Isabella respiraba con dificultad, sus manos aún temblando mientras luchaba contra las ataduras en sus muñecas. La silla crujió bajo su fuerza, pero las cuerdas eran fuertes, apretadas con precisión para mantenerla inmóvil.
El cuervo había estado allí. Había estado tan cerca que podía oler su aliento, sentir el frío de su toque... y aun así, no había visto su rostro.
—¡Maldición! —gritó, su voz llena de furia impotente. —¡¿Quién eres...?!
Pero las sombras de la habitación no respondieron. El cuervo se había desvanecido como un fantasma, dejándola sola con sus preguntas... y sus miedos.
Finalmente, la puerta del despacho se abrió de golpe y Marco apareció, su rostro pálido al verla atada. —¡Isabella!
—¡Córtalas! —ordenó, su voz gélida. —¡Ahora!
Marco sacó un cuchillo de su cinturón y cortó las cuerdas con rapidez. Isabella se levantó de un salto, sus ojos oscuros ardiendo con rabia. —¿Dónde estabas...?
—Patrullando el perímetro. —respondió Marco, su expresión tensa. —No vi a nadie entrar... ni salir.
—Pues estuvo aquí. —escupió Isabella, sus manos temblando mientras frotaba sus muñecas doloridas. —Estuvo aquí... me ató... y luego desapareció.
Marco la miró con incredulidad. —¿El cuervo...? ¿Aquí...?
—Sí. —Isabella sintió cómo su rabia se intensificaba. —Y me dijo que me odiaba... porque una vez me amó.
Marco frunció el ceño, su mirada oscureciéndose. —¿Qué...?
—Eso dijo. —repitió Isabella, sus ojos llenos de dolor y confusión. —Dijo que yo lo traicioné... que lo dejé morir... y que ahora iba a destruirme.
Marco se quedó en silencio, sus labios apretados en una línea tensa. —¿Quién... podría odiarte tanto...?
—No lo sé. —admitió Isabella, su voz temblando. —Pero dijo que lo traicioné... y no puedo recordar a quién traicioné de esa manera.
—¿Estás segura de que no está jugando contigo...? —preguntó Marco, su tono cauteloso. —Podría estar manipulándote... intentando confundirte.
—Tal vez. —Isabella asintió lentamente. —Pero su voz... su dolor... era real. Me odia porque una vez me amó... y yo lo traicioné.
—Entonces necesitamos descubrir quién es... antes de que vuelva a atacar. —dijo Marco, su mirada endureciéndose. —Y esta vez... no dejaré que se acerque a ti.
Isabella lo miró fijamente, su desconfianza aún presente. —¿Cómo puedo saber que no eres tú...?
Marco no parpadeó. —No puedes. Pero si yo fuera el cuervo... ya estarías muerta.
Isabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que tenía razón. Marco era letal, un asesino entrenado... si hubiera querido matarla, ya lo habría hecho.
—Entonces encuentra al verdadero cuervo. —ordenó, su voz fría como el hielo. —Encuentra a este traidor... y tráemelo.
—Lo haré. —prometió Marco, su mirada oscura brillando con determinación. —No importa quién sea... lo traeré ante ti.
—Y cuando lo hagas... —dijo Isabella, sus ojos llenos de odio. —Voy a matarlo yo misma.
Durante los días siguientes, Isabella se sumergió en los registros de su pasado, buscando cualquier pista sobre la identidad del cuervo. Revisó viejas alianzas, amistades rotas, amores perdidos... pero nada encajaba.
Cada nombre que surgía era descartado. Cada recuerdo que analizaba parecía una mentira.
—¿Cómo puedo destruir a alguien que no recuerdo...? —murmuró, su voz quebrada. —¿Cómo puedo luchar contra un fantasma...?
—Tal vez no sea un fantasma. —dijo Marco, entrando en el despacho con un sobre en la mano. —Tal vez esté más cerca de lo que crees.
Isabella lo miró con desconfianza. —¿Qué encontraste...?
—Esto. —Marco dejó el sobre sobre la mesa. —Llegó esta mañana. Sin remitente.
Isabella abrió el sobre lentamente, sus manos temblando levemente. Dentro había una sola hoja de papel, con un mensaje escrito en tinta negra:
"¿Recuerdas la promesa que rompiste...? Yo sí. Y voy a hacerte pagar por ello."
El símbolo del cuervo negro estaba dibujado en la parte inferior, su forma oscura y amenazante.
—¿Promesa...? —Isabella sintió cómo su corazón latía con fuerza. —¿Qué promesa...?
Marco frunció el ceño. —¿Hiciste alguna promesa... a alguien que ahora pueda odiarte...?
Isabella cerró los ojos, sus recuerdos girando en espiral. Promesas... había hecho tantas. Alianzas, pactos, juramentos... pero ninguna promesa de amor.
—No lo sé. —admitió, su voz temblando. —No recuerdo haber hecho una promesa así... no a alguien que pudiera odiarme de esta manera.
—Entonces tenemos que buscar más a fondo. —dijo Marco, su tono decidido. —Si esto es personal... si realmente cree que lo traicionaste... entonces está jugando con tus recuerdos.
—¿Mis recuerdos...? —Isabella lo miró fijamente. —¿Qué quieres decir...?
—Tal vez haya algo que olvidaste. —sugirió Marco, sus ojos oscuros brillando con intensidad. —Algo que bloqueaste... porque era demasiado doloroso.
Isabella sintió cómo su pecho se apretaba. ¿Era posible...? ¿Había olvidado algo tan importante...?
—Si hay algo que bloqueé... —dijo lentamente, su voz temblando. —Entonces necesito recordarlo... antes de que él use eso en mi contra.
Marco asintió, su expresión grave. —Entonces necesitas alguien que te ayude a recordar.
—¿Quién...?
—Alguien que haya estado contigo desde el principio. Alguien que sepa más de tu pasado... que tú misma.
Isabella frunció el ceño, su mente buscando entre las sombras de su pasado. ¿Quién conocía sus secretos...? ¿Quién sabía más de su historia... de sus promesas...?
Entonces lo entendió. La respuesta era dolorosamente obvia.
—Enzo. —murmuró, sus ojos ensanchándose. —Enzo ha estado conmigo toda mi vida. Sabe todo sobre mi pasado... sobre mis promesas...
Marco asintió lentamente. —Entonces habla con él. Hazle preguntas... busca en tu propia historia.
—Sí. —dijo Isabella, su voz llena de determinación. —Voy a recordar... y cuando lo haga, voy a destruir al cuervo.