El eco de los gritos de Antonio aún retumbaba en los muros del almacén cuando Isabella salió al aire frío de la noche. Marco la esperaba junto al coche, su expresión inescrutable.
—Se lo llevarán a uno de mis almacenes. No hablará con nadie más... al menos no con una lengua intacta. —Marco guardó su teléfono en el bolsillo, sus ojos oscuros estudiándola. —¿Estás bien?
—¿Debería estarlo? —replicó Isabella, sus palabras cortantes. —Acabo de descubrir que uno de los hombres más leales de mi familia era un traidor. Estoy a punto de enfrentarme a Russo, y estoy aquí... aliada con el heredero de nuestros enemigos. ¿Qué crees tú?
Marco sonrió, esa sonrisa torcida y peligrosa. —Creo que estás manejándolo mejor de lo que cualquiera podría esperar.
Isabella sintió que sus hombros se relajaban ligeramente, aunque no se permitió bajar la guardia. —No me adules, Bianchi. Sigues siendo mi enemigo.
—Por ahora, compartimos enemigos más peligrosos. —Marco abrió la puerta del coche para ella, sus movimientos elegantes y seguros. —Sube. Tenemos trabajo que hacer.
Isabella se deslizó en el asiento del pasajero, ajustando su chaqueta mientras ocultaba el sobre con el símbolo del cuervo negro. Era la prueba que necesitaban, la pieza clave para desmantelar el juego de Russo.
Mientras Marco arrancaba el motor, Isabella observó su perfil, sus facciones cinceladas a la perfección. No había duda de que era atractivo, pero también era peligroso. Un hombre acostumbrado a obtener lo que quería a cualquier costo.
—¿Por qué haces esto? —preguntó de repente, sus palabras llenas de sospecha. —¿Por qué arriesgarte a ayudarme?
Marco no apartó la vista del camino, sus manos firmes en el volante. —Porque Russo también quiere destruir a mi familia. Está jugando a dos bandas, enfrentándonos para debilitar a ambos. No puedo permitirlo.
—¿Eso es todo? ¿Negocios? —Isabella arqueó una ceja. —¿O hay algo más?
—¿Como qué? —Marco sonrió, su mirada oscureciéndose. —¿Crees que estoy enamorado de ti, Isabella?
El calor subió a sus mejillas, pero se negó a mostrarlo. —No subestimes tu ego, Bianchi. Solo quiero saber hasta dónde estás dispuesto a llegar.
—Tan lejos como sea necesario. —Su voz era firme, sin rastro de duda. —No confío en ti, Isabella. Pero necesito que sobrevivas. Por ahora.
—Muy alentador. —murmuró ella, volviendo su mirada hacia la carretera. Pero una parte de ella no pudo evitar preguntarse si había algo de verdad en sus palabras... o si solo eran otra estrategia en su juego peligroso.
El coche avanzó en silencio, recorriendo las calles oscuras de la ciudad hasta detenerse frente a una antigua mansión en las colinas. La estructura era imponente, con columnas de mármol y ventanas altas que observaban como ojos vigilantes.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Isabella, inspeccionando el edificio.
—Uno de mis refugios. Seguro, discreto... y desconocido para Russo. —Marco salió del coche, rodeando el vehículo para abrir su puerta. —Aquí podremos planear nuestro próximo movimiento.
Isabella salió, ajustando su chaqueta mientras sus ojos escaneaban el perímetro. Había cámaras de seguridad discretamente ocultas y guardias patrullando el área. Marco no dejaba nada al azar.
—Impresionante. —admitió mientras lo seguía hacia la entrada principal. —No esperaba menos de ti.
—Siempre me aseguro de estar un paso por delante. —Marco abrió las enormes puertas dobles, revelando un vestíbulo lujosamente decorado. —¿Tienes hambre? La cocina está bien surtida.
—No vine aquí para cenar. —Isabella lo siguió hasta una sala de estar con enormes ventanales que ofrecían una vista impresionante de la ciudad. —Quiero saber cómo vamos a destruir a Russo.
Marco se detuvo frente a una mesa llena de mapas, documentos y fotografías. Señaló una imagen de Luca, el camarero que Antonio mencionó como el intermediario de Russo.
—Primero, vamos a cortar sus comunicaciones. Luca es el enlace directo entre Russo y sus informantes. Si lo neutralizamos, cortamos el flujo de información.
—¿Neutralizarlo? —Isabella cruzó los brazos, sus ojos fríos como el hielo. —¿Quieres matarlo?
—Quiero interrogarlo. —Marco la miró, sus ojos oscuros y calculadores. —Quiero saber cuánta información ha pasado a Russo... y quién más está involucrado.
Isabella asintió lentamente. Tenía sentido. No podían atacar a ciegas. Necesitaban conocer cada pieza del tablero antes de mover la suya.
—¿Dónde está Luca ahora?
—Trabajando en el Sombra Azul. —Marco señaló un punto en el mapa. —Es su turno esta noche.
Isabella sintió una chispa de anticipación. —Entonces vamos por él.
—No tan rápido. —Marco puso una mano en su hombro, su toque firme y cálido. —Si entras ahí sin un plan, alertarás a todos los demás. Necesitamos ser sigilosos.
—¿Y cuál es tu plan?
Marco sonrió, esa sonrisa peligrosa que prometía problemas. —Entraremos como clientes... y saldremos con un traidor.
Isabella sintió cómo la adrenalina le corría por las venas. La caza había comenzado.
—Entonces será mejor que elijas un buen disfraz. —dijo, sus labios curvándose en una sonrisa desafiante. —Porque en mi club, todos te conocen como el enemigo.
—Oh, Isabella... —Marco se acercó, sus ojos penetrantes. —Soy muy bueno disfrazándome de cordero.
El fuego en sus palabras la hizo estremecer, pero no bajó la mirada. Sabía que estaba jugando con fuego... y no podía esperar a ver hasta dónde llegaría el incendio
La noche siguiente llegó con una carga eléctrica en el aire. Isabella se movía por el Sombra Azul con la gracia de una reina en su reino. Todo debía parecer normal, perfecto. Nadie podía sospechar que esa noche planeaban atrapar al hombre que había intentado destruirlos.
Llevaba un vestido negro ajustado que resaltaba sus curvas con elegancia. Sus labios rojos dibujaban una sonrisa calculada, y sus ojos oscuros escrutaban cada rincón del club, buscando cualquier señal de peligro.