La noche era fría cuando llegaron al "Sombra Azul", uno de los clubes más exclusivos y vigilados de la ciudad. Pertenecía a la familia de Isabella, pero Marco tenía razón: últimamente habían sucedido cosas extrañas allí. Ataques, robos, rumores de traiciones. Todo apuntaba a que alguien operaba desde adentro.
—¿Estás segura de esto? —preguntó Marco mientras salían del auto. Sus ojos oscuros inspeccionaban el edificio con la mirada aguda de un depredador.
—Tan segura como tú cuando disparaste esa pistola esta noche. —La respuesta de Isabella fue fría, sin rastro de emoción.
Marco sonrió, claramente disfrutando de su tenacidad. —Entonces no perdamos tiempo.
Al entrar, la música retumbó en sus pechos. El club estaba lleno, la pista de baile vibrando bajo el ritmo del bajo. Las luces de neón iluminaban las caras despreocupadas de la multitud. Nadie allí sospechaba que el lugar era un hervidero de traiciones.
Isabella lideró el camino, su presencia poderosa abriendo paso entre la multitud. Los guardias la reconocieron al instante, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto. Ella era la princesa de ese territorio, y nadie osaría detenerla.
—El despacho de mi padre está arriba. —Señaló una escalera privada custodiada por dos hombres corpulentos.
Marco asintió, sus ojos nunca dejando de escanear el lugar. Isabella notó su postura tensa, siempre alerta, siempre calculando. Se preguntó cómo sería vivir así, sin confiar en nadie.
—¿Qué esperas encontrar aquí? —preguntó mientras subían las escaleras, sus tacones resonando en el mármol.
—Pruebas. Cualquier cosa que conecte este lugar con los ataques. Si alguien está operando desde dentro, habrá rastros. Y mi padre mantiene registros de todo.
Marco arqueó una ceja. —¿Incluso de sus negocios... menos legales?
—Especialmente de esos. —La mirada de Isabella fue severa. —Si quieres respuestas, necesitarás mi ayuda para interpretar esos registros. Mi padre tiene sus propios códigos.
—No esperaba menos.
Al llegar al despacho, Isabella introdujo una clave en el panel de seguridad. La puerta se abrió con un suave zumbido. La habitación era amplia, decorada con elegancia y buen gusto. Un enorme escritorio de caoba dominaba el espacio, con estanterías llenas de libros antiguos y una caja fuerte empotrada en la pared.
—Si hay algo escondido, estará en esa caja fuerte. —Se acercó a ella, sus dedos danzando sobre el teclado numérico.
Marco se quedó junto a la puerta, vigilando. —Tienes mucha confianza al abrir esa caja frente a mí.
Isabella no se detuvo. —Si quisieras matarme, ya estarías limpiando la sangre del suelo.
Marco soltó una risa baja. —Me conoces bien.
El clic de la caja fuerte resonó, y la puerta se abrió revelando carpetas organizadas con precisión. Isabella empezó a revisar rápidamente, sus ojos moviéndose con velocidad mientras escaneaba documentos. De repente, se detuvo.
—Aquí. —Sacó un sobre marcado con el símbolo de un cuervo negro.
Marco se acercó, su rostro endureciéndose al ver el símbolo. —Ese es el emblema de Salvatore Russo.
Isabella sintió un nudo en el estómago. Salvatore Russo era conocido por jugar sucio. Traiciones, conspiraciones... si estaba involucrado, las cosas eran mucho peores de lo que pensaba.
—Entonces es cierto... Alguien está sembrando caos entre nuestras familias. Y él está detrás de todo.
Marco tomó el sobre, su mandíbula apretándose. —Russo es una serpiente. Si está involucrado, esto no es solo por poder. Quiere destruirnos a ambos.
Isabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Por primera vez, entendió la magnitud de lo que enfrentaban. Y también supo que necesitaría a Marco para salir con vida de esto.
—¿Sigues pensando que podemos confiar el uno en el otro? —preguntó, sus ojos clavándose en los de él.
Marco guardó el sobre en su chaqueta, sus labios curvándose en una sonrisa peligrosa. —No. Pero necesitamos mantenernos con vida.
El silencio en el despacho se hizo pesado. Isabella sintió el peso de la traición colgando en el aire como una sombra. Salvatore Russo no solo era despiadado, era meticuloso. Si estaba manipulando a sus familias, entonces llevaba meses, tal vez años, moviendo las piezas en secreto.
—Necesitamos más información. —dijo Isabella, cerrando la caja fuerte y asegurándola de nuevo. —Este sobre prueba que Russo está involucrado, pero no revela sus planes.
Marco asintió, sus ojos oscuros llenos de una ira contenida. —Eso significa que tiene un topo aquí, en tu propio territorio.
Isabella sintió un escalofrío en la nuca. La idea de que alguien cercano a su familia trabajara para Russo era más que una traición; era un golpe directo a la lealtad que siempre había dado por sentada.
—Hay un lugar donde podríamos encontrar respuestas. —Isabella cruzó los brazos, su postura decidida. —El almacén en el puerto. Es el único lugar donde convergen nuestros negocios. Si alguien está pasando información, ahí es donde ocurrirá.
—¿Quieres ir ahora? —Marco arqueó una ceja, intrigado. —¿O prefieres esperar a que lleguen más problemas?
—Cada segundo que esperamos, Russo avanza un paso más. —Su mirada se endureció. —Vamos.
Salieron del despacho con rapidez, moviéndose entre la multitud del club sin llamar la atención. Marco mantenía una mano en su espalda baja, guiándola con firmeza. Isabella quiso protestar, pero se dio cuenta de que era un gesto de protección, no de control.
Apenas salieron por la puerta trasera, el aire frío de la noche los golpeó. Isabella sacó las llaves de su coche, pero Marco puso una mano sobre las suyas.
—No. Tomaremos el mío. —Su tono no admitía discusión.
Ella frunció el ceño, pero sabía que él tenía razón. Cualquiera podría haber alterado su vehículo. Russo no dejaba nada al azar.
Subieron al auto de Marco, un sedán negro elegante pero discreto. Él condujo con la precisión de alguien acostumbrado a escapar de situaciones peligrosas. Isabella lo observó de reojo, estudiando su perfil. Había oído historias sobre Marco Bianchi, el heredero cruel y calculador. Pero viéndolo ahora, concentrado y decidido, empezó a ver otra faceta: el líder protector, el hombre que haría cualquier cosa para defender lo suyo.