Eso no podía ser bueno.
Guiándose por la seriedad en las palabras del recién llegado y la rigidez que se apoderó de su tritón, Zale, al escucharlas; definitivamente una presentación familiar era una mala idea.
Y si estaba en lo correcto, dudaba seriamente que pudiera salir tranquilamente de la reunión... Mucho menos volver a su vida.
No era tan tonta para no darse cuenta que una ciudad como la Atlántida, llena de sirenas y tritones, no había permanecido todo este tiempo oculta del ojo humano y considerada una mera leyenda, si dejaban ir y venir a todos los que se topaban con la verdad.
Por lo que sabía, el padre de Zale podía querer comerla en el desayuno. Y lo peor era que no tenía forma alguna de salir corriendo de allí como si el mismísimo diablo la persiguiera... O un grupo de tritones.
Sin muchas más opciones de donde escoger, solo esperaba poder confiar en Zale.
Inmersa en sus pensamientos no notó que los hombres habían terminado su conversación y la observaban.
—Querrá comerme, ¿verdad? —Soltó antes de poder contenerse.
—¿Quién?
—Tu padre.
—No exactamente. —Respondió Zale con una mueca ante sus palabras.
—Pero querrá mi cabeza.
—Nadie va a tocarte. —Selene no estaba segura de poder creer en sus palabras.—Él ya sabe que estás aquí así que ocultarte no es una opción, pero pase lo que pase nadie va a lastimarte. Cormac es mi guardia personal... Y ahora el tuyo. —Zale señalo al hombre junto a él. —Él estará detrás de nosotros todo el tiempo.
—Bienvenida a la Atlántida señorita...
—Selene. —Agregó ella, respondiendo a la pregunta no formulada por el tritón de tez morena.
—Es un placer al fin conocerla. —Cormac inclino su cuerpo en una medía reverencia hacia ella.
Zale se acercó a ella y puso una mano en su baja espalda instándola hacia la puerta. Resignada, Selene se dejó guiar sin protestar.
—Hora del show.