El eco de sus pasos resonaba en los pasillos vacíos de la mansión De Luca. Isabella caminaba con la espalda recta, su postura firme, pero su mente era un torbellino de pensamientos. El cuervo negro los estaba acechando. Sabía sus movimientos, sus secretos... incluso sus miedos.
Llegó a su despacho y cerró la puerta con fuerza, apoyándose contra ella mientras trataba de calmar su respiración. Había enfrentado a Russo, había vencido a Ricci... pero este enemigo era diferente.
Este enemigo jugaba con su mente.
—Estás temblando.
La voz de Marco llegó desde la ventana. Isabella dio un salto, desenfundando su pistola antes de reconocer su figura en la penumbra.
—¿Qué demonios haces aquí? —espetó, bajando el arma pero sin ocultar su irritación.
—Asegurándome de que sigues viva. —Marco se apartó de la ventana, sus ojos oscuros brillando en la penumbra. —Después de ese mensaje, no quería arriesgarme.
Isabella sintió cómo su rabia aumentaba. —¿Y crees que necesito tu protección?
—Creo que necesitas aliados. —respondió él, su tono firme. —Este cuervo no es un enemigo común. Sabe exactamente cómo piensas... cómo actúas... y cómo manipularte.
—¿Y tú sabes cómo detenerlo? —Isabella lo observó con desconfianza. —¿O estás trabajando para él?
Marco no apartó la mirada. —Si estuviera trabajando para él, ¿crees que te habría mostrado el sobre? ¿O que te habría salvado de Ricci?
Isabella sintió una punzada de duda. Sabía que Marco decía la verdad... o al menos una parte de ella. Pero aún no podía confiar plenamente en él.
—Entonces, ¿por qué sigues aquí? —preguntó, su voz más suave pero aún desafiante. —¿Por qué sigues arriesgándote por mí?
Marco se acercó lentamente, sus ojos oscuros fijos en los de ella. —Porque tengo una deuda contigo. Porque te traicioné... y no puedo vivir con eso.
Isabella sintió cómo su corazón latía con fuerza. Las palabras de Marco eran sinceras... y peligrosas. Sabía que había algo más detrás de su lealtad. Algo más profundo.
—Si realmente quieres ayudarme... —dijo finalmente, apartando la mirada. —Entonces ayúdame a desenmascarar al cuervo.
—Eso planeo hacer. —Marco se apoyó en el escritorio, su mirada intensa. —Pero para hacerlo... necesitas ser honesta conmigo. Necesitas confiar en mí.
—No te debo nada. —replicó Isabella, cruzándose de brazos. —No después de todo lo que hiciste.
Marco asintió, aceptando su reproche. —Lo sé. Pero tampoco puedo protegerte si me mantienes en la oscuridad.
Isabella sintió cómo su pecho se apretaba. Tenía razón... pero admitirlo la hacía sentir vulnerable. No quería depender de él. No quería necesitarlo.
—Está bien. —cedió finalmente, su tono frío. —Pero la información fluye en ambos sentidos. Si descubres algo... me lo dices. Sin secretos.
—Hecho. —Marco extendió la mano, sus ojos brillando con una sinceridad que la desconcertó. —¿Aliados?
Isabella dudó un segundo antes de estrechar su mano. —Aliados. Pero nada más.
Marco sonrió levemente, una sonrisa sombría y peligrosa. —Eso lo decidirá el tiempo.
Isabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero se negó a mostrarlo. Se apartó de él, enfocándose en el mapa que había desplegado sobre la mesa.
—Tenemos que trazar sus movimientos. —dijo, su tono volviendo al profesionalismo. —El cuervo está un paso por delante. Necesitamos descubrir cómo obtiene su información.
—¿Y si el topo sigue aquí? —sugirió Marco, su voz baja. —¿Y si el cuervo tiene ojos dentro de tu propia casa?
Isabella sintió cómo su sangre se helaba. Había considerado esa posibilidad... pero se había negado a aceptarla.
—¿Dices que hay un traidor aquí... en la mansión? —preguntó, su voz tensa.
—Es una posibilidad. —admitió Marco. —El cuervo sabía sobre Ricci, sabía sobre tu trampa... incluso sabía que ibas a interrogarlo. Alguien está pasando información.
—¿Enzo? —La idea la sacudió hasta el núcleo. Enzo había servido a su familia durante años. Había sido leal... ¿o eso también había sido una mentira?
—No estoy acusando a nadie. —dijo Marco, sus ojos oscuros y serios. —Pero necesitas considerar todas las posibilidades.
Isabella asintió lentamente. Sabía que Marco tenía razón. Pero la idea de que alguien tan cercano pudiera estar traicionándola... le revolvía el estómago.
—Entonces lo descubriré. —dijo, su voz llena de determinación. —Voy a desenmascarar al topo... y luego al cuervo. Y cuando lo haga...
—¿Qué harás entonces? —Marco la observó con curiosidad.
—Los destruiré a ambos. —dijo Isabella, sus ojos oscuros ardiendo con furia. —Voy a acabar con esta red de mentiras y traiciones... cueste lo que cueste.
—Entonces yo estaré a tu lado. —Marco se acercó, su mirada intensa. —Hasta el final.
Isabella sintió una oleada de emociones en su pecho, pero las reprimió rápidamente. No podía permitirse sentir nada por él. No ahora.
—Entonces prepárate. —ordenó, su voz gélida. —Porque esto apenas comienza.
Marco asintió, su sonrisa peligrosa apareciendo de nuevo. —No esperaba menos de ti.
Isabella lo observó salir del despacho, su mente girando con planes y sospechas. Necesitaba respuestas... y las necesitaría pronto.
Porque el cuervo estaba acechando.
Y la próxima vez... no fallaría.
El sol apenas había comenzado a salir cuando Isabella se reunió con Enzo en la sala de seguridad de la mansión. Las pantallas mostraban imágenes en vivo de cada rincón de la propiedad, desde la entrada principal hasta los jardines traseros. Todo estaba bajo vigilancia... o al menos, eso era lo que Isabella había creído hasta ahora.
—Quiero un informe completo de cada comunicación que haya salido de esta casa en las últimas semanas. —ordenó, su voz fría y autoritaria. —Quiero saber quién habla con quién, cuándo y sobre qué.
Enzo asintió, sin mostrar sorpresa. —Por supuesto, señorita Isabella. Ya he comenzado a revisar las grabaciones.