El sonido de las sirenas retumbaba en el aire cuando Isabella salió del almacén. La policía había rodeado el edificio, sus luces rojas y azules iluminando la oscuridad de la noche. Los oficiales apuntaron sus armas hacia ella, sus rostros tensos y alerta.
—¡Manos arriba! —gritó uno de ellos, su voz autoritaria. —¡De rodillas en el suelo!
Isabella alzó las manos lentamente, su mirada fría y desafiante. Sabía que Dante había planeado esto... que había llamado a la policía para que la atraparan junto a él. Pero no había contado con su decisión de entregarlo vivo.
—No soy su enemiga. —dijo con voz firme, sus ojos oscuros clavándose en el oficial al mando. —El hombre que buscan está dentro. Dante Moretti. El cuervo.
Hubo un murmullo de incredulidad entre los oficiales. Isabella vio cómo se miraban unos a otros, sus expresiones oscilando entre el asombro y la desconfianza.
—¿Dante Moretti...? —repitió el oficial, su rostro pálido. —Eso... eso no es posible... él está muerto.
—No. —corrigió Isabella, su tono cortante. —Fingió su muerte para manipularnos desde las sombras. Él es el verdadero cerebro detrás de todos los ataques... el responsable de la guerra en esta ciudad.
El oficial dudó, su mirada evaluándola con cautela. Isabella entendió su desconfianza. Después de todo, ella también era una figura temida y respetada en el mundo del crimen. Pero ahora no había tiempo para juegos de poder.
—Entren y véanlo ustedes mismos. —ordenó, su voz llena de autoridad. —Está herido... pero sigue vivo.
El oficial vaciló un momento antes de dar una señal a sus hombres. Tres agentes entraron corriendo al almacén, sus armas desenfundadas.
Isabella esperó en silencio, sus manos aún en alto mientras los minutos pasaban lentamente. Sabía que no podía huir... no si quería proteger su nombre y su legado.
Finalmente, los agentes salieron del edificio, arrastrando el cuerpo debilitado de Dante. Su rostro estaba pálido, sus ojos llenos de odio mientras la miraba con una intensidad que quemaba.
—¡Maldita...! —gruñó, su voz quebrada por el dolor. —¡Esto... no ha terminado...!
—Sí, sí ha terminado. —respondió Isabella, su mirada fría e implacable. —Fingiste tu muerte, me traicionaste... y jugaste con mi corazón. Pero yo gané.
Dante intentó liberarse, su cuerpo temblando por la furia. —¡Voy a matarte... Isabella...! ¡Voy a destruirte...!
—No. —Isabella negó con la cabeza, su expresión dura. —No puedes destruirme... porque ya no significas nada para mí.
Dante se quedó en silencio, sus ojos oscuros llenándose de dolor y rabia. Isabella supo en ese momento que había ganado de verdad. No solo había destruido su poder... había destruido su espíritu.
—Llévenselo. —ordenó el oficial, su voz tensa. —Quiero vigilancia las veinticuatro horas. Nadie se le acerca sin mi permiso.
—¡No... Isabella...! —gritó Dante mientras lo arrastraban al coche patrulla. —¡Esto no ha terminado...! ¡Aún te destruiré...!
Isabella no respondió. Se quedó inmóvil, su postura elegante y firme mientras observaba cómo lo metían en el coche y cerraban la puerta.
Las luces de la patrulla iluminaron el rostro de Dante una última vez antes de que el vehículo se alejara, llevándose al hombre que había sido su amor... y su peor enemigo.
Cuando el coche desapareció en la distancia, Isabella sintió cómo sus piernas temblaban. La adrenalina comenzó a desvanecerse, dejándola exhausta y vacía.
—Lo lograste.
La voz de Marco llegó a su lado, su tono suave. Isabella se giró lentamente, encontrando sus ojos oscuros llenos de preocupación.
—Sí. —admitió, su voz apagada. —Gané.
—¿Entonces por qué pareces tan rota? —preguntó Marco, su rostro lleno de dolor.
Isabella sintió cómo su pecho se apretaba, las lágrimas amenazando con caer. —Porque también perdí.
Marco extendió una mano, sus dedos rozando suavemente su hombro. —Lo amabas... ¿verdad?
Isabella cerró los ojos, sus lágrimas cayendo silenciosamente. —Sí. Lo amé... con todo mi corazón. Y él usó ese amor... para destruirme.
Marco asintió lentamente, sus ojos llenos de comprensión. —Entonces es un tonto. Porque perdiste tu corazón... pero él perdió su alma.
Isabella lo miró fijamente, su dolor reflejado en sus ojos. —¿Y yo? ¿Qué perdí...?
—Perdiste tu inocencia. —dijo Marco, su voz baja y cargada de emoción. —Pero aún tienes tu nombre... y tu poder.
Isabella asintió lentamente, sus hombros hundiéndose bajo el peso de la verdad. Había ganado la guerra... pero había perdido una parte de sí misma que nunca recuperaría.
—¿Y ahora...? —susurró, su voz quebrada. —¿Qué hago ahora...?
—Vives. —respondió Marco, su mirada intensa. —Vives... y reconstruyes. Como siempre lo haces.
Isabella exhaló lentamente, sintiendo cómo la niebla del dolor comenzaba a disiparse. Tenía razón. Había sobrevivido a la traición... al dolor... a la guerra. Y sobreviviría a esto también.
—Entonces comencemos. —dijo finalmente, enderezando los hombros. —Hay mucho trabajo que hacer.
—A tus órdenes, jefa. —Marco sonrió, esa sonrisa peligrosa que tanto la enfurecía como la atraía.
Isabella sintió cómo una pequeña chispa de esperanza brillaba en su pecho. Había perdido a Dante... pero no había perdido su futuro.
—Vamos a casa. —dijo, su voz firme y decidida. —Tengo un imperio que reconstruir.
Marco asintió, caminando a su lado mientras se alejaban del almacén. Las sirenas aún resonaban en la distancia, pero Isabella no miró atrás.
Dante era su pasado... un recuerdo doloroso que llevaría siempre en su corazón. Pero no la destruiría. No le permitiría ganar.
Era Isabella De Luca. La reina de las sombras. Y nadie la haría caer.
La guerra había terminado.
Pero su legado... apenas comenzaba.
La mansión De Luca estaba en silencio cuando Isabella regresó. La antigua casa de su familia se alzaba majestuosa en la colina, sus paredes de piedra oscura brillando bajo la luz de la luna. Pero el aire estaba cargado de una sensación de vacío... de pérdida.