Solsticio de Luna

Parte Cuarta

20 años antes…

Zale estaba aburrido.

La fiesta que se llevaba a cabo en el salón del palacio Coral, suponía ser para festejar su cumpleaños número seis, pero nadie estaba prestándole atención.

Desde que tenía memoria, cada uno de sus cumpleaños había sido de esa forma.

Su padre al igual que siempre, sentado en su trono, demasiado ocupado con su trabajo como rey de la Atlántida. El resto de su familia simplemente brillaba por su ausencia, poco dispuestos a abandonar sus propios planes en la fiesta y dedicarle algo de tiempo al príncipe menor.

¿De qué le servía tener siete hermanos y un palacio lleno de sirvientes si ninguno de ellos quería jugar con él?

A veces llegaba a pensar que todo eso se debía a su apariencia, pues, con su cabello rojo intenso y sus ojos de oro, nada se parecía al resto de su familia. Y eso dolía.

Molesto, se levantó del rincón donde estaba y usando su cola para impulsarse, salió en busca de Kir.

El pequeño hipocampo había sido un regalo de su madre poco antes de morir. Ella sostenía que el color del animal iba a juego con su cabello... Y a él le gustaba aún más por esa razón.

Rápidamente atravesó los pasillos que conducían a su dormitorio e ingresó.

Amaba esa habitación. Además de ser una de las más grandes del palacio, su ubicación en la parte más alta del palacio y sus muros de cristal le daban la mejor vista.

Escaneando con la mirada el lugar, encontró a Kir justo donde lo había dejado... Durmiendo sobre su almohada. Le llevó un momento despertarlo y en poco tiempo, ambos estuvieron nadando a través de la pared falsa que daba al exterior, listos para salir en busca de una aventura.

Usando el jardín de coral que rodeaba el lugar y las decoraciones similares a lo largo y ancho de la ciudad, pudieron mantenerse ocultos, alejándose sin llamar la atención sobre ellos.

Una vez fuera de la ciudad, una veta rebelde emergió en él.

Zale estaba decidido a que su cumpleaños fuera memorable... Si iba a desobedecer lo haría en grande.

Amaba la sensación de libertad que lo invadía cuando nadaba y dejaba su cuerpo flotar en el agua, pero siempre había sentido curiosidad por ver la superficie, aún cuando su padre había dejado claro que eso estaba prohibido.

Ese día lo vería todo.

Feliz y determinado emprendió el camino ascendente hacia su destino.

Casi alcanzaba la superficie cuando algo cayó al agua varios metros a su derecha.

Intrigado, nado en esa dirección, quedando de cara con la niña más bonita que había visto nunca... Y la más extraña.

Su largo cabello rubio flotaba enmarcando su carita angelical y resaltaba sus ojos verdes; mientras que sorprendentemente poseía dos pequeñas colas y claramente no podía respirar bajo el agua como él lo hacía.

Sin pararse a pensarlo, Zale la sujetó, la sacó a la superficie y la ayudó a subir sobre una gran roca que sobresalía; pero cuando estaba a punto de hablarle sintió la trompita de Kir golpeándole la cola para llamar su atención.

Volviendo a sumergir su cabeza, notó lo que había alarmado a su mascota. Al parecer no habían tenido tanto éxito en escaparse del palacio sin ser visto como creía, ya que un grupo de guardias reales se dirigían en su dirección... Unos muy enojados guardias.

Era hora de emprender la fuga.




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