El sol apenas comenzaba a despuntar cuando Isabella y Marco llegaron a la mansión De Luca. La noche había sido larga, y el peso de las traiciones y confesiones aún colgaba en el aire como una sombra persistente.
Isabella caminó con pasos decididos por el vestíbulo, sus ojos oscuros y fríos. La furia seguía ardiendo en su pecho, pero ahora estaba enfocada. Tenía un propósito: destruir a los aliados de Russo y limpiar su nombre.
—Necesitamos un plan. —dijo Isabella, su tono autoritario. —Russo está muerto, pero sus seguidores no se detendrán. Si quieren venganza, vendrán por mí... y por ti.
Marco asintió, siguiéndola hasta el salón de estrategia. —Lo sé. Y ya he empezado a mover mis piezas. Algunos de mis hombres están investigando quiénes eran sus socios más cercanos.
—Bien. —Isabella abrió un mapa de la ciudad sobre la mesa, señalando varios puntos estratégicos. —Esto no será solo una guerra defensiva. Vamos a cazarlos, uno por uno.
—Atacar antes de que ataquen. —Marco sonrió, esa sonrisa peligrosa suya. —Me gusta tu estilo.
Isabella lo miró fríamente. —Esto no es un juego. No lo hago por placer.
—Lo sé. —Marco dejó de sonreír, su expresión volviéndose seria. —Pero necesitas aprovechar el miedo que dejó la muerte de Russo. Están desorganizados, asustados. Es el momento perfecto para golpear.
Isabella asintió, admitiendo para sí misma que tenía razón. Russo había controlado su red de aliados con puño de hierro. Ahora que estaba muerto, su imperio comenzaría a desmoronarse... si ella era lo suficientemente rápida.
—Primero iremos por Vittorio Ferri. —dijo, señalando un almacén en el sur de la ciudad. —Era la mano derecha de Russo. Controla las rutas de contrabando. Sin él, sus operaciones se paralizarán.
Marco observó el mapa, su mente trabajando a toda velocidad. —Conozco sus métodos. Le gusta rodearse de guardaespaldas, pero siempre se esconde en el centro. Si entramos por el techo, lo tomaremos por sorpresa.
Isabella lo miró con curiosidad. —¿Cómo sabes tanto sobre sus tácticas?
Marco la miró con una expresión sombría. —Porque trabajé con él. Durante un tiempo.
El silencio cayó entre ellos. Isabella sintió cómo la rabia volvía a arder en su pecho. Cada palabra de Marco le recordaba su traición, sus mentiras... su dolor.
—Eres una fuente inagotable de sorpresas, ¿verdad? —dijo finalmente, su tono cortante. —Primero me dices que trabajaste para Russo, ahora resulta que también colaboraste con Ferri.
—Ya te dije que no me enorgullezco de mi pasado. —Marco no apartó la mirada, enfrentando su ira con calma. —Pero si quieres ganar esta guerra, necesitarás mi conocimiento.
—¿Y cómo sé que no me estás manipulando de nuevo? ¿Cómo sé que no estás guiándome a una trampa?
Marco suspiró, sus ojos llenos de dolor y cansancio. —No puedes saberlo. Pero tienes mi arma. Tienes a tus hombres vigilándome. Si sospechas algo... puedes matarme.
Isabella sintió cómo su corazón se encogía. Quería odiarlo. Quería apuntarle con su arma y apretar el gatillo. Pero sabía que lo necesitaba. Sabía que, sin él, nunca podría acabar con los restos de la organización de Russo.
—Esto no cambia nada. —dijo, su voz fría. —Sigues siendo un traidor. Y cuando todo esto termine, ajustaré cuentas contigo.
Marco asintió, aceptando su destino. —Lo sé. Pero hasta entonces... soy tu aliado.
Isabella apartó la mirada, concentrándose en el mapa. No podía permitirse flaquear. No podía permitirse sentir nada por él.
—Reúne a los hombres. —ordenó, enderezando los hombros. —Atacaremos esta noche. Y no quiero prisioneros.
Marco sonrió, esa sonrisa sombría suya. —Será un placer.
La noche cayó rápidamente, cubriendo la ciudad con un manto de sombras. Isabella se encontraba en la azotea de un edificio abandonado, observando el almacén de Vittorio Ferri a través de unos binoculares.
—Cinco guardias en la entrada principal. —informó, su voz baja y profesional. —Otros tres patrullando el perímetro. ¿Cuántos más adentro?
—Al menos diez. —respondió Marco a su lado, sus ojos fijos en el edificio. —Pero estarán dispersos. Si nos movemos rápido, podemos eliminarlos antes de que se coordinen.
Isabella asintió. —Tú entras por el techo. Yo iré por el pasillo lateral.
—Entendido. —Marco ajustó su chaleco táctico, su rostro endureciéndose. —No te distraigas, Isabella. Ferri es peligroso.
—No necesito que me cuides. —replicó, su tono cortante. —Puedo cuidar de mí misma.
Marco la miró por un momento, sus ojos oscuros mostrando preocupación. —No es por ti por quien estoy preocupado... sino por tu odio. No dejes que te ciegue.
Isabella sintió cómo su furia se intensificaba. —Mi odio es lo único que me mantiene en pie.
Marco no discutió. Asintió y se preparó para moverse. —Entonces úsalo. Pero no dejes que te controle.
Antes de que Isabella pudiera responder, Marco se deslizó en la oscuridad, moviéndose como una sombra entre los edificios. Isabella lo observó por un momento, sus emociones en conflicto. Luego apartó esos pensamientos.
Tenía una misión. Y no podía fallar.
Se movió con precisión, avanzando por el pasillo lateral y neutralizando a los guardias con golpes rápidos y letales. No había tiempo para misericordia. No después de todo lo que habían perdido.
Al entrar al almacén, escuchó disparos desde el piso superior. Marco había comenzado su ataque.
Isabella se movió con rapidez, disparando a los hombres de Ferri mientras avanzaba hacia el centro del edificio. Su furia la impulsaba, haciéndola imparable.
Finalmente, llegó a la oficina central. Abrió la puerta de una patada, encontrando a Vittorio Ferri sentado detrás de un escritorio, su rostro lleno de sorpresa.
—¿Isabella...? ¿Cómo...?
—Te subestimé una vez, Vittorio. —dijo Isabella, apuntando su arma directamente a su cabeza. —No volveré a cometer ese error.
—¡Espera! ¡Podemos negociar! —suplicó Ferri, levantando las manos. —¡Puedo darte información... puedo ayudarte...!