🌹 – La flor del pueblo
Selin siempre había vivido entre colinas y mar.
En su pueblo natal, Vahira, la vida era sencilla: el pan olía a horno de piedra, las mujeres usaban pañuelos bordados a mano y los hombres saludaban a todos por su nombre.
Allí el amor se prometía con miradas, no con contratos.
Por eso, en cuanto cruzó el portón de la mansión Arslan, sintió que su mundo se había apagado.
Su ropa lo delataba.
Aunque había intentado adaptarse, aún conservaba ese aire rural: blusas con bordados tradicionales, faldas amplias y un perfume floral que no era de diseñador.
En las fiestas de Kavseria, las mujeres vestían seda, labios rojos, joyas importadas.
Selin, en cambio, parecía una flor arrancada del campo y arrojada a un jarrón de cristal.
A la mañana siguiente del matrimonio, bajó al desayuno.
Feride Hanım la esperaba, impecable, rodeada de otras damas de la alta sociedad.
Cuando Selin entró, las conversaciones se detuvieron.
—Qué encantador —dijo una de ellas con una sonrisa fingida—. La nueva señora Arslan… parece salida de una pintura folclórica.
Las risas suaves resonaron como cuchillos envueltos en terciopelo.
Selin apretó las manos bajo la mesa.
—En mi pueblo, vestirse así es una muestra de respeto —respondió, con voz suave pero firme.
Feride Hanım arqueó una ceja.
—Querida, aquí el respeto se mide en otra moneda. Aprende rápido, o te devorarán.
Demir entró en ese momento, con su habitual frialdad.
Sus ojos se cruzaron por un segundo.
Él no dijo nada, pero su silencio pesó más que las burlas.
Después del desayuno, Selin subió al jardín interior buscando aire.
Allí, entre las fuentes y las rosas, la encontró Melda Yaman.
Alta, bella, segura. Vestía un vestido negro ceñido que contrastaba con la pureza del suyo.
—Así que tú eres la esposa —dijo Melda, con una sonrisa ladeada—. Qué sorpresa. Pensé que Demir prefería las mujeres con carácter.
Selin la observó en silencio, sin entender aún quién era.
Melda se acercó un poco más.
—No te preocupes, querida. Tu matrimonio será fácil. Demir no se interesa por las apariencias… ni por las esposas.
Y antes de marcharse, le rozó el brazo con una fingida amabilidad, dejando un aroma caro tras de sí.
Selin se quedó quieta, sintiendo cómo la humillación se mezclaba con una nueva sensación: rabia.
Esa noche, frente al espejo de su habitación, se miró largo rato.
Ya no vio a la muchacha del pueblo.
Vio a una mujer que tendría que aprender a sobrevivir entre lobos.
Y aunque no lo sabía, esa determinación era el principio del cambio.
Porque detrás de los muros de mármol, había alguien más que la observaba en silencio…
Demir, desde el balcón contiguo, con una expresión que ni él mismo entendía.