El empresario hotelero continuó con el resto de su día con normalidad, trabajando tranquilizo y actuando como si fuese capaz de tener el control de absolutamente todo, pero, la verdad era que, en el fondo, no podía dejar de pensar y repasar cada movimiento que había realizado para que Salomé fuera tratada como la diosa que era.
No quería que se le escapara ni un solo detalle.
Aneblaba que todo fuera perfecto y, si bien, seguía sin comprender qué había sucedido esa noche, en esa fiesta y en ese cuarto de baño público, no podía dejar de pensar en ello.
Se le repetía en la cabeza una y otra vez, incluso, le quitaba el sueño en las noches.
Aunque todo se le había escapado de las manos y ella había huido, de seguro avergonzada por haber sido descubierta por Alexander, él no estaba dispuesto a que eso ocurriera otra vez.
No iba a dejar que se le escapara y estaba decidido a conseguir aquello que tanto le había seducido a cualquier costo.
Esa noche y como ya era costumbre, Domink viajó hasta su mansión en compañía de su hija y su asistente, quien iba a todos lados con él.
La joven, que había dejado su ciudad para hallar un trabajo estable que la ayudara a mantener a sus padres, vivía con él y para él.
—¿Quiere que le ayude con la cena de Adrielle? —preguntó la asistente.
Se sabía esa pregunta de memoria, también la respuesta y, si bien, siempre existía negativa por parte del empresario hotelero, ella siempre se hallaba dispuesta a ayudar en todo.
—No, estoy bien —le respondió él y la miró brevemente.
La joven estaba de pie frente a él, con la mejor disposición de ayudar, después de haber trabajado más de doce horas continuas.
A Ymal le suscitaba congoja verse reflejado en ella, puesto que así había sido él en el pasado y, cuando había querido revertirlo, ya era tarde.
Su esposa había muerto y sus amigos ya no estaban allí para él.
Lo había perdido todo.
»No creo que siga trabajando por hoy, ¿por qué no vas a comer afuera, con tus amigos?—le preguntó Ymal con tono afable.
La joven le miró pasmada, pero luego se rio.
—¿Qué amigos? —le respondió ella con otra pregunta y muerta de la risa.
La cara de Domink cambió a desasosiego y la joven pudo percibir ese cambio tan extraño, así que no se quedó callada:
»No tengo tiempo para amigos, señor Ymal. Si quiero estudiar en Kingston y graduarme antes de los treinta, tengo que…
Domink alzó su mano y le pidió que se callara. En su otra mano sostenía un cuchillo y tenía los ojos cerrados, mientras intentaba razonar cada cosa que su joven asistente le decía.
—Créeme, hija… —se rio Ymal—, no quieres eso. —La miró con inquietud.
La cara de su asistente cambió a incomodidad. No quería que nadie le dijera lo que podía o no podía hacer. Sus padres siempre la habían limitado y no iba a permitir que un billonario derrochador e individualista le pusiera límites a su futuro, así que se preparó para reclamar y defender su plan de vida.
Pero Domink suponía lo que acontecería y se preparó también para darle el mejor ejemplo de todos.
Él.
—No quiero que pienses que te estoy limitando —le dijo amable y se fijó en lo que Adrielle hacia en su zona de juego—. De las veinte jóvenes que entrevisté, muchas de ellas graduadas de Kingston o MYT, ¿por qué crees que te elegí a ti? —le preguntó. Ella no supo cómo responder—. No tienes estudios, ni recomendaciones…
—No lo sé —respondió su asistente con apocamiento, tratando de entender qué era lo que el hombre le estaba diciendo.
—Tu carisma y sensibilidad le ganaron a toda esa porquería de estudios y diplomados de las demás —le dijo y comenzó a preparar los vegetales de su niña—, y si sigues creyendo que, no tener amigos, una vida social o visitar a tus padres los fines de semana, te llevará más lejos, estás muy equivocada. —Los dos se miraron con agudeza—. Todo eso, solo te llevará a una cosa: a quedarte sola.
Ella titubeó con el ceño apretado, mientras asimilaba lo que su jefe le decía.
Domink continuó:
»Cuando eran joven, era como tú y mírame ahora… —La joven le miró con grandes ojos—. ¿Qué ves? —le preguntó.
Ella tartamudeó nerviosa.
—A un hombre exitoso que… —Quiso decir, pero su jefe empezó a negar y a chasquear con la lengua.
—No, a un viudo, que tiene que criar a su hija solo, que está asustado y sin amigos, sin nadie que pueda… —afirmó Ymal.
Y se contuvo, porque, en el fondo, le dolía terriblemente revelar esa verdad que tanto le carcomía por dentro.
Su asistente le miró con pavor.
»A mi esposa siempre le dije que, cuando estuviéramos viejos, recorreríamos el mundo, que navegaríamos por las costas de Italia y que tendríamos tiempo para nuestro amor… —Le sonrió melancólico—. ¿Qué tiempo? —preguntó con un amargo nudo en la garganta—. Cuando estás aquí, en este lugar, crees que eres el dueño del maldito mundo, que puedes controlarlo todo… —jadeó por el dolor—, pero no puedes controlar el tiempo —dijo firme—. Me habría gustado tener más tiempo para ella y que ella tuviera más tiempo para Adrielle.