Solteras y atrevidas

6. Reprimidas

Si bien, Salomé guardaba esperanzas de que sus padres fueran con ellas de vacaciones y se relajaran un poco bajo el sol del sur y la costa cálida de Amebhya, la pareja se negó cuando la joven habló con ellos esa tarde durante la cena. 

Todos se reunían como ya les era costumbre y compartían ese pan recién horneando con gusto, aunque, en el fondo, Mica y Priscilla ya no estaban con ellas. 

—Ay, mija, no… —Se rio su madre—. ¿Ustedes me imaginaban con un bañador y de guata al sol? —Se señaló a sí misma con cara divertida.  

—¡No! —chillaron las menores con caras de horror. 

—Sí —confirmó Salomé y el señor Torres, quienes le contemplaron con admiración.

Todos se rieron otra vez. 

—Pues, yo ni loca sacaría mis carnes al sol, ya están arrugadas —se rio la señora Torres y se sentó en la mesa para comer con ellos.

Salomé rodó los ojos. Ella sabía que todo eso era mentira y que siempre tenía una y mil excusas para quedarse en casa. 

—¿Por qué mejor no nos dices los verdaderos motivos? —le preguntó Salomé, siempre atrevida.

Su madre le miró haciéndose la ofendida. El señor Torres se rio mientras esperó paciente a que su comida se enfriara. 

La mujer, colmada de orgullo, le respondió:

—No quiero dejar sola a Kristencita. 

Salomé refunfuñó entre dientes con esa actitud grosera que su madre tanto abominaba, y la que utilizaba solo para fastidiarla a ella. 

—Kristin tiene a sus padres y, disculpa que sea yo quien te lo diga, pero no te necesitan —respondió Salomé con dureza y esa acidez que siempre descomponía a su madre. 

Su madre se mató de la risa con un tono sarcástico y se preparó para refutarle.

—Para tu información, sí me necesitan —le rebatió su madre con tono infantil—. Priscilla acaba de llamarme y pedirme ayuda para mañana y el resto de la semana. Ella tiene que ir a terapia y Brant la acompañará. —Las dos se miraron con ímpetu—. Adivina quién se quedará con Kristencita… —Se jactó burlesca—. Sí, tu querida madre. 

Sabía que, nada le fastidiaba más a su hija que no tener la razón, aunque era terrible para ella aceptar que, su hija siempre la tenía.  

—Pues genial, prefieres quedarte a limpiar culos antes…

—Salomé —interrumpió su padre y la miró de reojo.  

Estaba enfocado en su plato de tallarines y no quería que esa deliciosa cena terminara arruinada por la discusión de todos los días. 

Madre e hija de lenguas filosas enfrentadas a muerte. 

Que ganara la más afilada.

Las menores se tragaban sus tallarines apuradas y atendían cada detalle de esa charla con grandes ojos, sin perderse ni un solo detalle y, por supuesto, tampoco de la cena. 

—Pero no estoy diciendo nada malo, papá —reclamó ella—. Solo me gustaría que, por una vez en sus vidas, puedan salir de aquí. —Los miró entristecida—. Que disfruten de su relación y viajen. Afuera hay cosas maravillosas y se las están perdiendo por estar aquí, trabajando día y noche —explicó con tono fastidiado y miró su humilde entorno con abatimiento. 

Michelle puso cara de horror cuando escuchó a su hermana hablar del amor de sus padres. Aunque de vez en cuando veía a sus padres compartir uno que otro beso o mirada dulce, no se los imaginaba con un amor tan fresco, como el que tenían sus hermanas mayores.  

—Hija… —Su padre cogió su mano para hablarle mirándola a los ojos—. A tu madre jamás vas a separarla de su cocina —le explicó dulce—. Ella es feliz aquí y…

Salomé resopló.

—Y ¿qué? —preguntó enojada cruzándose de brazos por encima del pecho. 

Su padre sonrió.

—Nosotros ya vivimos, ahora es el turno de ustedes —le dijo entretenido—. Vayan ustedes, diviértanse y, créeme, nosotros vamos a descansar aquí, a nuestro modo.

Michelle se rio y miró a Lucero con gracia. 

—Van a descansar de los gritos de Lucero —se rio Pía y la aludida chilló insultada.

Todos pusieron muecas de dolor cuando su chillido agudo les perforó el oído y les hizo sentir desagrado.

—Dios mío, Lucero… —reprochó su madre con cara de dolor mientras se tocó la oreja—. Si sigues así, me vas a dejar sorda antes…

—Sorda y loca —bromeó Pía.

Y Michelle no tardó en unirse con sus canciones animosas.

Todos se rieron y continuaron comiendo como si nada hubiese ocurrido, pero, en el fondo, a Salomé no le gustó la idea de que sus padres no fueran con ellas, y tuvo que aceptar lo que su padre le había dicho y asumir que, tendría que cuidar a tres chiquillas descontroladas durante dos tortuosas semanas. 

 

El domingo en la noche, todas corrieron por toda la casa, organizando sus maletas, sus trajes de baño y sus cremas especiales para sus cabellos crespos. 

No querían que los químicos de las piscinas o la sal del mar arruinaran sus hermosas cabelleras, tampoco sus pieles color canela, con ese toque sedoso juvenil que atraían un sinfín de miradas.



#1061 en Novela romántica
#419 en Chick lit
#363 en Otros
#146 en Humor

En el texto hay: amor y odio, diferencia de edad, viudo

Editado: 28.10.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.