Solteras y atrevidas

3. Cacería

Al terminar la noche, las tres buscaron un taxi para ir a casa y, despedir así, ese último día de trabajo para dar la bienvenida a esas ansiadas vacaciones de verano. 

En total soledad y avivada por los efectos de todo el alcohol que había bebido en compañía de sus amigas, Salomé decidió que no regresaría a su trabajo como maestra siendo otro año la solterona que se acostaba con todos. 

Estaba cansada de ser señalada por sus propios colegas como la devora hombres o la salvadora de citas rápidas. Estaba cansada de que cuchichearan a sus espaldas, que la tildaran de mujer fácil y muchas otras cosas que se negaba a repetir, porque ella sabía bien que no eran ciertas y que solo las repetían como cotorras viejas. 

Y, si bien, se divertía y descubría su sexualidad sin tapujos, empezaba a intrigarle eso de la vida en pareja, las promesas de amor y las propuestas de matrimonio.

Empezaba a intrigarle lo que era el amor. 

—Yo si he recibido propuestas de matrimonio en la primera noche —dijo orgullosa y muy borracha. 

El taxista la miró con curiosidad.

—¿Felicidades? —respondió liado. 

Ella se rio y pensó en todas esas oportunidades en las que le habían dicho las mejores frases post orgasmo: ¡Eres el amor de mi vida! ¡Me casaría contigo! ¡Te amo! ¡Me divorciaría por ti!

La última, la peor, puesto que a ella no le gustaba relacionarse con hombres ocupados, pero había caído en esas redes en un par de veces.

Se derrumbó en el asiento trasero del taxi y miró el cielo que ya aclaraba con tristeza.

—Pero sigo sola… —musitó para sí misma y un amargo nudo se acentuó en su garganta—. Soltera para siempre. 

Llegar a casa fue aún peor. 

Entró a su habitación, la que en el pasado había compartido con Priscilla y Micaela, sus hermanas mayores, pero ninguna de ellas estaba allí y eso solo intensificó el vacío que sentía. 

Las extrañaba, por supuesto, pero también extrañaba tener su lugar de hermana menor libre y atrevida.  

Se recostó en la cama que alguna vez habían compartido y los ojos se le llenaron de lágrimas cuando vio y sintió el gran vacío que ellas habían dejado, pero, por más que quiso llorar y soltar un poco lo que estaba enfrentando en ese momento de soledad y crisis, tuvo que tragarse todo su llanto cuando su hermana menor entró en su cuarto, invadiendo su privacidad. 

—Quiero estar sola… por favor —pidió calma.

—Solo te traía agua con gas, para que la resaca no sea tan mala —dijo Pía con dulzura y se apuró para poner el vaso a su lado.

—Gracias, pajarito —dijo Salomé y se incorporó para beber algo e hidratarse.

Pía se atrevió a sentarse en la literal del frente. 

—¿Te divertiste? —preguntó Pía con grandes ojos. Salomé asintió sin dejar de beber su agua—. ¿Conociste a alguien? Algún soltero guapo… —Soñó despierta. 

Salomé la miró con intriga. «¿Acaso siempre debía conocer a un hombre?» Se preguntó ofendida. «¿Acaso no sabía hacer otra cosa?»

Respiró cuando notó que estaba pensando a la defensiva y, si no se calmaba, iba a actuar por igual y las cosas no iban a terminar bien. 

—Solo éramos las chicas y yo —respondió sincera.

Pía asintió sin decir mucho. Podía sentir que algo estaba sucediendo con Salomé, pero, no tenía tanta confianza en ella como para preguntarle, no la confianza que alguna vez había tenido con Mica.

—¿Y ya decidiste qué harás en las vacaciones? —insistió la morena. 

Ya se imaginaba dos meses encerrada en casa. Aburrida y limpiando. 

Pía creía que Salomé podía ser su gran salvadora. 

Salomé negó y Pía se apuró para decir:

»Le dije a mamá que podíamos ir unos días al hotel, pero ella odia esas cosas lujosas y…

—¿Hotel? —la interrumpió Salomé—. ¿Qué hotel? —insistió.

Pía supo que, tal vez, podía convencer a su hermana mayor de hallar descanso y diversión gratis en alguno de los hoteles del gran Domink Ymal, quien les había regalado pases libres a todas para que visitaran el lugar que ellas quisieran. 

—Ay, ya sabes, el hotel de ese señor que es amigo de Alex —le recordó Pía y la cara de su hermana cambió a desagrado—. Mica y Alex son padrinos de su hija y…

—Sé muy bien de quién me hablas. —Salomé volvió a interrumpirla. Pía le miró con sospecha—. Y no me agrada la idea —refutó firme—. ¿Y por qué quieres ir de vacaciones? —preguntó—. ¿No se supone que estás trabajando en Colores?

Pía rodó los ojos.

—Sí, soy la asistente de Alex, pero se fue de vacaciones y nadie sabe cuándo demonios se dignará a regresar —explicó Pía con ahogo—. A veces me escribe para que le dé la información más importante de los correos que ha recibido, pero… nada más. —La miró con angustia—. Salomé, por favor… todas tenemos pases libres, podemos ir una semana, o dos; disfrutar del menú, de las fiestas,  las piscinas y…

—No —refutó Salomé y se puso de pie para rehuir de la insistencia de su hermana.



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En el texto hay: amor y odio, diferencia de edad, viudo

Editado: 28.10.2022

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