—Suelta eso. — Alejandro me quitó la ropa que estaba cargando y la puso en la lavadora, todos nos miramos confundidos. — Deberías irte a descansar, yo termino aquí. — Me sonrió.
Mi madre me miró con odio.
—Yo no me dije que viniera. — Susurré discutiendo con ella.
Alejandro ponía las cantidades exactas de detergente y suavizante, después de la otra lavadora sacó la ropa y la pasó a la secadora, comenzó a tararear una canción que yo no conocía, revisó cada prenda para verificar que todo estuviera en orden.
— Esta tiene una mancha, deberíamos lavarla de nuevo. — Alejandro puso la prenda a un lado y después se giró a verme. — Amor. — Se acercó y me acomodo el cabello. — Ya te dije que deberías irte a descansar un poco, yo me encargaré. — No entendía este trato ¿Estaba bien de la cabeza? — Mira. — Tomó mi mano y la puso en sus bíceps. — Hago ejercicio y puedo cargar toooda esta ropa. — Señaló alrededor. — Puedo plancharla y acomodarla. Tú puedes sentarte. ¡Soy muy fuerte! — Presumió pero mi cara era neutral. — Aunque eso tú ya lo sabes. — Se puso rojo. — Siempre te gustó que te cargara en mi espalda. — Se acercó a mi oído. — Y ya sabes en dónde más te gustaba que te cargara.
Suspiré y aguanté el bochorno de ese comentario, me giré ignorándolo para seguir planchando.
—Vete a tu casa. — Mi mamá lo corrió.
—Pero necesitan ayuda, suegra. — Alejandro se defendió. — Prometo que terminaré rápido. — Fue a mi lado. — Deberíamos hacer un mecanismo que dispense el jabón y el suavizante, así nadie debería cargar los pesados botes y botellas. — Yo lo ignoraba concentrándome en la ropa. — También hay que comprar un carrito para que al entregar nadie deba de cargar. Podemos hacer las entregas en mi auto pero si les doy mi auto, ustedes deberían aprender a conducir. Puedo enseñarte.
Me giré para alejarme de él, me puse a acomodar la ropa.
La puerta se abrió y entró un hombre, parecía preocupado.
—Buenas noches, disculpen. ¿Podrían tener éste para mañana a primera hora? ¡Pagaré lo que sea! — El hombre le dió un traje a mi padre. — Mañana se casa mi hermana y no recordé que mi traje estaba sucio. ¡Por favor!
— No lo sé. — Mi padre miró a mi madre pidiéndole su aprobación.
—Yo lo haré. — Alejandro se ofreció. El hombre sonrió agradecido.
—¡Gracias! ¿Cuánto sería? — El hombre sacó su cartera.
—Cobrele, suegra. — Alejandro tomó el traje para clasificarlo con los datos, mi madre le cobró.
—Espera… — El hombre miró a Alejandro, el cual estaba sin su saco y con un delantal de la lavandería. —¿No eres tú Alejandro Sosa?
—Sí, soy yo. — Alejandro sonrió, yo miré toda la escena.
—¿Qué haces aquí? ¿Trabajas aquí? — Parecía asombrado.
—No. — Alejandro sonrió simpático. — Es la lavandería de mis suegros, por eso estoy ayudando, mi suegro está enfermo, señaló a mi papá.
Todos saben menos yo.
— Pensé que estabas trabajando aquí por los rumores. — El hombre parecía aliviado.
—¿Qué rumores? — Preguntó mi padre.
— Que su empresa está en crisis, todos dicen que estarás en bancarrota. — Aquel hombre les contó a todos, Alejandro y yo lo miramos incómodos, mis papás y Carmen miraron a Alejandro impactados. — Bueno, pasaré mañana a las 8:00 gracias.
El hombre salió de la lavandería, yo me giré y seguí en lo mío.
Seguimos trabajando en silencio, yo miraba a Alejandro discretamente, ¿Perdería todo? Ha luchado mucho, sería injusto que lo perdiera todo por mi culpa, él se merece estar bien y ser estable…
Alejandro giró a verme y yo desvié mi mirada, me había perdido en mis pensamientos. Alejandro parecía más alegre y se puso rojo.
—¿Por qué está haciendo todo esto? — Mi mamá le preguntó susurrando a mi padre. — Es incómodo.
— Es obvio, está intentando volver con Ana. ¿No lo notas? — Mi padre reía, parecía que le agradaba la idea. — Y ya que está aquí queriendo ayudar… ¿Sería mucho pedirle que revise nuestra cañería?
—Ni siquiera lo intentes. — Susurré en forma de advertencia.
Mi padre me miró mal y seguimos trabajando.
Para ser honesta, Alejandro fue de gran ayuda, planchaba más rápido, además de que cargaba los costales de detergente sin ninguna dificultad. Fernanda y Gerardo llegaron a ayudar, jamás los había visto trabajar tanto.
Mis padres le invitaron a tomar un café cuando terminamos.
Fernanda estaba muy servicial, Gerardo no quería ni verme, algo me ocultaban. Aunque podría ser sólo que estaba con Carmen y quería portarse bien.
Fernanda retó a Alejandro y a toda la familia a jugar uno. Alejandro aceptó y comenzaron a jugar todos, excepto yo, yo sólo quería que Carmen terminara su café para irnos.
El juego se alargaba, todos hacían trampa, eran ruidosos y se formaron bandos. No dejaban que nadie ganara.
Todo se complicó cuando mi papá dijo uno y Alejandro tenía la oportunidad de comer 12 cartas o hacer que mi padre comiera 16. Sólo era cuestión de que él lo decidiera, pero estaba en un dilema, no quería estar contra mi papá pero tampoco quería que todos lo odiaran por dejar ganar a mi papá.
—Tira un +4 — Le ordenó mi mamá. — Todos sabemos que tienes ese comodín. — Advirtió.
Alejandro la miró presionado, después miró a mi padre.
— Tú y yo siempre nos hemos llevado bien, debes de comer 12 cartas. No vas a traicionarme ¿Verdad? — Lo chantajeó.
—Cuñado, piénsalo bien. Si papá gana va a molestar toda la semana. — Gerardo informó. — Nos harás sufrir.
—Deja que gané papá. — Defendió Fernanda. — Él está enfermo.
—¿Y qué tiene? — Mi mamá golpeó a Fernanda.
—Si comes 12 cartas yo te daré lo que quieras. — Mi padre negoció.
—¿Lo que yo quiera? — Alejandro estaba dudando.
—Es un chismoso, nunca cumple sus promesas. — Gerardo intentaba convencer a Alejandro.
—Tú me conoces, yerno. — Mi papá rogó.
—Nunca confíes en mí padre, ¿Entendiste? — Gerardo le advirtió a Carmen y ella asintió.