Sombras de amor y traicion

capitulo 5

La sala se llenó de una tensión insoportable. Antonio permanecía de rodillas, sus ojos suplicantes clavados en Isabella. Ella sentía el peso de su traición como una piedra en el pecho, pero no podía permitirse titubear. No ahora.

—Habla. —Su voz fue firme, cortante. —¿Cuánto tiempo llevas trabajando para Russo?

Antonio tragó saliva, sus hombros temblando. —Hace... seis meses. Al principio solo eran pequeñas cosas, información sobre envíos menores. Pero luego empezó a pedirme más... planos de seguridad, horarios de guardias...

—¿Quién más está involucrado? —preguntó Marco, su pistola aún apuntando al traidor.

—Nadie... Solo yo. —Antonio bajó la mirada, su voz quebrándose. —Me amenazó... dijo que si no cooperaba, mataría a mi esposa y a mis hijos. No podía arriesgarme...

Isabella sintió que la rabia hervía dentro de ella. —¿Y para salvar a tu familia, pusiste en peligro la mía? ¿Vendiste la seguridad de nuestra gente?

—No lo entiendes, Isabella... —Antonio alzó la mirada, sus ojos llenos de lágrimas. —Él me mostró fotos... sabía dónde vivían... sus horarios... No tuve elección...

—Siempre hay una elección. —respondió Isabella, sus palabras llenas de veneno. —Y tú elegiste traicionarnos.

El silencio cayó como una sentencia. Isabella sintió el pulso en sus sienes, su corazón latiendo con furia. Antonio había sido como un tío para ella, alguien en quien había confiado ciegamente. Y ahora todo se desmoronaba.

—¿Qué más sabes? —intervino Marco, sus ojos duros como el acero. —¿Cuáles son los planes de Russo?

Antonio tragó saliva. —Está... está tratando de provocar una guerra. Quiere que las familias se destruyan entre sí. Cree que así podrá quedarse con todo el territorio... sin levantar un dedo.

Marco intercambió una mirada con Isabella. Todo encajaba. Los ataques, las traiciones, la manipulación. Russo había estado moviendo los hilos todo el tiempo.

—¿Cómo se comunica contigo? —insistió Marco. —¿Cómo envías la información?

—A través de un intermediario... en el club Sombra Azul. Es un camarero... un hombre llamado Luca. Él recoge mis mensajes y se los entrega a Russo.

Isabella sintió que la sangre le hervía. Russo no solo había infiltrado su organización, sino que había usado su propio club como punto de contacto. La humillación y la furia la quemaban por dentro.

—¿Alguien más sabe de esto? —presionó Marco.

Antonio negó con la cabeza, sus hombros desplomándose. —No... he sido cuidadoso... Nadie sospecha nada.

—Excepto yo. —murmuró Isabella, avanzando un paso. —Siempre creí que tu lealtad era inquebrantable. Me equivoqué.

Antonio bajó la cabeza, sus lágrimas cayendo al suelo de cemento. —Lo siento... Isabella... Perdóname...

Isabella sintió un nudo en la garganta, pero no dejó que sus emociones la dominaran. Ya no. La princesa ingenua había muerto esa noche. En su lugar, solo quedaba la líder fría y calculadora que debía ser.

—¿Perdonarte? —Su voz era baja, peligrosa. —Después de todo el daño que has causado... ¿después de traicionar a mi familia?

Antonio sollozó, su cuerpo temblando. —Por favor... no me mates...

Isabella levantó su pistola, apuntando directamente a su cabeza. Marco no intervino, observando en silencio, sus ojos oscuros estudiando cada movimiento. Sabía que esta era su decisión.

El dedo de Isabella tembló en el gatillo. Podía acabar con todo ahora. Antonio había demostrado ser un traidor, un peligro para su familia. La lógica dictaba que debía morir. Pero sus recuerdos la traicionaron. Recordó cómo Antonio la había protegido de niña, cómo le había enseñado a defenderse, cómo siempre la había apoyado... hasta ahora.

—No. —Bajó el arma lentamente, sus ojos fríos como el hielo. —Matarte sería un alivio. No mereces una muerte rápida.

Antonio la miró con incredulidad. —¿Me... me vas a perdonar?

—No confundas misericordia con castigo. —Isabella se giró hacia Marco. —Llévatelo. Que todos vean lo que le hacemos a un traidor.

Marco sonrió, satisfecho. —Con gusto.

Agarró a Antonio por el cuello de la camisa, arrastrándolo fuera de la sala como si fuera basura. Antonio gritó, suplicando, pero Isabella no se inmutó.

Se quedó sola en la habitación, su pistola aún en la mano. La carga de la traición pesaba sobre sus hombros, pero no permitió que la aplastara. Tenía que ser fuerte. No había lugar para la debilidad en su mundo.

Isabella respiró hondo, sintiendo cómo la ira se transformaba en determinación. Russo había jugado sucio, manipulando desde las sombras. Pero había cometido un error fatal: la había subestimado.

—Voy a destruirte, Salvatore Russo. —murmuró, sus ojos ardiendo con un fuego implacable. —Y voy a disfrutar cada segundo.

El primer movimiento en el tablero de ajedrez había sido suyo. Ahora era su turno de contraatacar. Y no iba a mostrar piedad.

El eco de los gritos de Antonio aún retumbaba en los muros del almacén cuando Isabella salió al aire frío de la noche. Marco la esperaba junto al coche, su expresión inescrutable.

—Se lo llevarán a uno de mis almacenes. No hablará con nadie más... al menos no con una lengua intacta. —Marco guardó su teléfono en el bolsillo, sus ojos oscuros estudiándola. —¿Estás bien?

—¿Debería estarlo? —replicó Isabella, sus palabras cortantes. —Acabo de descubrir que uno de los hombres más leales de mi familia era un traidor. Estoy a punto de enfrentarme a Russo, y estoy aquí... aliada con el heredero de nuestros enemigos. ¿Qué crees tú?

Marco sonrió, esa sonrisa torcida y peligrosa. —Creo que estás manejándolo mejor de lo que cualquiera podría esperar.

Isabella sintió que sus hombros se relajaban ligeramente, aunque no se permitió bajar la guardia. —No me adules, Bianchi. Sigues siendo mi enemigo.

—Por ahora, compartimos enemigos más peligrosos. —Marco abrió la puerta del coche para ella, sus movimientos elegantes y seguros. —Sube. Tenemos trabajo que hacer.



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Editado: 25.06.2025

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