Sombras de amor y traicion

capitulo 7

La noche explotó en caos mientras corrían hacia la salida trasera. Las balas zumbaban a su alrededor, rebotando en las paredes y rompiendo vidrios. Isabella sintió la adrenalina correr por sus venas, sus sentidos agudizados como nunca antes.

—¡Por aquí! —gritó Marco, guiándola hacia una puerta lateral que conducía a un estrecho callejón detrás del club.

Apenas salieron, Isabella se pegó contra la pared, recuperando el aliento. La oscuridad del callejón los envolvió, proporcionándoles un respiro temporal. Pero no estarían seguros por mucho tiempo.

—¿Cómo supo que lo esperábamos? —murmuró Isabella, su voz llena de rabia y frustración. —¿Quién lo advirtió?

—Eso es lo que debemos averiguar... antes de que él venga por nosotros. —Marco se asomó por la esquina, evaluando la situación. —Tenía todo planeado. Nos tendió una trampa.

Isabella sintió cómo la furia ardía en su pecho. Russo no solo había escapado, sino que también los había humillado. Ella no podía permitirlo.

—Esto no ha terminado. —Sus palabras eran hielo puro. —Voy a encontrarlo. Y voy a destruirlo.

Marco la miró con una intensidad que casi la hizo retroceder. —Entonces tienes que aprender a pensar como él.

—¿Qué quieres decir?

—Russo está dos pasos por delante. —Marco apretó los dientes. —Sabía que íbamos a tenderle una trampa, y usó eso en nuestra contra. Está jugando con nosotros.

Isabella sintió un nudo en el estómago. Marco tenía razón. Russo estaba manipulando cada movimiento, y ellos solo habían reaccionado. Necesitaban cambiar el juego.

—Entonces atacaremos donde menos lo espere. —dijo Isabella, su voz firme. —Iremos a por sus aliados. Aislarlo, debilitarlo. Y cuando esté solo... lo aplastaremos.

Marco sonrió, una sonrisa peligrosa y llena de promesas. —Eso me gusta. Pero primero, necesitamos salir de aquí.

—Tengo un coche esperando en la esquina. —Isabella se enderezó, su postura llena de autoridad. —Sígueme.

Corrieron por el callejón, moviéndose en silencio entre las sombras. El coche negro estaba exactamente donde Isabella había dicho, con uno de sus hombres más leales al volante.

—¡Señorita Isabella! —exclamó el guardaespaldas, abriendo la puerta trasera. —¿Está bien?

—Estoy viva, ¿no? —replicó ella, subiendo al coche. —Llévanos a la mansión. Ahora.

Marco subió detrás de ella, cerrando la puerta mientras el motor rugía y el coche aceleraba, alejándose del caos del club. Isabella miró por la ventana, viendo las luces de la ciudad pasar en un borrón de colores. Todo estaba cambiando tan rápido... y no podía permitirse flaquear.

—¿Qué pasa por tu mente? —La voz de Marco era baja, casi suave.

—Que tengo un traidor en mi casa. —Isabella apretó los puños, sus uñas clavándose en la palma. —Alguien le contó a Russo sobre la emboscada. Alguien cercano a mí.

Marco asintió lentamente. —Y mientras ese topo siga libre, él sabrá todos tus movimientos.

—Por eso tenemos que encontrarlo. Y rápido. —Isabella lo miró, sus ojos llenos de una intensidad feroz. —Voy a arrancarlo de raíz. Y cuando lo haga, Russo será el siguiente.

—Entonces necesitarás mi ayuda. —Marco no era alguien que ofreciera favores, pero en sus ojos había algo más que interés estratégico. Había respeto.

—¿Por qué debería confiar en ti? —Isabella se cruzó de brazos, su postura defensiva. —Sigues siendo un Bianchi.

Marco no se ofendió. En cambio, se inclinó hacia adelante, sus ojos oscuros taladrando los de ella. —Porque también quiero ver a Russo destruido. Me ha atacado, ha intentado manipular mi organización... Y no puedo permitirlo.

—¿Solo negocios, entonces? —Isabella arqueó una ceja. —¿O hay algo más?

—Digamos que tengo mis propios asuntos personales con él. —Marco se recostó en el asiento, su rostro cubierto de sombras. —Pero si quieres ganar, Isabella, necesitas aprender a pensar como un villano.

—¿Y tú vas a enseñarme? —Su tono era desafiante, pero había una chispa de interés en sus ojos.

—Si quieres sobrevivir... sí. —Marco sonrió, esa sonrisa suya que podía derretir acero. —Y si juegas bien tus cartas, podrías incluso ganar.

El coche se detuvo frente a la mansión De Luca, sus muros altos y rejas de hierro proyectando sombras largas bajo la luz de la luna. Isabella bajó del coche sin decir una palabra, sus pensamientos girando en su mente.

—Prepárate, Marco. —dijo mientras caminaban hacia la entrada. —Mañana empezamos la caza.

Marco la siguió, sus pasos en sincronía con los de ella. —Estaré listo.

Isabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que estaba jugando con fuego, aliándose con un Bianchi. Pero también sabía que no tenía otra opción. No si quería derrotar a Russo.

La guerra había cambiado. Y estaba dispuesta a luchar con uñas y dientes para ganar.

El amanecer trajo consigo una fría claridad. Isabella se encontraba en el despacho de su padre, rodeada de documentos, mapas y notas garabateadas en papeles sueltos. Había pasado toda la noche revisando registros, buscando cualquier indicio de traición, cualquier señal de que alguien dentro de su organización trabajaba para Russo.

Pero no estaba sola.

Marco se encontraba junto a la ventana, su figura recortada contra la luz pálida del amanecer. Observaba los jardines de la mansión con la mirada aguda de un cazador, siempre alerta, siempre vigilante. Isabella se preguntó si alguna vez bajaría la guardia.

—Nada. —dijo, arrojando una carpeta sobre el escritorio con frustración. —Estos registros están limpios. Alguien está cubriendo muy bien sus huellas.

Marco se giró lentamente, sus ojos oscuros fijos en ella. —Eso solo confirma lo que ya sabemos. El traidor es alguien cercano. Muy cercano.

Isabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Tenía razón. La información que Russo había obtenido era demasiado precisa, demasiado detallada. Solo alguien con acceso directo a sus planes podría haberlo hecho.



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Editado: 17.06.2025

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