Sombras de amor y traicion

Capitulo 10

La mansión De Luca bullía con actividad. Isabella caminaba por los pasillos, observando cómo sus hombres se preparaban para la batalla. Revisaban armas, ajustaban chalecos antibalas y susurraban oraciones silenciosas antes de enfrentarse a lo desconocido.

Marco había organizado la trampa con precisión militar. Cada hombre tenía su puesto, cada salida estaba bloqueada. Cuando Russo llegara a la reunión con sus aliados, no tendría escapatoria.

—Todo está listo. —La voz de Marco llegó desde detrás de ella. Isabella se giró, encontrándolo apoyado contra el marco de la puerta, su postura relajada, pero sus ojos oscuros alertas. —Nuestros hombres ya están en posición. Solo falta que demos la orden.

—Perfecto. —Isabella asintió, su expresión implacable. —Esta vez no dejaré que escape.

—Esta vez no hay margen de error. —Marco se acercó, su mirada intensa. —Tienes que estar preparada para cualquier cosa.

—Siempre lo estoy.

Marco esbozó una leve sonrisa. —¿Incluso para matarme si te traiciono?

Isabella no dudó. —Sí.

Marco rió suavemente, su voz baja y grave. —Me alegra escucharlo.

—No es una broma, Marco. —Isabella dio un paso hacia él, sus ojos ardiendo con determinación. —Si juegas conmigo, si me traicionas... te dispararé sin dudarlo.

Marco se inclinó, acercándose tanto que su rostro quedó a centímetros del de ella. —Eso es lo que más me gusta de ti, Isabella. Eres implacable.

Isabella sintió cómo su corazón latía con fuerza, pero se negó a retroceder. No podía permitirse mostrar debilidad, no ante él.

—Entonces no me des una razón para hacerlo. —replicó con frialdad. —Porque no fallaré.

Marco la observó en silencio, sus ojos recorriendo su rostro como si quisiera grabar cada detalle en su memoria. Luego se enderezó, su expresión endureciéndose. —Vamos. Es hora de terminar con esto.

La noche era oscura y fría cuando llegaron al almacén en las afueras de la ciudad. El edificio abandonado se alzaba como un gigante silencioso contra el cielo estrellado, sus ventanas rotas y sus muros cubiertos de graffiti. Parecía inofensivo, pero Isabella sabía que en su interior se gestaba una guerra.

Se escondieron en las sombras, observando cómo los hombres de Russo llegaban uno por uno. Todos armados, todos alertas.

—Russo no está aquí. —murmuró Marco, sus ojos oscuros escaneando el área. —Aún no.

—Vendrá. —Isabella estaba segura. —No puede resistirse a la oportunidad de vernos caer.

Marco asintió, su mandíbula apretándose. —Entonces esperaremos.

El tiempo pasó lentamente, cada segundo aumentando la tensión en el aire. Isabella mantuvo su cuerpo tenso, lista para atacar en cualquier momento.

Finalmente, un coche negro llegó al almacén. Russo salió del vehículo con su característico traje impecable, su postura arrogante y confiada. Se dirigió al interior del edificio sin siquiera mirar a su alrededor.

—Ahí está. —murmuró Isabella, sus ojos llenos de odio. —Es hora.

—Espera. —Marco la detuvo, su mano en su brazo. —Si entras ahora, te verán. Tenemos que ser inteligentes.

—No voy a esperar más. —Isabella apartó su mano, su mirada fría. —Este es mi juego. Y yo decido cuándo atacar.

Marco apretó los dientes, pero asintió. —Entonces vamos. Pero sigue mi ritmo.

Se movieron con precisión, deslizándose entre las sombras mientras se acercaban al almacén. Marco eliminó a los guardias en silencio, sus movimientos rápidos y mortales. Isabella lo siguió, manteniéndose alerta.

Al llegar a la entrada trasera, se detuvieron. Desde adentro, se escuchaban voces. Isabella reconoció la de Russo al instante, su tono despreocupado y burlón.

—...y cuando Isabella caiga, el resto de su imperio se desmoronará. No habrá nadie para protegerlos.

El odio quemó en el pecho de Isabella. Se giró hacia Marco, sus ojos brillando con furia. —Este es el momento.

Marco asintió, su rostro endurecido. —Entonces acabemos con él.

Derribaron la puerta con un golpe certero, sus armas desenfundadas y listas. La sorpresa en el rostro de Russo fue evidente, pero se recuperó rápidamente, una sonrisa maliciosa curvando sus labios.

—Vaya, vaya... —dijo, su tono burlón. —Miren quién decidió unirse a la fiesta. Isabella De Luca... y Marco Bianchi. Aliados inesperados.

—Tu juego terminó, Russo. —Isabella apuntó su arma directamente a su cabeza. —Esto es por mi familia.

—¿Tu familia? —Russo soltó una carcajada. —Tu familia es débil. Igual que tú. No tienes lo necesario para matarme.

—¿Quieres apostar? —respondió Isabella, sus ojos fríos como el hielo.

Antes de que Russo pudiera responder, sus hombres sacaron sus armas, apuntando a Isabella y Marco. La tensión en el aire era tan espesa que apenas podían respirar.

—¿De verdad pensaron que sería tan fácil? —se burló Russo. —Sabía que vendrían. Sabía que no te detendrías, Isabella. Y también sabía que tú... —Se giró hacia Marco, sus ojos llenos de desprecio. —...eres un traidor.

Isabella sintió cómo el tiempo se detenía. Se giró lentamente hacia Marco, su arma aún apuntando a Russo. —¿De qué está hablando?

Marco no respondió de inmediato. Su rostro se endureció, sus ojos oscureciéndose.

—¿Marco...?

Russo rió, disfrutando del momento. —¿No lo sabías? ¿No te diste cuenta de que todo esto fue un montaje? Marco trabajó para mí todo este tiempo. Te manipuló, te usó para llegar hasta aquí... y entregarte.

El corazón de Isabella se detuvo. Se giró hacia Marco, sus ojos llenos de furia y dolor. —¿Es cierto?

Marco no apartó la mirada. —Déjame explicarlo...

—¡¿Es cierto o no?! —gritó Isabella, su voz llena de rabia.

Marco apretó los labios, su mirada intensa. —Al principio... sí. Trabajé con Russo. Pero las cosas cambiaron...

—¿Cambiaste de bando? —Russo rió con desprecio. —No cambiaste nada, Marco. Solo fingiste lealtad para llegar hasta aquí. Para atraparla.



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Editado: 25.06.2025

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