Sombra de arslan

Capitulo 4

– Lágrimas de silencio

La cena de bienvenida fue un espectáculo de elegancia.
Candelabros encendidos, copas de cristal, un largo mantel de seda que caía hasta el suelo.
En la cabecera, Demir —impecable, impasible— presidía la mesa con la mirada fija en su copa.
A su derecha, Feride Hanım, con el porte de una reina que mide cada respiración ajena.
Y al otro extremo, Selin, con las manos entrelazadas, intentando parecer parte de un mundo que la devoraba despacio.

Las conversaciones giraban en torno a negocios, alianzas, política y nombres que ella no conocía.
Intentó seguir el hilo, pero cada palabra era un idioma nuevo.
De vez en cuando, alguien la miraba con una sonrisa indulgente, como si observara a una niña fuera de lugar.

Feride hablaba con voz suave pero cargada de veneno.
—Selin querida, ¿ya te has adaptado? Debe ser difícil para alguien de… ¿cómo se llamaba tu pueblo?
—Vahira, señora.
—Ah, sí. Un lugar encantador —dijo la mujer, degustando la ironía—. Me dijeron que allá las mujeres aún usan pañuelos en la cabeza. Qué... pintoresco.

Un par de risas contenidas resonaron en la mesa.
Selin bajó la mirada.
—Sí, señora. Allí aún se respeta la tradición —respondió con calma.
Feride sonrió, satisfecha por su docilidad.
—Qué dulce. Esperemos que aprendas pronto las nuestras.

Demir no intervino.
Siguió comiendo, como si nada de aquello le importara.
Ni siquiera levantó la vista cuando Melda apareció al final del salón, invitada por la misma Feride.
Vestía de negro, segura de sí misma, como si perteneciera a ese lugar más que la propia esposa del heredero.

—Demir —saludó ella con una sonrisa suave—, no sabía que aceptabas visitas tan formales sin avisarme.
El ambiente se tensó. Feride la recibió con un beso en la mejilla, como si fuera una vieja amiga.
Selin entendió entonces lo que todos sabían: ella era la extraña en esa casa.

Terminada la cena, se retiró en silencio.
Subió las escaleras despacio, con los ojos nublados, hasta llegar a su habitación.
Cerró la puerta y se dejó caer sobre la cama.
Las lágrimas le quemaron la piel, silenciosas, contenidas.
Se tapó la boca con las manos para no sollozar fuerte.
No podía fallar.
No podía desobedecer.
Tenía que ser la esposa perfecta que su padre esperaba.

Afuera, la noche de Kavseria brillaba con luces lejanas.
Selin pensó en su madre, en su casa, en las risas que ya no escuchaba.
Lloró hasta quedarse sin voz.
Y creyó que nadie la veía.

Pero desde el balcón contiguo, una sombra la observaba en silencio.
Demir, con el cigarro entre los dedos, miraba a través de la cortina entreabierta.
Su rostro seguía imperturbable, pero en sus ojos grises había algo nuevo.
Una grieta.
Una chispa de culpa.
O quizás de algo que él no estaba dispuesto a reconocer.




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