Solteras y atrevidas

7. Cambios

Salomé ondeó sus caderas y sus piernas se menearon a un ritmo que la hicieron sentir que estaba en una pasarela. Con todos esos ojos curiosos encima, sabía que ese era su momento de poner toda la carne a la parrilla, y de mostrar la buena calidad de esos filetes con los que había sido bendecida. 

Sus hermanas caminaron detrás de ella con paso atolondrado, tan confundidas por su actuar que, solo Pía creyó entender lo que estaba pasando.

Los hombres voltearon para mirarlas y las caras de esos masculinos señores se transformaron en deseo cuando notaron la sensualidad de la morena, sensualidad de la que ella era conocedora y que sabía usar muy bien a su favor.

—Buenas tardes, bienvenidas a Salad Hotel & Resort —saludó la recepcionista del hotel, con su impecable traje azul de dos piezas y las miró a las cuatro con una hermosa sonrisa.

Las Torres menores se iluminaron completas cuando vieron ese entorno tan maravilloso. 

—Hola, buenas tardes. Tenemos una reservación —dijo Salomé y se apoyó delicadamente en el mesón.

—Muy bien, señorita —respondió la mujer y se preparó para buscar en su agenda—. Su nombre, por favor.

Salomé sonrió. Adoraba la forma en la que la estaban tratando. 

—Salomé Torres —respondió ella, delineando bien su nombre.

La recepcionista abrió grandes ojos cuando escuchó su nombre y no pudo disimular. 

Su compañera, la que trabajaba en el otro extremo del mesón, dejó todo de lado para acercarse a ellas y admirar con grandes ojos a esa morena que, tantas especulaciones habían causado entre todos los empleados del hotel.

—Sí… —dijo la mujer tecleando falsamente en su computadora y, de reojo, miró a la morena.

Encontró que, hermosa era poco. Era despampanante y las trenzas largas que lucía ordenadas en una coleta, la hacían lucir elegante, pero con un toque femenino que muchas se veían imposibilitadas de superar.

La mujer se preparó para darle la noticia, siguiendo las indicaciones de su jefe, quien le había explicado que, la señorita Torres era un poquito difícil de convencer.

—Bueno, ha surgido un pro… —Carraspeó—. Ha surgido un cambio, sí… —dijo riéndose—, un cambio de último momento.

—¿Un cambio? —preguntó Salomé con esa mueca cargada de seguridad que tensaba a todos.

La recepcionista inhaló profundo y trató de manejar la situación de la mejor manera, pero la verdad era que, Domink Ymal las había puesto tan nerviosas con sus explicaciones y exigencias que, a las pobres empleadas les estaba costando fluir.

Su compañera tuvo que intervenir antes de que todo se fuera al demonio.

—Su reserva fue reacomodada, señorita Torres —declaró la trabajadora del hotel y Salomé apretó el ceño—. Se le ha asignado la Suite Ellara —explicó y alzó la vista para mirar a la intimidante morena—. El… El pent-house —aclaró tratando de verse firme.

Salomé abrió grandes ojos cuando oyó aquello y no pudo ocultar su desconcierto; el ceño se le apretó rápido y su cara cambió drásticamente cuando empezó a atiborrarse de interrogaciones referentes a ese cambio tan descabellado. 

De la nada, el corazón se le aceleró cuando creyó entender lo que estaba pasando y pudo sentir las mejillas ardientes, pero no tuvo mucho tiempo para asimilar nada. Sus hermanas no dejaban de chillar felices por la noticia y no la dejaban pensar con claridad.

—¿El pent-house? —inquirió Salomé bastante desconfiada y no tardó en mirar a todos lados, deseando encontrar al autor de todo el cambio—. ¿Está segura? ¿No es un error? —insistió y se levantó en la punta de sus pies para tratar de mirar la pantalla de la computadora que la dependienta del hotel miraba.  

Sabía que algo no estaba bien.

La mujer ocultó todo rápido. Cerró las ventanas con las que trabajaba y le sonrió fingidamente. 

—No, señorita, no es un error —musitó la mujer y rogó porque ya no hiciera más preguntas.

—Lamentamos mucho el inconveniente y todos los problemas que esto pueda causarle —excusó la segunda recepcionista y le regaló una forzada sonrisa—, para recompensarla, vamos a incluirle la alimentación durante su estadía.

La cara de Salomé fue peor. 

—¿Durante toda la estadía? —sonsacó bastante enredada.

—Así es, señorita Torres.

—La verdad es que lamentamos el inconveniente y…

—Ay, vamos, Salo, deja de dudar, nos estaban haciendo un favor —cuchicheó Pía a su lado y trató de convencerla.

La desconfianza de Salomé era tan grande que, sus hermanas menores temían que no aceptara dicha propuesta y, por su paranoia, terminaran regresando a casa.

—Acepta, por fa —suplicó Lucero y le miró con carita de corderito a punto de ser arrastrado al matadero.

—Sí, ya acepta —se unió Michelle.

Salomé inhaló profundo y regresó con la recepcionista, la que le admiraba con cara de horror. Temía que la joven mujer no aceptara y que su jefe terminara desilusionado por su desempeño como recepcionista.



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En el texto hay: amor y odio, diferencia de edad, viudo

Editado: 28.10.2022

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