El aire se volvió denso, cargado de tensión. Isabella se quedó congelada, sus ojos fijos en los de Marco mientras él caminaba lentamente hacia ella, su sombra alargándose en el suelo como la de un depredador acechando a su presa.
—¿Cuánto escuchaste? —Su voz era suave, peligrosa.
Isabella enderezó los hombros, negándose a mostrar miedo. —Lo suficiente para saber que no tienes piedad.
Marco inclinó la cabeza, sus ojos oscuros brillando con curiosidad. —¿Esperabas que la tuviera? Este mundo no es para débiles, Isabella. Creí que lo sabías.
—Sé más de lo que crees. —Sus palabras fueron firmes, pero por dentro, su corazón latía frenéticamente.
Él dio otro paso hacia ella, tan cerca que su perfume amaderado la envolvió. —¿Es eso así? Entonces deberías saber que los espías no viven mucho en mi mundo.
El frío cañón de la pistola rozó su barbilla. Isabella no se movió. Se negó a darle la satisfacción de temblar.
—Si fueras a matarme, ya lo habrías hecho. —Sus ojos no dejaron los de él. —Pero no lo harás.
Marco arqueó una ceja, sorprendido. —¿Y por qué estás tan segura?
Isabella esbozó una leve sonrisa, la misma que usaba cuando negociaba con tiburones de negocios. —Porque me necesitas. Sabes que soy la única que puede convencer a mi padre de que no te destruya.
Hubo un destello de reconocimiento en la mirada de Marco. Bajó el arma, sus labios curvándose en una sonrisa torcida. —Eres más astuta de lo que pensé.
—Y tú más imprudente. —Isabella señaló el cuerpo de Carlo, todavía en el suelo. —Si alguien descubre esto, tu preciosa reputación quedará manchada.
Marco soltó una carcajada, un sonido grave y cargado de ironía. —¿Reputación? En mi mundo, el miedo es la única reputación que importa.
—Tal vez. Pero incluso el miedo tiene sus límites. Y tú acabas de cruzar uno.
El silencio se extendió entre ellos, tenso y electrizante. Isabella sintió el pulso en sus sienes, consciente de que acababa de desafiar al hombre más peligroso de la ciudad.
Marco dio un paso atrás, guardando la pistola en su chaqueta. Sus ojos no dejaron los de ella mientras sonreía, esa sonrisa que podía significar tantas cosas. —Interesante. Creo que me estás empezando a gustar, Isabella.
Ella se cruzó de brazos, alzando una ceja. —No te equivoques, Marco. No estoy aquí para caer a tus pies. Estoy aquí para hacer negocios.
—Entonces volvamos a la mesa. Tenemos mucho de qué hablar.
Él se giró y comenzó a caminar de regreso al comedor, como si nada hubiera pasado. Isabella lo siguió, su mente girando con posibilidades y peligros. Sabía que estaba jugando un juego peligroso... pero nadie se atrevía a jugar con ella.
De vuelta en la mesa, el ambiente había cambiado. La música seguía sonando suavemente, las luces doradas aún brillaban, pero Isabella no podía quitarse la imagen del cuerpo sin vida de Carlo de la mente.
Marco se sentó con la misma elegancia y calma de antes, como si no acabara de ejecutar a un hombre en la habitación de al lado. Sirvió más vino en su copa y luego en la de ella, sin pedir permiso.
—Entonces, —empezó, recostándose con esa arrogancia tan suya—, ¿qué tan mal está la situación con tu padre?
Isabella tomó un sorbo de vino, saboreando el líquido antes de responder. Necesitaba mantenerse fría, calculadora. —Lo suficiente como para que estés sentado aquí conmigo, buscando una solución.
Marco sonrió, esa sonrisa torcida que podía ser tanto una invitación como una amenaza. —¿Y tú? ¿Por qué estás aquí, Isabella? No creo que sea solo por salvar el negocio familiar.
Ella lo miró fijamente, sus ojos oscuros reflejando la misma intensidad que los de él. —Estoy aquí porque necesito respuestas. Mi padre cree que tú estás detrás de los ataques contra nuestros almacenes. Pero no cuadra. Eres muchas cosas, Marco, pero no un imbécil. Atacar directamente no es tu estilo.
Marco tamborileó los dedos contra su copa, sus ojos brillando con admiración. —Tienes razón. Yo prefiero un enfoque más... sutil.
—Entonces, ¿quién lo está haciendo?
Marco se inclinó hacia adelante, su mirada fija en la de ella. —Ese es el problema, Isabella. Alguien está jugando con ambos. Alguien quiere una guerra entre nuestras familias.
La revelación cayó como un ladrillo. Isabella sintió cómo su mente comenzaba a procesar las posibilidades. Si lo que decía era cierto, entonces toda la rivalidad entre sus familias estaba siendo manipulada. Pero, ¿por quién? ¿Y por qué?
—¿Tienes pruebas? —preguntó, manteniendo su tono frío.
—Tengo sospechas. Pero necesito acceso a ciertos lugares. Lugares que solo alguien con tu apellido puede abrir.
Ahí estaba. La razón por la que la necesitaba. Isabella soltó una risa amarga. —Así que eso es todo. No es una alianza. Es un trabajo sucio.
Marco no lo negó. —Llámalo como quieras. Pero tú quieres respuestas, y yo quiero al traidor. ¿Estamos del mismo lado o no?
Isabella sintió el peso de su propuesta. Aliarse con Marco Bianchi era jugar con fuego. Pero si alguien estaba manipulando a sus familias para iniciar una guerra, necesitaba saberlo. Y él era su única pista.
—Si hago esto, —dijo despacio, midiendo cada palabra—, será a mi manera. Y si me traicionas...
—No lo haré. —La intensidad en su voz fue tan convincente que por un momento Isabella casi le creyó. Casi.
—Más te vale. —Terminó su copa de vino y dejó el cristal sobre la mesa con un golpe suave. —¿Por dónde empezamos?
Marco sonrió, su mirada oscureciéndose. —Por el corazón de tu territorio. El club "Sombra Azul". Ahí es donde todo comenzó... y donde encontraremos nuestras respuestas.