"Cuando el cuervo apareció, su sombra marcó el principio del fin de lo que conocía."
12:15 AM
Raphael Sinclair
Se abalanzan entre tres, arrastrándome con la avidez de sus ojos. Sus manos exploran sin reservas, reclamando antes siquiera de obtener permiso. Son alfas Dominantes. No se detienen. No dudan. Y aquí, en este sótano donde la voluntad se quiebra bajo la ley del más fuerte, no soy más que un cuerpo moldeado para el placer ajeno.
Un Omega Dominante es una presa fácil para un Alfa Dominante.
Al menos, eso es lo que creen. Lo que todos creen.
La academia Sun of the Soul solo admite betas, omegas recesivos y, en menor cantidad, omegas Dominantes. Nunca un Omega Puro. Es un secreto a voces que aquellos que nacen con la sangre más codiciada de todas aprenden a esconderse. No hay registros exactos de su población, porque la mayoría decide vivir como betas, diluyendo su existencia en el anonimato para evitar el destino que les fue impuesto por la naturaleza.
Un Omega Puro no sobrevive si se deja ver.
Su sangre es demasiado valiosa. Su capacidad reproductiva demasiado poderosa. Son la única clase capaz de desafiar el dominio de los alfas, y por eso, la historia los ha convertido en mitos. Criaturas de un linaje olvidado, extinguido, reducido a susurros en documentos antiguos.
Pero yo existo.
Mi segunda naturaleza ha sido disfrazada, enterrada bajo entrenamiento, bajo disciplina. Aprendí a controlar mi aroma, a regular mis feromonas, a ser un depredador en la piel de una presa. Y hasta ahora, ha funcionado.
Pero aquí, en esta habitación oscura donde las reglas han sido arrancadas de raíz, siento cómo el peligro me despoja de mis certezas.
Uno de ellos extiende una mano, sus dedos rozan mi clavícula, bajan por mi pecho con lentitud, tanteando, probando el agua antes de lanzarse de lleno. Su respiración se agita. No es agresivo, no aún, pero sé lo que vendrá después.
Exhalo suavemente. Mis pestañas tiemblan. Mis labios se entreabren en un reflejo instintivo.
Cometo el error de cerrar los ojos.
Y en ese instante, lo siento.
El aire cambia.
El deseo primario se convierte en algo más oscuro. La avidez se transforma en hambre. No la clase de hambre que busca el placer, sino la que devora, la que destruye. Las manos ásperas que antes me recorrían con la intención de explorar ahora se cierran alrededor de mi cuello, como si hubieran dejado de verme como un objeto de deseo y me hubieran reducido a una simple presa.
Pero así como se levantaron siguiendo el rol depredador de su naturaleza, caen siguiendo la cadena alimenticia.
Un error.
Un fallo de cálculo.
Porque yo no soy la presa.
No sé si fue el destino o una falla en la naturaleza lo que me otorgó este cuerpo, esta existencia que no debería haber sido. Quizá el error estuvo desde mi concepción, desde el momento en que mi padre trajo al mundo dos vidas y solo una de ellas decidió sobrevivir.
Yo.
El único gemelo que quedó.
Los estudios sobre los Omegas Puros son escasos. Se han convertido en un mito, en un rumor. Algo que es mejor esconder, o cazar.
Pero hay algo que descubrí cuando huí de la protección del Estado.
Mi existencia es un milagro… y una condena.
Un Omega Puro no solo puede esparcir feromonas capaces de atraer a cualquier especie. Su aroma es una droga, una trampa, un dulce embriagador que puede volver locos a los de otra especie.
Pero la verdadera maldición no está en la atracción.
Está en la sobredosis.
Un exceso de feromonas no provoca deseo. Provoca sufrimiento.
Lo veo en ellos.
El primero cae de rodillas, con la respiración entrecortada, como si su pecho no pudiera expandirse lo suficiente para sostener el oxígeno. Sus manos tiemblan, los nudillos blancos.
El segundo arquea la espalda, su piel cubriéndose de sudor. Sus pupilas están tan dilatadas que apenas queda un rastro del color original. Un gemido ahogado escapa de su boca, uno de esos sonidos que no provienen del placer, sino del dolor.
El tercero se sujeta la cabeza con ambas manos. Sus labios tiemblan, sus músculos se tensan hasta el límite.
No tienen control.
No tienen salida.
No pueden soportarlo.
Y yo solo los observo, con la certeza de que están a punto de romperse.
Acaricio mi cuello mientras intento recuperar el aliento e intento arrastrarme hacia el otro extremo de la puerta. Las feromonas de solo un alfa no logran deshabilitarme, pero de tres…
Cuando logro recuperar la respiración, observo los extremos de la habitación. Paredes blancas, con toques dorados, un sillón sexual refinado, pastillas, alcohol, juguetes sexuales… ¿Que demonios tenían planeado estos tipos hacer conmigo?
Mi rostro se retuerce, me abrazo a mí mismo con horror, hasta que capto el extremo izquierdo pegado al techo, la ventilación.
...
El metal cruje bajo mi peso, cada movimiento enviando vibraciones sutiles por el conducto de ventilación. Debo apresurarme.
Mis músculos se tensan con cada arrastre. El aire dentro del ducto es caliente y viciado, impregnado de un hedor metálico y dulzón. Feromonas.
Cierro los ojos por un momento, calculando. Planta 1, unidad 1, cuarto 0.
La distribución es lineal. Sí sigo avanzando.
Me acerco a la rejilla, el resplandor del otro lado proyecta sombras deformadas en las paredes del conducto. Algo está ocurriendo allí.
Cuando me inclino para espiar, el panorama me corta la respiración.
La habitación es un campo de batalla silencioso.