Adam y yo fuimos a la empresa lo más rápido que pudimos, le dije que me urgía llegar y pagamos un taxi hasta allá.
El elevador iba muy lento, Adam se reía de mí y yo no entendía el por qué.
Llegando noté que el escritorio de Tabata estaba vacío, ella no estaba por la oficina. Por lo menos sé que todavía no se la da a algún jefe ya que ellos están atorados en el baño de un buen restaurante, quizá podría hablar con ella pero primero debo de buscar la carta para desaparecerla, debe de estar en alguna de sus carpetas.
A ver Ana, concéntrate. Si fueras una carta de renuncia ¿dónde estarías?
Adam estuvo a mi lado todo el tiempo, viendo cómo movía los papeles y carpetas de Tabata. Cuando comencé a sentir ansiedad, Adam se aclaró la garganta.
—¿Buscas esto? — Preguntó sacando de su cartera mi carta doblada.
—¿Qué haces con eso? — Pregunté.
—La pregunta aquí es ¿Por qué ibas a renunciar? ¡Ana! Tú eres el motivo de que venga a trabajar cada día. — Me abrazó fuerte y yo intenté safarme sin éxito.
—Adam, yo no iba a renunciar. —Me defendí y me soltó.
—¿Entonces por qué la escribiste? — Me preguntó acusándome.
—Es mejor que no lo sepas, no quieres saber todos mis sentimientos. — Tomé la carta, la abrí para verificar que realmente era, la rompí en muchos pedazos y los guardé en mi bolsillo.
—Tranquila, estaba en el piso. — Se justificó. — Así que la guardé para preguntarte más tarde pero se me olvidó por completo.
Lo pensé un segundo.
—Esta bien, te debo una. — Sonreí y juntos caminamos a nuestros escritorios.
—Chicos. ¿Dónde estaban? — Preguntó Berna.
—Nos mandaron a hacer un papeleo. — Adam respondió.
—Tabata los estaba buscando y trató de comunicarse con ustedes. — Nos avisó.
—¿Para qué? — Pregunté.
—Los mandó conmigo, debemos de salir a campo a hacer algunas preguntas y además debemos buscar tiendas ocultas para agregarlas a nuestro sitio web, vincular micro empresas y agilizar las ventas o servicios por internet. — Nos explicó.
Inmediatamente fuimos al auto de Berna mientras nos explicaba más a detalle todo, no entendí demasiado pero Adam parecía haberlo entendido muy bien.
Berna veía tiendas que no estaban visibles en Google maps y se paraba, entrabamos y Berna nos pidió observar lo que él hacía o decía para que después nos separáramos y pudiéramos hacerlo nosotros solos.
Berna se presentaba, hablaba de nuestra empresa y ofrecía el servicio de registrar el negocio en línea y mediante la aplicación crear publicidad para que tuvieran más clientes, pero muy amablemente lo ignoraron.
—No creo que sea fácil. — Le comenté cuando salimos de la tienda.
—No lo es, es muy difícil. — Berna parecía estar molesto, pero no con nosotros, si no con todo el general. Me di cuenta que no disfrutaba aquello.
—Es porque cualquiera sabe registrar su negocio en internet y los que no lo registran deben ser personas mayores que no saben de tecnología, pensarán que es arriesgado o simplemente no confiaran en nuestras palabras. —Expliqué. Adam asintió dándome la razón.
—Es el trabajo que nos mandaron a hacer. — Dijo de mala gana entregándonos un formato.
— Aquí están todos los campos que se deben llenar, también hay un permiso que debe firmar el propietario del negocio. — Berna subió a su auto y nos dejó ahí en medio de la calle.
— No puedo creerlo. — Adam parecía molesto.
—A mí tampoco me gusta. — Limpié el sudor de mi frente, el calor era sofocante.
—Tienes razón, nadie va a querer otorgar algún permiso a dos desconocidos. — Se encogió de hombros. —Mejor vamos por un helado.
Lo miré unos segundos regañandolo con mi mirada.
—Adam, aunque no nos guste, nos pagan por hacer lo que nos ordenen. Tampoco es algo imposible, vamos. — Caminé pero Adam se quedó parado con cara de berrinche. Tuve que regresarme, tomarlo de la mano y jalarlo.
—Con estos tratos sí me dan ganas de trabajar. — Caminó por voluntad propia sin soltar mi mano.
—Y luego quieres ser tratado como un adulto. — Me reí.
Nos imaginé a ambos como madre e hijo.
—Soy un adulto. —Soltó mi mano pasó la suya delicadamente por mi espalda para caminar juntos, hasta su forma de caminar cambió.
Fuimos de tienda en tienda por dos horas, pero yo tenía razón y era muy difícil. Las personas mayores eran groseras.
Las mujeres fueron más amables… con Adam, él tuvo que halagarlas intensivamente para que nos escucharan, pero ninguna estaba interesada. Me burlé de Adam por sus conquistas con mujeres mayores.
—Odio los tacones. — Me senté en una banca de la calle.
— Yo digo que hay que hacer huelga, al menos deberían de avisar con anticipación. — Adam se sentó a mi lado de mala gana.
—Para faltar. — Dijimos a coro, nos reímos.
— Debemos comer algo. — Adam miraba el reloj de su muñeca.
— Sí, muero de hambre. — Los pies me pulsaban.
— Te toca invitarme a comer. — Dijo con indiferencia mirando su teléfono.
—¿Disculpa? — Dije ofendida.
—Yo invité ayer, debes devolver el favor. — Seguía indiferente.
—Eso no es justo. — El bloqueó su teléfono y me miró. — Debemos hacer algo para decidir quién invita. — Me miró confundido. — Piedra, papel o tijera.
Adam sonrió.
—Y el niño soy yo. — Se burló.
—¿Temes perder? — Alcé una ceja.
—De acuerdo, pero pondré papel. — Se giró para estar frente a frente.
—¿Qué? —Dije confundida.
—Tú eres tan predecible que pondrás tijeras, entonces yo no quiero que te molestes, así que pondré papel para que puedas ganarme. — Adam me mostró su puño.
—¿Estás tratando de confundirme? — Pregunté tratando de pensar en todo lo que acababa de decir Adam.
—Claro que no, de hecho poner tijera te da más posibilidades de ganar. — Nos miramos unos segundos. No era buena para probabilidades, las probabilidades siempre estaban en mi contra.