Me propuse no ver a Alejandro así que Héctor me avisa cómo está, él está amenazado por Fernanda, si Alejandro se entera de que yo me preocupo por él, ellos terminarán por décima vez en su relación y aunque lo extrañaba, era mejor así, así él podrá apresurarse sin tener nada en mente.
De nuevo en la lavandería sólo somos mi madre, Carmen y yo. Aunque Carmen se la pasa cuidando a mi padre y a mi madre, preparando el desayuno, llevando a mi padre al médico y masajeando a ambos de la espalda. No cabe duda que quiere ser la nuera perfecta, quiere ganarse a mis padres sin saber que ellos ya la aman.
Gerardo le trae diario una flor artificial porque a Carmen no le gustan las flores naturales, poco a poco se hace una pequeña rutina, eso es lo que necesitaba, una rutina como antes.
Mi paz no duró mucho, Alejandro, después de unos días, fue a la lavandería con una bolsa completamente llena de ropa.
—Buenas tardes. — Se dirigió a mí, eran las 6 de la tarde.
—¿Qué haces aquí? — Lo miré mal.
—Quiero que laven mi ropa. — Se encogió de hombros.
— Lárgate de aquí, tienes muchas otras cosas más que hacer. — Me di media vuelta. — Y no regreses nunca. — Agregue con voz exasperada.
— ¡Hey, señora! — Llamó mi atención. — Laven mi ropa. — Me ordenó señalando la ropa que tenía a un lado. Yo lo miré de nuevo perpleja, ¿En serio no iba a irse? — Lava mi ropa. — Repitió dándome una orden y me acerqué lentamente en forma amenazante. — ¿Puede lavar mi ropa por favor? — Alejandro se hizo hacia atrás cambiando el tono de su voz a uno más gentil.
—No puedo creer que estés haciendo esto. — Bufé y fui a su lado a meter la bolsa de ropa.
—Señora, no quiero que le pongan suavizante de telas con olor fuerte ¿Si recuerdas que no me gusta, verdad? — Alejandro le pagaba a mi madre la mitad de lo que era por la ropa. Carmen me ayudó con la ropa de Alejandro, comenzó a separarla pero Alejandro no se iba, cada cierto tiempo me llamaba. — Oiga, señora. — Yo me giraba hacia él de mala gana. — ¿Cuándo debo venir por la ropa?
—No te molestes. — Le sonreía irónica siguiéndole el juego. — Mandaré a Gerardo con tu ropa.
—No, no quiero pagar por el servicio a domicilio. — Actuaba como una persona prepotente.
— Es gratis. — No quité mi risa falsa.
— Entonces hágalo usted, parece una jefa muy gruñona que no sabe lo que es llevar el pedido de ropa.
— Sí sé lo que es.
— Pues no parece. — No le contesté pero siguió de pie sin hacer nada.
—Tienes diez segundos para irte o te sacaré a patadas. — Lo amenacé. — Uno… — Me crucé de brazos, Alejandro parecía estar pensando en las opciones que tenía. — Dos…
—Debo hacer la cena. — Mi madre se levantó de la silla. — Ojalá tuviera un ayudante, le pagaría con media ropa gratis.
Alejandro y yo miramos la mala actuación de ella.
—¡Yo lo haré! ¡Yo quiero ayudar! Usted no se preocupe, suegra. — Alejandro corrió de este lado de la barra que divide al cliente de nosotros. —¿Quieres que te ayude con algo, Jefa? — Se dirigió a mí con dulzura.
Mi madre sonrió y salió de la lavandería para ir a la casa.
Carmen y Alejandro platicaron todo el tiempo que él estuvo ayudándonos.
—¿Puedes ayudarme con todos estos trajes? Quiero quitarlos de ahí. — Le señalé los trajes y él asintió de inmediato haciéndolo.
—No hay mucho trabajo. — Parecía extrañado.
—Es lunes, hoy casi no hay gente. — Le recordé.
—Cierto, nuestras citas eran los lunes. — Respondió en tono melancólico.
—Lo siento. — Susurré y Carmen nos dejó solos un segundo.
—¿Por qué? — Alejandro rió sin entender.
—Por no poder estar juntos. — Le di la espalda para planchar lo último que quedaba de ropa.
—Lo estaremos. — Se acercó a mi por detrás y me abrazó, casi se nos quema la playera que estaba planchando, pero acepté su abrazo.
El teléfono de Alejandro sonó y él contestó de inmediato.
—¿Sí? — Al contestar se alejó de mí. —¿Qué pasa? — Esperó unos segundos. — ¿Estás seguro? — Su tono se volvió triste. — ¿Entonces cayó? — Quiso verificar, yo dejé la plancha y fui a su lado. — Verifica la situación y llámame de nuevo si me necesitan, Adiós, Berna. — Colgó.
—¿Era el señor Berna? — Gerardo, que acababa de llegar y yo le preguntamos al unísono.
—¿Para qué te llamó? ¿Es de la empresa? — Intenté ver su teléfono pero él lo alejó de mí.
—No es de la empresa, hay que terminar para irnos. — Me evadió y reanudó planchando.
—¡Ya llegaste! — Carmen entró a la lavandería abrazando a Gerardo, yo me estremecí cuando se besaron, hasta me daba asco.
—Hoy no te traje flores, hoy te traje cerveza. — Gerardo le informó dulcemente a Carmen.
—¡Excelente! — Ella parecía perdidamente enamorada de ese detalle.
Terminamos de acomodar y de cerrar la lavandería, fuimos a casa de mis papás a cenar, Alejandro bromeaba con toda mi familia, hasta comenzaron un nuevo reality basado en quién era mejor, si Alejandro, Carmen o Héctor y aunque no conocen a Héctor, Héctor ganó por soportar a mi hermana.
Fernanda nos contó la bella historia de amor de Héctor y ella, que Héctor estaba alardeando entre un grupo de chicas en un club nocturno sobre su empleo y todas las chicas estaban deslumbradas de que él trabajara y fuera la mano derecha del supremo Alejandro Sosa, Fernanda se acercó y le dijo que eso no era nada a comparación de lo cerca que ella está de él, así que Héctor y ella estuvieron conversando toda la noche según ella, aunque no sabemos a qué se refiere con "Conversar".
Durante esas horas yo miré todo aquello, las risas de mis padres, las risas de mis hermanos, incluso la de Carmen, todos se la pasaban muy bien, Alejandro no era la excepción, hablaba, contaba chistes, hacía bromas y hacía planes a futuro con mi familia.
Finalmente brindamos por el valor de Héctor y mis padres se fueron a dormir porque mi padre no puede estar mucho tiempo sentado.