Sombra de arslan

Capitulo 5

– El perfume del deber

El amanecer en la mansión Arslan llegaba sin suavidad.
No había cantos de gallos ni olor a pan recién hecho, solo el rumor de los autos de lujo bajando por la colina y el sonido mecánico de los sirvientes preparando el día.
Selin se despertó temprano, como lo hacía en Vahira, y dejó la cama perfectamente tendida.
Nadie le había dicho que lo hiciera, pero su madre le había enseñado que el orden era una forma de respeto.

Eligió un vestido claro, sencillo, con mangas largas y detalles bordados a mano.
No era lo que las mujeres de Kavseria usaban, pero era lo único que la hacía sentir ella misma.
Cuando bajó al desayuno, Feride Hanım ya estaba allí, acompañada de dos invitadas y una criada sirviendo café.

—Buenos días, señora —saludó Selin, inclinando ligeramente la cabeza.
Feride la miró un instante antes de responder.
—Buenos días, Selin. He pedido que te enseñen las normas de protocolo. Si vas a ser la esposa de mi hijo, deberás comportarte como tal.

Selin asintió.
—Agradezco la oportunidad, señora. Aprenderé todo lo que deba aprender.

La suegra arqueó una ceja, esperando una nota de sumisión o miedo.
Pero no la hubo. Solo serenidad.
Una calma que, curiosamente, incomodaba más que cualquier protesta.

Durante la mañana, Selin caminó por los pasillos siguiendo a Nazli, la asistente de Feride.
Le mostraron los salones, los horarios, los saludos, los títulos que debía usar, incluso la forma correcta de tomar el té en reuniones.
Selin escuchaba, memorizaba, sonreía.
Su voz nunca se alzaba, su mirada nunca temblaba.

Por fuera era una alumna perfecta.
Por dentro, un mar silencioso que empezaba a moverse.

Más tarde, al cruzar el vestíbulo principal, se encontró con Demir.
Él hablaba por teléfono, pero se detuvo al verla.
Por primera vez, sus miradas se cruzaron sin testigos.

—¿Te estás acostumbrando? —preguntó él, guardando el móvil.
—Sí, señor. Todos han sido muy amables —respondió, con tono respetuoso.
Él ladeó la cabeza.
—No necesitas llamarme “señor”.
—Mi padre me enseñó a hacerlo.
—Tu padre no vive aquí —replicó con voz baja, casi distraída.

Selin no respondió.
Solo bajó la mirada y continuó su camino.
Demir la observó alejarse, con una mezcla de irritación y curiosidad.
Había conocido mujeres que gritaban, exigían o fingían fortaleza…
Pero nunca una que soportara con tanta elegancia el peso del desprecio.

Esa noche, mientras Feride comentaba en la cena que Selin “al menos sabía comportarse”, Demir permaneció en silencio.
No quiso admitirlo, pero aquella muchacha que había aceptado su destino sin un reproche empezaba a romper el hielo que lo mantenía intacto.

Más tarde, al pasar frente al jardín, la vio de nuevo.
Selin estaba sola, regando las flores del invernadero con una jarra antigua.
Cantaba bajito una canción del pueblo, una melodía suave que se perdía entre las hojas.
Por un momento, Demir se detuvo en seco.
No entendió por qué el sonido de esa voz sencilla le dolía en el pecho.

Selin no lo vio.
Ni imaginó que, sin decir una sola palabra, estaba cambiando poco a poco el ritmo del corazón de la casa Arslan.




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