de impotencia.

El niño apenas abrió los ojos y se acurrucó en la manta, sin soltar un solo grito, sin derramar una sola lágrima.

Los doctores se miraron con inquietud, sin atreverse a pronunciar palabra frente al padre, quien, con impaciencia, buscaba respuestas. Su cuerpo aún estaba adolorido, y la sangre a su alrededor era un recordatorio de lo que acababa de atravesar. Pero nada de eso importaba. Pudo ver a su hijo en manos de los doctores, solo confirmó la presencia de un lunar en la pierna.

—¿Qué sucede? ¿Por qué no llora? —la desesperación se reflejó en su mirada. Necesitaba verlo con sus propios ojos. Intentó incorporarse en la camilla—. ¿Qué ocurre? ¿Qué pasa con mi hijo?

—Señor Sinclair, necesito que guarde calma. Todo estará bien —dijo una doctora. Pero algo en su tono sonaba mal.

La impaciencia superó el límite de un padre que, hasta hace unas horas, tenía a su hijo en su vientre, sano y a salvo, con la certeza de que nadie podía arrebatárselo. Ahora todo era distinto. En lugar de escuchar un llanto, solo el silencio llenaba la habitación.

Hizo lo que pudo para levantarse pese al agotamiento y la sangre que empapaba las sábanas. Su vientre aún parecía desgarrarse, pero nada lo detendría.

Sinclair sollozó de desesperación. Aquel sonido atrajo la atención de un enfermero. Había logrado dar algunos pasos.

—¡Señor Sinclair! —exclamó el enfermero.

Sinclair levantó la mirada. Su hijo yacía en una pequeña camilla, diminuto y frágil, con tubos conectados a su diminuto cuerpo. La desesperación lo golpeó con más fuerza. Miró al enfermero y sintió cómo todo a su alrededor comenzaba a inclinarse.

Entonces, en un grito desgarrador, pronunció el nombre de su hijo.

Un líquido cálido recorrió sus piernas.

A sus pies, un charco de sangre se extendía.

El omega dio un último suspiro antes de desplomarse.

Los médicos corrieron por toda la sala, a través de los pasillos, e incluso aquellos que no estaban de turno llegaron al hospital tras un par de horas.

Era un acontecimiento sin precedentes. El primer caso de gemelos en Valmura después de décadas.

La ciudad, alejada y dominada por betas y gammas, rara vez presenciaba nacimientos. La tasa de natalidad había disminuido un 30 % en los últimos cinco años y seguía en descenso.

El suceso fue casi milagroso. Al recibir la noticia, el jefe político dejó escapar un grito de júbilo. Dentro de la camioneta recibió información del ciudadano en cuestión.

Sinclair no era un omega cualquiera. Era un Omega Dominante que había escapado de la ciudad central por razones desconocidas. Un Omega Dominante tenía la capacidad de engendrar niños alfa y omega, en su mayoría dominantes. Si esos niños crecían como flores en el desierto, podrían convertirse en una nueva generación de líderes, alfas y omegas excepcionales.

El jefe político imaginó el día en que su pequeña ciudad recibiría el respeto que se merecía.

La camioneta se detuvo frente al hospital a la misma hora.

El alcalde fue recibido con aplausos, como si el mérito fuera suyo.

Pero al cruzar las puertas, el ambiente cambió de inmediato.

El código rojo fue activado.

Y junto a él, el código negro.

El alcalde solo alcanzó a ver a un niño moverse.

Y al otro, palidecer.

Sinclair yacía en la camilla, con la tristeza pesando sobre su pecho. Su cuerpo dolía, la anestesia había dejado de hacer efecto y sus ojos permanecían abiertos, fijos en el cielo gris y profundo tras la ventana.

Hasta hace unas horas, no sabía que tenía la oportunidad de abrazar a más de un niño. Su vientre nunca fue lo suficientemente grande como para sospecharlo, pero ahora, el vacío en su interior lo confirmaba.

Y aun así, el dolor no cesaba.

Fuera de la sala de emergencias, el murmullo de voces se filtraba entre las puertas entreabiertas.

—No es posible… ¡Una negligencia como esta! ¿Qué se supone que le digamos a la prensa? La noticia corrió más rápido de lo que imaginaba. Incluso el alcalde vino de visita.

Un sollozo ahogado precedió una respuesta temblorosa.

—No hay excusa, pero era inevitable… Uno de los niños nació frágil. ¡No era normal! —El tono era de alguien al borde del colapso—. Solo soy una beta… Los niños son niños. ¿Por qué deberían mostrar tal anomalía desde tan temprano?

—¿Qué clase de doctor dice eso sobre un paciente? —rugió otra voz, más profunda, más firme, con el filo de la indignación cortando cada palabra—. Tengo a un padre en la sala de emergencias esperando a sus dos hijos, y a un presidente que en lugar de limpiar su imagen con el nacimiento de dos gemelos, ahora hundirá sus fauces con el nacimiento de un niño muerto y su gemelo. ¿Cómo se supone que explique la estupidez que acabas de decir?

Silencio.

Un silencio espeso, casi asfixiante.

Y luego, la sentencia que lo congeló todo.

—¿Cómo puede un gemelo absorber la vida de su hermano?

El impacto de esas palabras fue como un golpe en el estómago.

Sinclair sintió náuseas. Su pecho se encogió, y un sollozo tembloroso escapó de sus labios.

Su hijo. Su pequeño.

El aire se volvió denso, irrespirable.

—Doctor General… —otra voz titubeante rompió la pausa—. No hemos logrado contactar al Padre alfa. Parece que el señor Sinclair no tiene familiares en la ciudad.

El rugido del Doctor General resonó como una bestia furiosa, y un estruendo rompió el silencio. Algo había sido lanzado contra la pared con rabia.



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Editado: 22.02.2025

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