"Se movía entre los restos de las vidas ajenas como un cuervo sobre la carroña, tomando de cada ruina solo lo que le servía."
Salvador Ladezma
El sonido del bolígrafo rasgando el papel es lo único que llena mi despacho. No hay música, ni murmullos, ni el tic-tac de un reloj. Solo la monotonía de las firmas, de las cláusulas, de los números impresos que dictaminan la vida y muerte de propiedades que no me pertenecen. Una orden de embargo más, otra academia que se irá abajo.
La justicia no existe. Al menos no como la gente la imagina. No es un ideal noble, ni una fuerza superior que equilibra el mundo. La justicia es un trámite. Un conjunto de documentos apilados en un escritorio, esperando la acusación de alguien como yo.
—¿Otro caso cerrado? —pregunta Carolina, mi asistente, mientras deja una carpeta sobre la pila de documentos terminados. La noto tensa.
—Otro más. —No levanto la mirada. No necesito verla para saber que desaprueba mi trabajo.
—Están hablando de ti en los tribunales. —Lo dice como quien avisa de un rumor cualquiera. Pero yo sé que no es un rumor cualquiera.
Levanto la vista. Ella me observa con la compostura de siempre, pero sus dedos juegan con la orilla de la carpeta. Un tic nervioso.
—¿Y qué dicen esta vez? —pregunto, con desgano.
—Lo comparan con un cuervo —empieza, y no puedo evitar soltar una risa, eso solo ocasione que Carol se tense y no tenga miedo a continuar—. Que donde pones la mirada, no queda nada en pie. —Hace una pausa—. Que no te importa enterrar a los pobres con tal de liberar a los ricos.
Sus palabras no me sorprenden. No son la primera acusación, y tampoco serán la última. La diferencia es que esta vez no se refiere solo a mí.
Mi padre.
Su sombra es más larga de lo que quisiera admitir.
—Si te quedas en silencio, solo confirmas lo que dicen —añade Carolina.
—No tengo que confirmar ni desmentir nada. La gente siempre encuentra algo de qué hablar. —Tomo la carpeta y la abro. Un caso de evasión fiscal, otro empresario que quiere que lo saque limpio. Cierro el expediente y lo deslizo hacia el borde del escritorio—. ¿Algo más?
Carolina aprieta los labios, como si tuviera más que decir, pero al final solo niega con la cabeza. Sale del despacho sin otra palabra.
Exhalo un suspiro y masajeo mis sienes. Me importa un carajo lo que digan de mí. No estoy en este trabajo para ser querido. Estoy aquí para ganar. Pero la mención de mi padre… eso es otra historia.
Me levanto y miro por la ventana. La ciudad brilla con luces artificiales, con promesas huecas de oportunidades. Y en algún rincón de esas calles, hay gente que no tiene idea de que en este mismo instante su destino está siendo decidido.
Como la academia de danza.
Me viene a la mente la imagen de aquel salón vacío, de los espejos reflejando el atardecer, de un bailarín perdido en su mundo, ajeno a todo, incluso a la orden que dictaba su desalojo. Por alguna razón, su presencia sigue ahí, rondándome.
Y entonces el teléfono vibra en mi bolsillo. Lo saco con fastidio.
Es mi padre, casi estoy a punto de lanzar el teléfono por la ventana, pero me contengo con un suspiro.
—¿Te diviertes? —comienza, con un tono acusatorio— Sé lo que has estado haciendo. Tu vida promiscua puede arruinar mi carrera… Es mejor que vuelvas a casa después de salir del trabajo. Dormirás aquí quieras o no.
Por un momento me sorprendo de que sea él quien me lo haya pedido primero. Después de eso, se me hace imposible escuchar lo que continúa diciendo. Mi mente se nubla, como un instinto. Saco un cigarrillo y lo enciendo.
—¿Volviste a fumar? —me pregunta— ¿Cómo un alfa no va a poder con su propia vida y recurrir a esos hábitos insalubres?
—Estaré en casa —le digo antes de cortar.
Tendré que prepararme para ver a quienes han ganado consecutivamente a “Mejor pareja del siglo” en una revista que recibe miles de euros con tal de limpiar la imagen de cualquier adinerado.
…
En la mansión Ladezma.
Para infortunio mío no puedo irme directamente a mi habitación, Isaac aparece frente a mí.
—Tu padre dijo que vendrías, pero pensé que era mentira —se acerca a mí en un abrazo— Esta es tu casa también, deberías pasar más tiempo aquí, en lugar de esas fiestas en el Hotel Cherry.
Se refiere al hotel al que fui hace poco por recomendación de Velasco, uno de los abogados del buffet al que se le fue heredado a mi padre. Las palabras de Isaac son vagas, como si intentara regañarme, pero sin el poder necesario
—Tu padre está preocupado —insiste.
—¿Cómo te va con el tratamiento? —cambio de tema. Isaac, quien hasta hace segundos mostraba una tranquilidad medida en su mirada, empieza a envolverse en una expresión entristecedora.
—Cada vez estamos más cerca —responde. Su sonrisa tiembla, claramente en una mentira.
—¿No ha habido ningún problema? —pregunto. Isaac niega de inmediato. Aunque cuestionar a un alfa a veces puede ser considerado una falta de respeto, Isaac no muestra ningún tipo de molestia— ¿Estás seguro? Sabes que pueden parar cuando quieras.
Isaac mira hacia abajo, acaricia uno de sus hombros—: Bueno, yo…
—No deberías preocupar a nuestro hijo con esos temas —interrumpe. Mi padre aparece.
—Jesse, amor —Isaac saluda a mi padre con un beso— Estabas tardando, por eso decidí esperarte en la sala —se apresura a explicar— Y me encontré con Salvador.
Mi padre rodea a Isaac desde la espalda, con otro brazo abraza su cintura y me observa fijamente.
—El tratamiento de conversión está yendo bien, Isaac no ha presentado ningún problema que no podamos resolver —responde, serio— No vuelvas a presionar a Isaac con preguntas que fácilmente puedo responder yo —finaliza. Toma la mano de Isaac y ambos van dirigidos a su habitación en el segundo piso.