🌙 – La hija de Vahira
El amanecer sobre Kavseria era distinto.
El sol no acariciaba la tierra como en su pueblo, sino que se alzaba arrogante entre las mansiones de mármol.
Selin observó desde el balcón de su habitación los jardines perfectos, los guardias apostados, el brillo metálico de los autos estacionados.
Todo parecía impecable… y completamente ajeno.
Apretó el pequeño colgante que llevaba al cuello, el único recuerdo de su madre: una piedra azul en forma de lágrima.
“Nunca olvides de dónde vienes, pero aprende a sobrevivir donde te lleve el destino.”
Su madre se lo había dicho la noche antes de su boda.
Selin cerró los ojos y recordó su hogar.
Las calles de piedra, el olor a pan recién hecho, los niños corriendo tras las cabras.
Su casa, con las paredes encaladas y el patio lleno de jazmines.
Allí la vida tenía reglas claras, y su padre se había encargado de grabarlas en su mente desde pequeña.
> “Una mujer debe saber guardar silencio.”
“Tu deber es cuidar el honor de tu familia.”
“El respeto es más importante que la felicidad.”
“Tu marido es tu guía, tu escudo y tu prueba.”
Cuando aceptó casarse con Demir Arslan, lo hizo sin entender completamente lo que eso significaba.
Creía que estaba haciendo lo correcto: proteger a su familia, obedecer a su padre, cumplir su papel.
Pero ahora, rodeada de lujos que no le pertenecían, esas enseñanzas empezaban a sentirse como una jaula invisible.
—¿Señora Selin? —una criada golpeó la puerta—. La señora Feride desea verla en la sala de té.
—Voy enseguida —respondió Selin, ajustando el velo de su cabello y alisando su falda larga.
Cuando bajó, Feride Hanım la esperaba rodeada de dos mujeres mayores.
Sobre la mesa había porcelana fina, y un silencio pesado.
—Debes aprender las costumbres de esta casa —dijo la suegra sin mirarla—. Aquí, cada palabra tiene un precio. Hablar demasiado puede arruinar un apellido.
Selin asintió.
—Sí, señora. Haré lo que sea necesario para honrar a su familia.
Feride la observó con frialdad.
—Esperemos que así sea.
Durante el resto del día, Selin recorrió los pasillos en silencio.
Las empleadas murmuraban a sus espaldas, y algunos hombres la observaban con curiosidad.
A veces sentía las miradas de Demir, fugaces, distantes, como si quisiera asegurarse de que ella cumplía su papel.
Y ella lo hacía.
Callaba.
Sonreía cuando debía.
Comía en silencio.
Esperaba.
Pero cada noche, cuando quedaba sola, Selin se miraba al espejo y se preguntaba quién era ahora.
La chica del pueblo con trenzas y risa fácil parecía haberse quedado en Vahira.
Aquí solo quedaba una sombra obediente con apellido nuevo.
Y aunque aún no lo sabía, el silencio que aprendió a usar como escudo, algún día se convertiría en su arma.