Solsticio de Luna

Parte Novena

Las imponentes puertas de coral se alzaban frente a ellos, intimidantes en su inmensidad. Incertidumbre y temor, ante lo que podía llegar a ver del otro lado, corría por las venas de Selene. Así mismo, cerradas, eran un pequeño consuelo, que le otorgaba un momento más antes de tener que enfrentar su destino.

La mente de Selene quedó paralizada, cuando los guardias custodiando la entrada, abrieron las puertas. Solo la última indicación de Zale persistía en su cabeza... Jamás soltarse de él fuera de su habitación o ya no podría respirar.

Dejándose guiar por los dos tritones junto a ella, ingresó en la sala del trono.

Corales luminosos, similares a los de las calles de la ciudad, estaban dispersos por paredes y techo. Pequeñas estrellas de mar moviéndose sobre éstos, jugaban con las luces, dándole un hermoso efecto al ambiente. Algas de diversos colores, se entrelazaban en las bases de columnas y esquinas. Sirenas y tritones de todas las edades, completaban el panorama de la abarrotada sala.

Al acercarse, susurros y gestos nada disimulados señalándola, comenzaron a llenar el salón a medida que las miradas se posaban en ella. Un seco golpe en el suelo resonó, haciendo que todos se separaran automáticamente, dividiéndose cual Mar Rojo.

El sendero formado recorría de punta a punta el centro del lugar, desembocando a los pies de un trono con forma de almeja gigante; donde un gran tritón aguardaba.

Solo una mirada bastó para que Selene notara que quien los esperaba, no solo era el padre de Zale, sino también el rey de la Atlántida. El tridente y la corona que portaba, descartaban cualquier posible duda remanente.

La tensión entre Zale y el rey, llameó en un instante.

—¿Te atreves a traer una simple criatura de dos colas a mi castillo?—Bramó. —Conoces las reglas. Jamás interactuar con los habitantes de la superficie.

—Ella es mía. Su lugar está aquí. —Contrarrestó Zale.

Selene podía ver la ira en ebullición, tras la aparente calma de sus palabras y su postura relajada.

—Ha visto demasiado. ¡Debe morir! —Exigió el rey.

—No me obligues a desafiarte padre. Si quieres derramar su sangre, tendrás que pasar sobre la mía.

El suspenso se extendió por la sala, elevando la expectación y el miedo entre la multitud. Entonces, como si nunca hubiera estado allí, el tono morado que había adquirido el rey en su arranque de furia, abandonó su rostro y un brillo calculador se instaló en sus ojos al momento de hablar nuevamente.

—Bien. Si lo que dices es cierto, entonces no le importará demostrar que pertenece a la Atlántida.

El silencio subsiguiente, llenó de aprensión a Selene.

La mano de su tritón extendiéndose hacia atrás para sujetarla, la hizo percatarse de haber retrocedido un paso inconscientemente.

—¿Cómo sugieres que lo haga? —Inquirió Zale lentamente.

La rigidez de su cuerpo y la sonrisa autosuficiente del tritón en el trono, no dejó dudas en la mente de Selene que Zale lo sabía, incluso antes de formular la pregunta y no sería nada bueno para ella.

Las colas no crecían mágicamente.

»Dejemos que sostenga el tridente... Veamos como le va. —Sentenció.

Jadeos sorprendidos y murmullos recorrieron la sala.

El rey extendió hacia delante el brazo que sostenía el tridente y lo soltó. El objeto en cuestión, quedó de forma vertical, flotando por sí mismo a unos treinta centímetros del suelo.

Lentamente, Cormac endureció su postura junto a Selene, listo para atacar en cuanto la orden fuera pronunciada por Zale; pero ella no estaba dispuesta a permitir que salieran heridos protegiéndola. Antes de que ninguno de los dos pudiera reaccionar, dio los pocos pasos que la separaban del trono y el tridente aguardándola.

En el instante que su mano extendida se cerró sobre el mango del tridente, Selene jadeó sobresaltada. Una onda de energía la recorrió, creando una luz cegadora que creció hasta inundar completamente la sala del trono.




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