Solsticio de Luna

Parte Tercera

Lentamente la conciencia regresó a Selene.

Podía sentir su cuerpo recostado sobre una superficie cálida y una sensación de plenitud invadiéndola, pero eso nada tenía que ver con los últimos recuerdos que poseía.

Parte de sí misma quería abrir los ojos, pero la otra parte se lo impedía.

Su cabeza barajaba todas las posibilidades que podía encontrar para explicar esas sensaciones, pero la única que tenía sentido era la que más temía... La loca del arma había tenido éxito en matarla.

La sola idea le resultaba frustrante.

Mientras la otra mujer regresaría felizmente a los brazos del prometido que su padre había querido imponerle, Selene no volvería. Nadie sabría jamás lo que había sido de ella ni encontraría su cuerpo una vez que fuera arrastrado por las olas.

Molesta con el rumbo que estaban tomando sus pensamientos, la determinación la invadió y se decidió a realizar la simple acción que había estado postergando.

Poco a poco, tras incorporarse, abrió los ojos y parpadeó. Varias veces.

En un segundo todos sus pensamientos anteriores volaron de su mente, reemplazados por un caleidoscopio de sensaciones que le produjo la maravillosa vista frente a ella.

Vagamente registró en su mente que la superficie donde se encontraba era una cama, toda su atención estaba en lo que la rodeaba.

Poniéndose de pie y extendiendo los brazos hacia delante, avanzó hasta que sus manos tocaron el límite de la habitación... Una pared de cristal.

Incluso el techo era de esa forma.

Con incredulidad, Selene observó la escena que se sucedía al otro lado del muro.

Una hermosa ciudad de cristal se alzaba frente a ella.

Calles iluminadas con pequeñas esferas flotantes de diversos colores se extendían hasta donde sus ojos alcanzaban a ver. Pequeños cardúmenes de peces, hipocampos y diversas criaturas marinas nadaban entre los edificios. Más extraño aún le resultaron las tres personas con cola de pez que vio jugando con un delfín.

Si bien el cristal le permitía ver el exterior, no sucedía lo mismo con el interior de las otras construcciones, pero estaba segura que de poder hacerlo habría más gente como ellos.

Intrigada, Selene giró por la habitación, siguiendo con la mirada el camino de esas personas.

Y entonces lo vio.

Un hermoso hombre con cabellos de fuego y ojos de oro la observaba desde la silla que ocupaba, en el rincón más alejado de la habitación.

—Bienvenida a la Atlántida.




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