Solteras y atrevidas

10. Las Torres no huyen

Salomé inhaló fuerte y se armó de valor para terminar con lo que, su pobre corazón había empezado.

—¿Está aquí para terminar lo que comenzamos esa noche? —averiguó ella con ese agudo malestar en el centro de su pecho.

Domink sonrió y negó.

—No, Señorita —respondió él, siempre tan caballeroso y delicado. 

Ella gruñó cuando no logró entender qué era lo que el hombre quería de ella.

—¿Y entonces? —preguntó rabiosa—. ¿Qué es lo que quiere? —Le miró con zozobra. 

Él sonrió otra vez y pasó su mano por su cintura. Ella se había acercado tanto a él que, ya no quedaba espacio que los dividiera. Incluso sus respiraciones iban al mismo ritmo apresurado.

—Quisiera que, lo que comenzamos esa noche, no termine nunca —susurró él sobre su oreja. 

Salome se tensó al sentir su voz masculina acariciándole la piel y alcanzó a cerrar los ojos por breves segundos, mientras se dejó llevar por lo que él le estaba causando, pero sus palabras hicieron eco en su cabeza y regresó rápido en sí para tratar de comprender qué había dicho.

—¿Qué? —indagó enrevesada.

No entendía nada de lo que le había dicho. 

Domink se preparó para responderle, para dejarle en claro lo que había sentido durante esas semanas lejos de ella y después de ese encuentro tan mínimo, pero que había causado tanto en él, pero los interrumpieron en la mitad de ese momento revelador.

—Salomé… —Llamó Michelle, bastante liada por lo que estaba viendo.

—¡Niñas…! —jadeó la aludida y a la fuerza se separó de Domink. 

Su hermana estaba ante ella. Le miraba con grandes ojos y la boca abierta. 

Pía y Lucero se unieron a ellos pocos segundos después y miraron todo con el ceño apretado. 

Estaban evidentemente confundidas.

—Señor Ymal… —Saludó Pía, bastante liada.

Domink se acercó para saludarla, pero Salomé salió corriendo apurada, totalmente avergonzada por lo que había ocurrido y atemorizada por lo que estaba sintiendo, también por las palabras de Domink que seguían haciendo eco dentro de su cabeza.

Sus hermanas menores hablaron brevemente con Domink y le agradecieron por su hospitalidad; tras eso,  se disculparon para ir tras Salomé, sin saber qué había ocurrido entre ella y el empresario hotelero. 

Grande fue la sorpresa cuando la hallaron en el interior del pent-house corriendo de lado a lado, reuniendo todas sus pertenencias dentro de la maleta y tratando de organizarse para salir huyendo de allí.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Pía, toda preocupada.

Salomé jadeó aliviada en cuanto las vio y no vaciló en entregarle sus bolsos para que se organizaran también.

—Nos vamos… —resopló Salomé.

Sus hermanas se pusieron pálidas.

—¡¿Qué?! 

—Pero si acabamos de llegar.

—No queremos irnos.

Dijeron sus hermanas al unísono, todas desacomodadas por la respuesta de su hermana mayor.

—Pues, yo no pienso quedarme aquí ni un segundo más—refutó ella y trató de ser clara—. Él está aquí, estoy segura de que lo planeó todo y… y… no pienso volver a verlo y… —Se calló cuando notó lo mal que estaba actuando. 

Sus hermanas le miraban con preocupación.

—¿Él? —preguntó Michelle.

Lucero le dedicó una mueca divertida. No tenía idea de quién estaban hablando.

—Domink Ymal —aclaró Pía y sus hermanas apretaron sus ceños—. Lo vimos en la entrada, ¿recuerdan?

Sus hermanas se alegraron al recordar al millonario. Había sido tan amable con ellas que, claramente seguían recordándolo, además era el dueño de todo eso y quien estaba haciendo realidad ese sueño de las vacaciones perfectas.

—¡Por supuesto que sí! ¡Es tan amable y simpático! —se rieron las menores—. Y guapo. —Se rieron más fuerte. 

Salomé las miró con irritación.

—¿Por eso estás actuando así? —preguntó Pía con calma y se acercó a ella con preocupación—. ¿Por qué Domink está aquí? 

—Mas o menos —respondió Salomé con orgullo.

—¿Es en serio? —se rio Pía.

—¡Sí, es en serio! —respondió ella con rabia—. Acabo de hacer el ridículo de mi vida y todo fue por su culpa.

Se cogió la frente con los dedos y soltó un gran suspiro.

—¿Y de quién es esa camisa? —preguntó Pía y la detalló de pies a cabeza. 

Salomé abrió grades ojos al recordar que aun vestía con su ropa. 

—Me caí a la piscina con él y mi traje de baño se rompió, así que él me prestó esto —explicó Salome y Lucero y Michelle abrieron grandes ojos—. Nos iremos dentro de poco…

—Entonces vamos a huir —la interrumpió Pía con rabia y la miró por igual—. Nosotras no nos queremos ir. Nos divertimos mucho en la playa hoy. —La persiguió por todo el lugar. Salomé rehuyó hasta el cuarto de baño—. ¿Por qué le tienes miedo? —le preguntó.



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En el texto hay: amor y odio, diferencia de edad, viudo

Editado: 28.10.2022

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