Un mes después...
Uno a uno, sus estudiantes dejaron sus pupitres, mientras fueron acercándose a ella y ofreciéndole sus obsequios de agradecimiento por tan nutritivo año escolar.
Las vacaciones estaban a la vuelta de la esquina y, todos esos pequeños revoltosos ya se hallaban impacientes por disfrutar de su verano, pero también entristecidos porque extrañarían a su cariñosa maestra.
Salomé recibía gustosa esas tarjetas llenas de purpurina y colores brillantes con una sonrisa de oreja a oreja, también los chocolates que le obsequiaban en son de agradecimiento.
—¿Nos va a extrañar? —preguntó una de sus alumnas y desde la esquina de su escritorio, le regaló un mueca desconsolada.
Salomé se rio y se levantó para consolarla. Le revolvió el cabello ondulado con dulzura y acarició su mejilla por igual.
—Por supuesto que sí, ustedes son parte de mi vida y… —Se contuvo un sollozo—, estoy muy orgullosa de todos ustedes, de lo que juntos logramos este año y de las grandes cosas que lograremos el próximo año.
—¡Sí! —gritaron algunos estudiantes, los más entusiasmados por regresar cuanto antes.
—Yo no me quiero ir de vacaciones —sollozó Jean, su estudiante más cariñoso.
—¡Pero la maestra Torres tiene que ir de vacaciones al caribe! —reclamó Gini—. Ella también tiene derecho a descansar.
—¡Y a estar con su novio! —añadió Félix.
Salomé sonrió fingidamente.
—Su novio la llevará de viaje, por si no sabías —defendió Mina y todos se alegraron.
Salomé se rio y se sentó en la punta de su escritorio para seguir hablando con ellos.
—¿Y qué hay de ustedes? —preguntó ella, tratando de desviar el tema de su novio, el que, claramente, no existía—. ¿Ya tienen planes para este verano? —averiguó curiosa y los miró a todos con una sonrisa.
Algunas caritas cambiaron de alegría a tristeza en cuestión de segundos y Salomé supo que, tal vez, en casa, las cosas no eran tan buenas. Se contuvo un suspiro cuando tuvo que aceptar que, a veces, en sus manos no estaba el poder de protegerlos a todos.
—Mi papá dijo que iremos a ver a la abuela… —murmuró Colete con fastidio.
—¡Genial, amo a los abuelos! ¡Siempre hacen galletas y tartas que nos dejan con el corazón contento! —exclamó Salomé con alegría.
—Pero mi abuela fuma todo el día y… cof, cof… —Simuló una tos—. Me da tos y mi cabello huele mal.
—¡Iugh! —gritaron las niñas y miraron a la pobre de Colete con tristeza.
Salomé pensó rápido.
—¿Y si llevas a tu abuela al aire libre? —le preguntó Salomé. Colete le miró con el ceño apretado—. Así no tendrás tos y tu cabello no olerá mal y podrás tomar mucho sol. ¿Y qué vitamina nos da el sol? —preguntó y todos se impacientaron por responder.
—¡La D! —gritaron felices.
Ella sonrió satisfecha.
Colete formó una simpática “o” con sus labios y, tras analizar las sabias palabras de su maestra, se echó a reír emocionada por ese interesante cambio que su verano enseñaba.
—Maxime… —llamó Salomé y la niña le miró con pavor—. ¿Qué harás este verano?
La rubia se sobresaltó de la nada y respiró fuerte.
—Quedarme en casa —dijo con un hilo de voz y ni siquiera pudo mirarla a los ojos.
Salomé sabía lo que Maxime enfrentaba cada día en casa, así que no dudó en inventarse algo que pudiera salvarla.
—¿Les hablé de mis talleres de verano? —preguntó, aunque no tenía ni la más mínima idea de lo que estaba haciendo—. ¿No? —curioseó cuando vio todas esas caritas confundidas—. Que olvidadiza soy. —Se tocó la frente de manera divertida.
—Sí, maestra, es cierto —añadió Luna—. El invierno pasado, olvidamos entrar a Rayito de luz y se murió —sollozó, conteniéndose un puchero.
—¡Cierto! —se rio Salomé, al recordar la planta que cuidaban y la que ella había olvidado en la mitad de una torrencial lluvia—. Bueno, los que quieran participar en mis talleres de verano… —dijo escarbando en su bolso. Sabía que tenía algunas tarjetas en el fondo de su cartera—… pueden tomar una tarjeta y llamarme si quieren entrar.
La campana se oyó fuerte sobre sus cabezas y los gritos descontrolados de todos los estudiantes hicieron bullicio por todos lados.
Salomé se apuró por poner las tarjetas sobre el escritorio e hizo malabares para despedirse de todos los que se abalanzaban sobre ella para estrecharla en apretados abrazos y besos dulces.
—Yo también los extrañaré mucho, pero solo serán dos meses —repitió una y otra vez, mientras revolvió melenas y sonrió hasta que las mejillas le dolieron.
Una de sus amigas, Valeria, profesora de la secundaria, apareció en ese momento, pero vio el revuelo de los niños a sus pies y decidió esperar afuera, mientras miraba a esos pequeñines con aborrecimiento.
La verdad era que, la pobre estaba tan estresada con los estudiantes que tenía bajo sus cuidados que, se la pasaba amargada y abominaba todo tipo de vida inteligente.