Me apresuré con los preparativos del funeral, no dejé que Alejandro hiciera nada. Quería que él estuviera tranquilo, Ximena me ayudó de mala gana y la ayuda de los vecinos no tardó en llegar. Ya teníamos comida para los que iban llegando porque vivían muy lejos y también teníamos muchas manos para ofrecer, todos me saludaban con ternura y me hablaban de lo mucho que mi suegra me quería.
Alejandro y yo estuvimos juntos casi todo el tiempo, Alejandro me dió ropa de Ximena y me cambié, después nos separamos porque estaba ayudando a mi suegro y a Ximena a recibir a la gente.
Todo fue muy rápido, el entierro fue temprano, quise quedarme a hacer la comida para cuando ellos regresaran pero Alejandro me pidió que lo acompañara, porque no quería estar solo.
Fuimos, las vecinas se quedaron haciendo de comer y yo lo acompañé, fue una escena horrible, Alejandro se hacía el fuerte pero me abrazaba, en su cuerpo se sentía el temor que esto le provocaba.
De regreso todos le daban el pésame, hablaban con él y yo me desaparecí, comencé a recoger la basura y a lavar los platos para darles de comer a las personas que iban llegando, Alejandro, su padre y su hermana no tendrían cabeza para estar haciendo estas cosas. Alejandro me buscó entre la multitud y me dió su teléfono, mi padre y Carmen no paraban de llamarlo.
Hablé primero con Carmen, me dijo que lo de la madre de Alejandro salió en las noticias y en internet, que si quería que fuera pero le dije que no. Alejandro estaba muy mal y ni siquiera le importaba esta gente. Mi padre me dijo lo mismo, me dijo que toda mi familia ya venía para acá pero los detuve, si venían lo más seguro es que habría problemas, lo mejor era que nadie de mi familia se presentara.
Aceptaron después de varios minutos de gritos, pero me pidieron que no dejara solo a Alejandro y aunque no me lo pudieran, no lo haría.
Comencé a servir la comida, ya iban a ser las 11, todos tenían hambre, yo metía los platos y cucharas, las lavaba y después las sacaba para tener más.
Cuando estaba apunto de sacar la pila de platos escuché las voces de mi suegro y Ximena, ellos estaban afuera, una puerta nos separaba pero eran claramente sus voces.
— Ella le dijo a Alejandro que no podía estar con él porque era un muerto de hambre, ¡Y mírala! Ahora regresó arrastrándose porque se volvió rico. — Mi suegro se quejaba.
— Nunca vino cuando mi mamá enfermó. — Ximena le reprochó. — Eran las mejores amigas y nunca la visitó.
— Dale gracias al cielo de que se divorciaron a tiempo y que no tuvieron hijos, eso hubiera sido un castigo de Dios. — Mi suegro caminó hacia nuevas personas que llegaron a darle el pésame, Ximena fue detrás de él.
Suspiré, retomé fuerzas y salí a dejar los platos.
—¿Ana? — Me llamaron y voltee para saber lo que querían, me quedé estática al notar que Luisa estaba frente a mi, detrás de ella estaba Berna, Tabata y Adam. — ¿Qué haces aquí? — Todos me miraban atentos a una respuesta.
—Buenos días, ¿Cómo están? — Sonreí falsamente, ¿Qué hago? ¿Qué digo? ¿Y si se enteran?
—No fuiste a trabajar, no contestas tu teléfono y estás aquí. — Me regañó Tabata. —¿Qué haces aquí? — Me miraban mal, confundidos.
—Pues… — Traté de buscar alguna excusa pero no tenía ninguna.
—¡Eres realmente astuta! — Me gritó Berna molesto. — ¡Viniste aquí desde temprano sin avisar porque te enteraste de que había muerto la madre del jefe! ¡Querías estar aquí para que los jefes lo notaran y ganarte su confianza, su amistad! — Me acusó.
—¿Es eso, Ana? — Preguntó Tabata con enojo.
—Sí. — Me agarré de esa idea absurda. — Es lo que hice. — Asentí. — Lo siento. — Todos parecieron molestarse, excepto Adam, él no había creído absolutamente nada.
—¡Escucha…! — Luisa comenzó a gritarme pero Adam la interrumpió.
—Es mejor que vayamos a dar el pésame, después hablaremos con Ana. — Corrió a todos, Berna asintió, los tres se fueron a buscar a Alejandro y después Adam se me acercó muy serio. —¿No leíste mis mensajes?
—Mi teléfono está apagado. — Le avisé.
— Y entonces… ¿Cómo supiste del funeral? — La pregunta me tomó por sorpresa.
—Mis... papás viven por aquí, ¿No te acuerdas? — Le recordé. — Me enteré desde muy temprano. Pasé la noche en casa de mis papás.
Adam me miró confundido, tratando de unir piezas.
—¡Ana, los platos! — Me gritó una vecina, ella era la mejor amiga de mi suegra.
— Después hablamos, estoy apurada. — Me libré de sus preguntas incómodas… no por mucho.
Cuando Adam fue a darle el pésame a Alejandro le di de comer a él y a los de la oficina, de pronto Adam se levantó y se ofreció a lavar los platos por mi o atender a los que estaban llegando, realmente me confundí demasiado pero no lo detuve a ayudar, eso no haría raro que una simple pasante ayude tan arduamente en el funeral de la madre del director, si mi suegra estuviera aquí nos reiríamos de esta situación.
No pasó más de media hora y Tabata, Berna y Luisa estaban atendiendo a las personas que llegaron, habían relevado a la gente que estuvo aquí desde que amaneció y eso era un alivio para ellos.
—Ana. — Escuché mi nombre y voltee por inercia.
—¿Sí? — Le contesté a Ximena que me observaba con desprecio.
—Ven. — Me tomó del brazo casi haciéndome daño y caminamos dentro de la casa para salir al patio trasero, me soltó dándome un empujón. — A ver ¿Porque juegas tan sucio?
—¿De qué hablas, cuñis? — Mi suegra me había obligado a llamarla así.
—¿Cuñis? — Se rió. — Ya no somos nada. ¡Somos extrañas! — Me despreció. — ¿Qué estás tramando? ¿Estás celosa porque mi hermano tiene mucho dinero o estás aquí porque quieres recoger las migajas de lo que queda?
—¿A qué te refieres? — Seguí en modo amable.
—¿La empresa de mi hermano es la única que hay? — Me di cuenta que se enteró de mi empleo en la empresa de Alejandro. —¿Cómo te atreves a trabajar en su empresa?