Solteras y atrevidas

8. Piscina

Salomé se obligó a dejar de pensar en lo que estaba pasando. 

Se forzó a creer que, todo eso se trataba de una simple y absurda coincidencia y se impulsó a comenzar sus vacaciones y con su estructurado plan para cazar un millonario que estuviera a su altura y, por supuesto, a la altura de los pretendientes de sus hermanas mayores.

No quería que el mundo creyera que eso se trataba de una competencia insana con sus hermanas mayores, puesto que, al final, era una caza en la que solo buscaba demostrarse a sí misma que sí era capaz de hallar a alguien que la quisiera y que dejaran de verla como todo el mundo hacía.

Como una facilona devoradora de hombres. 

Ella podía ser mucho más que eso. 

—Entonces… —Sonrió Pía—. ¿Cuáles son los planes? —preguntó animosa y se meneó por igual. 

Salomé la miró de reojo mientras navegó por todos los cuartos de ese espectacular pent-house. El lugar disponía de dos habitaciones amplias, incluso más grandes que la suya. Tres cuartos de baño, un salón de juegos, sala, cocina, comedor y más. 

—Aún es temprano —dijo la morena, mirando la hora en uno de los relojes que se hallaban en el lugar—. Me pondré mi traje de baño e iré a echar una mirada a la piscina y a mostrar mi depilación perfecta —le explicó paciente.

Pía asintió, aunque se sonrojó al recordar el cuerpo hermoso de su hermana. 

—¿Y nosotras? —investigó Pía.

Por primera vez, era libre. No tenía que entregarle explicaciones a nadie, ni llegar a la hora acordada.

Salomé centró sus ojos en ella y notó lo que estaba pasando en su interior. Ese revuelo de sentimientos mezclándose con el delicioso sabor de la libertad.

—Pueden venir conmigo, si gustan, o pueden ir a donde se les dé la gana —le dijo Salomé y se acercó a ella para poner sus manos en sus hombros—, mientras no llegues con un tatuaje, una perforación o un embarazo no deseado, todo estará bien —le explicó mirándola a los ojos con agudeza.

Pía apretó el ceño.

—Entonces podemos ir a la playa o… —titubeó la jovencita. 

—Sí, a donde gusten, pero siempre responsables —le recordó—. Aunque, no sé para qué te digo eso, si tú ya eres responsable —explicó para darle confianza. Pía abrió grandes ojos al oír eso—. Trabajas, ahorras para ir a la universidad y eres la más centrada de todas nosotras. —Le sonrió.

Las dos hermanas se miraron con dulzura y Pía no pudo resistirse. Se lanzó a los brazos de su hermana para estrecharla en un apretado abrazo. Salomé sonrió cuando tuvo a su hermana menor sobre ella y la recibió con gusto, mientras le arregló el cabello ondulado y esponjoso que todas ellas habían heredado. 

Se separaron cuando las menores aparecieron frente a ellas, luciendo sus mejores vestidos de playa, con sus toallas en las manos y algunos libros para leer bajo el sol, listas para ir a la playa, disfrutar del mar y esa arena blanca que las maravillaba.

Salomé terminó de cambiarse y, tras ponerse esa crema protectora olorosa en su cuerpo y un poco de perfume en el cuello, las cuatro dejaron atrás el pent-house para empezar sus tan esperadas vacaciones de verano. 

La mayor de las hermanas Torres lucía asombrosa con un traje de baño de dos piezas, aunque Pía insistía que, era tan diminuto que no le cubría nada.

—Solo lo esencial —dijo Salomé y le guiñó un ojo.

Michelle le miró complicada. Ella jamás había mostrado ni los muslos y, ver a su hermana con ese traje de baño tan diminuto y ese vestido blanco de tela transparente, la hacía entrar en duda.

—¿Y qué pasó con eso de dejar un poco para la imaginación? —preguntó Michelle y miró a su hermana con intriga.

Esa frase se repetía con constancia entre sus compañeras de la iglesia, con quien iba al coro y a realizar la caridad.

—Solo una mojigata diría algo así —le refutó Salomé.

Las tres se largaron a reír y se miraron con muecas divertidas. Salomé entendió lo que estaba pasando con ellas y no dudó en calmarlas antes de que terminaran haciendo desnudos en la playa.

»Pero, ojo —les dijo y las miró severa—. Yo soy una adulta, consiente y responsable de mis actos y de lo que voy a provocar con esto… —Se abrió la bata blanca de tela transparente para enseñarles su diminuto traje de baño—. Ustedes apenas descubren para que sirve el clítoris.

Lucero se quedó boquiabierta.

—¿Qué es el cliporin? —preguntó Lucero.

—Clítoris —le dijeron Michelle y Pía al unísono y Salomé solo suspiró rendida.

Se agarró la cabeza con las dos manos y se largó a reír, pero no porque sintiera gracia por la pregunta de Lucero, sino, porque de verdad le resultaba descabelladlo que fuese ella quien tuviese que enseñarle todo eso a sus hermanas y no su madre. 

—En la cena vamos a hablar de eso —les explicó Salomé y las tres menores se alegraron en demasía. 

Llegaron al primer piso del hotel y sus caminos se dividieron, no sin antes de que Salomé les entregara un par de indicaciones para sus cuidados. 



#1063 en Novela romántica
#419 en Chick lit
#364 en Otros
#146 en Humor

En el texto hay: amor y odio, diferencia de edad, viudo

Editado: 28.10.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.