Sombra de arslan

Capitulo 8

– Ecos en la casa vacía

El viento del mar soplaba con fuerza esa mañana.
Selin abrió las cortinas de la casa trasera, dejando entrar el sol, y respiró hondo antes de comenzar otro día de deberes.
Desde que Demir estaba internado, la mansión Arslan se había convertido en un lugar tenso, lleno de rumores y visitas.
Feride la mantenía alejada de todo, con la excusa de “no incomodar a la familia”.

Aun así, Selin cumplía.
Limpiaba, cocinaba, organizaba, cosía.
Era como si, cuanto más duro era el castigo, más se aferrara a la idea de mantener la dignidad.

Tahir seguía ayudándola.
—No deberías hacer tanto —le dijo una tarde mientras cargaba leña—. Esto no te corresponde.
—Mi suegra dice que sí —respondió ella con una sonrisa cansada—. Y mientras esté aquí, debo obedecer.
—Obedecer no siempre significa ser débil —dijo Tahir, mirándola con respeto—. A veces es la forma más difícil de resistir.

Selin bajó la mirada. Nunca nadie se lo había dicho así.

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Días después, la mansión se llenó de visitantes.
Los hermanos de Demir habían llegado desde distintas ciudades: Emir, el mayor, de rostro severo y traje oscuro, y Kerem, el menor, más relajado y carismático.
Con ellos vinieron las primas: Leyla, una joven de modales suaves y mirada dulce, y Zehra, una chica de su edad, elegante pero amable.

Feride los recibió como si nada malo ocurriera, y fingió que Selin no existía.
Pero Leyla, curiosa, caminó hasta la casa trasera una tarde y golpeó la puerta.

—¿Selin? Soy Leyla, prima de Demir —dijo con voz dulce.
Selin se sorprendió, pero sonrió y la invitó a pasar.
Leyla observó el lugar: limpio, ordenado, lleno de flores en pequeños jarrones improvisados.
—No puedo creer que vivas aquí…
—Está bien, me gusta la tranquilidad —mintió Selin, bajando la vista.

Leyla la observó un momento y suspiró.
—No todos en esta familia son como mi tía. Algunos… aún tenemos corazón.
Selin la miró sorprendida. Nadie le había hablado así desde que llegó.

Hablaron largo rato.
Leyla le contó sobre la infancia de Demir, sobre cómo siempre había sentido el peso del apellido Arslan.
Y Selin, por primera vez, empezó a entender al hombre que había jurado amar en un papel.

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Esa noche, las noticias llegaron desde el hospital:
Demir seguía en estado crítico, aunque estable.
Feride ordenó preparar todo para una posible visita de periodistas y socios.

Selin no fue llamada.
Pero mientras limpiaba el patio, vio desde lejos a los hermanos y primos entrar en autos negros.
Su corazón se apretó. No sabía si era dolor, miedo o esperanza.

Tahir se acercó, con una linterna encendida.
—Deberías descansar, Selin.
Ella asintió, con los ojos húmedos.
—No puedo. Si algo le pasa… no sé qué haré.

El joven la miró en silencio.
No sabía qué decirle, solo sintió que debía quedarse allí, acompañándola entre la oscuridad y el viento del mar.

Mientras tanto, desde una ventana de la mansión principal, Feride los observaba con una sonrisa helada.
Para ella, nada era casualidad.
Y la inocencia de Selin empezaba a convertirse en su mayor amenaza.




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