Solsticio de Luna

Parte Primera

La luna se encontraba en su apogeo, iluminando la noche estrellada, mientras Selene caminaba por el bosque colindante al jardín trasero de su casa.

Las ramas y piedras a su paso lastimaban sus pies descalzos; y en otras circunstancias el denso silencio que se extendía a su alrededor hubiera podido llegar a ser considerado tétrico, pero a ella no le importaba… Estaba demasiado lejos de preocuparse por algo tan trivial.

Metros tras metros, solo siguió caminando.

Entonces el área arbolada llegó a su fin y su destino quedó a la vista. Con un par de pasos más, atravesó la corta distancia que la separaba, quedando de pie frente al acantilado… Un muy alto acantilado.

Una corriente de viento helado sopló enmarañando su largo cabello rubio y haciendo ondear su vestido. Selene se estremeció, pero eso poco tenía que ver con el frío y todo, con los acontecimientos ajenos a ella que la habían llevado hasta allí.

Molesta, maldijo su suerte y a todos los responsables de su presente dilema.

Por un lado estaba su padre, quien ignorando todas sus protestas y argumentos estaba decidido a arreglar su matrimonio como si de un beneficio comercial se tratara. Irónicamente, mientras él y su futuro prometido arreglaban, junto al fuego del estudio de la casa, los términos y ventajas que obtendrían de la unión; ella se encontraba a un paso del abismo.

Literalmente.

Lo que el joven había olvidado mencionar era la existencia de su amante… Una muy enojada amante si debía agregar.

La misma que ahora la tenía allí y solo le dejaba dos opciones posibles: saltar por su cuenta o recibir un disparo del arma que tenía apuntándole y ser arrojada al vacío por la fuerza del impacto.

Selene sabía que iba a morir, pero su orgullo se negaba a permitirle a la otra mujer, la satisfacción de acabarla con sus propias manos. Y eso solo le dejaba un posible camino.

Sin darle tiempo a la loca del arma, como había comenzado a llamarla en su mente, de hacer algo; dio el paso que faltaba y se encontró a si misma cayendo.

Antes siquiera, que su cuerpo golpeara contra las rocas bajo ella, una gran ola se elevó, arrastrándola.

En el proceso, el agua golpeó el borde del acantilado, con fuerza suficiente para hacer que la tierra se desmoronara bajó los pies de la otra mujer; y como si de una orden se tratara, el mar le abrió paso al cuerpo descendente permitiéndole golpear las rocas.

Esa misma agitación, rápidamente formó un pequeño remolino bajo Selene tragándola. Tan fácil como se hundía en ese movimiento constante, el agua se cerraba sobre ella cubriéndola.

Y entonces perdió el conocimiento.




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