El amanecer apenas empezaba a teñir el cielo cuando Isabella salió de la casa segura. El aire frío de la mañana le quemó los pulmones, pero no disminuyó el fuego que ardía en su pecho. La revelación sobre Matteo Ricci había sacudido sus cimientos.
—Pensaste que habías acabado con él. —La voz de Marco llegó detrás de ella. Había limpiado la sangre de sus manos, pero su rostro mostraba las sombras de lo que había hecho.
—Pensé que estaba en prisión. —Isabella apretó los dientes, su mirada fija en el horizonte. —Pero debería haber sabido que Russo tenía planes de respaldo. Siempre los tiene.
—Si Ricci está libre, entonces está reorganizando las fuerzas de Russo. —Marco se apoyó en la barandilla, sus ojos oscuros evaluando su rostro. —Y eso significa que la guerra no ha terminado.
Isabella asintió lentamente. —No hasta que todos estén muertos.
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Marco, su tono neutral.
—Voy a matarlo. —respondió Isabella, su voz fría y cortante. —Voy a cazar a Ricci, y a cualquiera que esté con él. Esta vez no cometeré el error de dejar sobrevivientes.
—Si vas tras Ricci, necesitarás un ejército. —advirtió Marco. —Él siempre fue el estratega de Russo. Sabrá que vas por él y estará preparado.
—Entonces usaré su arrogancia en su contra. —Isabella se giró hacia él, sus ojos ardiendo con determinación. —Lo haré pensar que me tiene acorralada... y cuando baje la guardia, lo destruiré.
Marco sonrió, esa sonrisa sombría que tanto la enfurecía como la intrigaba. —Suena como algo que yo haría.
—No te confundas, Marco. —replicó Isabella, su tono gélido. —No estoy jugando a ser como tú. Estoy jugando a ganar.
—Y eso es lo que me preocupa. —admitió Marco, su rostro volviéndose serio. —Estás tan enfocada en la venganza que te estás olvidando de ti misma.
Isabella sintió una punzada de rabia. —No tienes derecho a hablarme de perderse a uno mismo. Tú elegiste trabajar para Russo. Tú me traicionaste. Yo solo estoy cobrando deudas.
Marco no se inmutó ante sus palabras. —¿Y cuándo dejarás de cobrar? ¿Cuándo habrás saciado tu sed de venganza?
—Cuando todos estén muertos. —Isabella se giró, caminando hacia el coche. —Y no antes.
—Entonces voy contigo. —declaró Marco, siguiéndola con pasos firmes.
Isabella se detuvo, sus ojos fríos clavándose en los de él. —¿Y por qué debería confiar en ti?
Marco no titubeó. —Porque también quiero a Ricci muerto. Me traicionó, igual que a ti.
Isabella estudió su rostro, buscando cualquier signo de mentira. Pero solo encontró rabia y determinación.
—Entonces no te interpongas en mi camino. —dijo finalmente. —Porque no dudaré en matarte si lo haces.
Marco sonrió, esa sonrisa peligrosa que prometía caos. —No esperaba menos de ti.
Horas más tarde, Isabella y Marco estaban en el salón de estrategia de la mansión De Luca, rodeados de mapas, documentos y teléfonos encriptados. Enzo estaba allí también, su rostro sombrío mientras informaba sobre la situación.
—Matteo Ricci ha estado moviéndose entre varios almacenes en el distrito este. —dijo Enzo, señalando varios puntos en el mapa. —Está reuniendo hombres y armamento. Parece que está preparando un contraataque.
—¿Qué tan grande es su ejército? —preguntó Isabella, sus ojos fijos en el mapa.
—No lo sabemos con certeza, pero tiene al menos cincuenta hombres. Y eso es solo el principio. —admitió Enzo, su tono tenso. —Si no lo detenemos ahora, podría reunir suficiente fuerza para atacar directamente a nuestra familia.
—Entonces no le daremos tiempo. —Isabella señaló uno de los almacenes. —Atacaremos aquí primero. Destruiré su base de suministros y cortaré sus líneas de comunicación.
—Si haces eso, Ricci te buscará directamente. —advirtió Marco, cruzando los brazos. —Él es despiadado... pero también es vengativo.
—Entonces vendrá a mí. —dijo Isabella, sus labios curvándose en una sonrisa fría. —Y cuando lo haga, caerá en mi trampa.
—¿Trampa? —Enzo frunció el ceño. —¿Qué estás planeando, Isabella?
—Voy a hacerle creer que estoy huyendo. —explicó Isabella, sus ojos brillando con una frialdad calculadora. —Voy a fingir que estoy debilitada, que sus ataques me están afectando. Y cuando crea que puede acabar conmigo... lo destruiré.
Marco sonrió, impresionado. —Ingenioso. Pero arriesgado.
—Es la única manera de acabar con esto de una vez por todas. —Isabella enderezó los hombros, su postura llena de autoridad. —No voy a esperar a que me ataque. Voy a llevar la guerra a su puerta.
Enzo asintió con respeto. —Entonces prepararé a nuestros hombres. Atacaremos al anochecer.
—Asegúrate de que nadie sepa nuestros movimientos. —ordenó Isabella, su tono autoritario. —Hay un traidor en nuestras filas, y no voy a permitir que Ricci se adelante a nosotros.
—A tus órdenes. —Enzo se inclinó antes de salir del salón.
Cuando estuvieron solos, Marco se acercó a Isabella, su mirada intensa. —Esto es peligroso. Si Ricci sospecha siquiera un poco... te matará.
—No lo hará. —Isabella lo miró fijamente. —Porque yo lo mataré primero.
Marco no respondió. Solo asintió, reconociendo su determinación. —Entonces nos vemos en el campo de batalla.
—Sí. —Isabella se giró hacia el mapa, sus ojos oscuros brillando con odio y venganza. —Esta vez, no habrá escapatoria para él.
Marco comenzó a salir, pero se detuvo en el umbral, su voz baja. —No mueras, Isabella. No antes de ajustar cuentas conmigo.
Isabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no respondió. No podía permitirse pensar en Marco ahora.
Solo podía pensar en Ricci. Y en cómo iba a hacerle pagar por todo.
La guerra continuaba. Y el final estaba cerca.
El eco del disparo aún resonaba en las paredes del almacén mientras Isabella observaba el cuerpo inerte de Matteo Ricci. El hombre había caído con los ojos abiertos, su rostro congelado en una expresión de sorpresa. Pero no había muerto por sus manos.