La tensión en la mansión De Luca era palpable. Cada rincón parecía susurrar secretos, ecos de un pasado que aún no había sido perdonado. Isabella caminaba por los pasillos como una sombra, sus pensamientos girando en espiral mientras intentaba encontrar sentido a sus sentimientos.
Amaba a Adriano... pero también lo odiaba por regresar y destrozar su mundo una vez más.
Y luego estaba Marco. Fiel, leal... y profundamente enamorado de ella. Pero Isabella sabía que no podía aferrarse a él mientras aún estaba rota por dentro.
—Necesitas tomar una decisión. —la voz de Enzo resonó detrás de ella. Isabella se giró rápidamente, sorprendida al ver al hombre leal de su familia observándola con una mirada severa.
—¿Qué quieres decir...? —preguntó, su voz tensa.
Enzo la miró fijamente, sus ojos oscuros llenos de preocupación. —No puedes seguir así. Tu indecisión... está destruyendo a ambos.
—¿A ambos...? —Isabella sintió cómo su pecho se apretaba.
—A Adriano... y a Marco. —dijo Enzo, su tono cortante. —Los estás arrastrando a un conflicto... que solo tú puedes resolver.
Isabella sintió cómo sus lágrimas ardían en sus ojos. —No quiero hacerles daño...
—Entonces elige. —exigió Enzo, su mirada implacable. —Elige a quién vas a amar... y a quién vas a dejar ir.
Isabella sintió cómo su corazón latía dolorosamente. Sabía que Enzo tenía razón... pero no sabía cómo tomar esa decisión.
—No puedo elegir. —admitió, su voz temblando. —Porque ambos son parte de mí... de mi pasado... y de mi presente.
—Pero solo uno puede ser tu futuro. —respondió Enzo, su mirada intensa. —Y si no eliges... terminarás perdiéndolos a ambos.
Isabella sintió cómo sus lágrimas caían. —¿Qué... qué debo hacer...?
—Tienes que enfrentarte a tu propio corazón. —dijo Enzo, su voz suave. —Y tienes que dejar ir el dolor... si quieres sanar.
—¿Y si no puedo...? —susurró Isabella, su voz rota. —¿Y si no puedo... dejar de amarlos...?
—Entonces seguirás sufriendo. —respondió Enzo, su tono lleno de tristeza. —Porque no puedes amar a dos hombres... sin destruirte a ti misma.
Isabella cerró los ojos, sus lágrimas cayendo libremente. Sabía que Enzo tenía razón... pero no sabía cómo dejar ir el pasado.
—Entonces... ¿qué hago...? —preguntó, su voz temblando. —¿Cómo elijo... entre ellos...?
Enzo se acercó lentamente, su mirada llena de compasión. —No elijas entre ellos... elige entre el pasado... y el futuro.
Isabella sintió cómo sus lágrimas ardían en sus ojos. Adriano representaba su pasado... el amor que una vez conoció y perdió. Marco era su presente... y quizá, su futuro.
Pero no podía seguir aferrándose a ambos. Tenía que dejar ir uno... para poder amar al otro.
—No puedo... —jadeó, su voz quebrándose. —No puedo... porque aún estoy rota.
—Entonces arréglate. —dijo Enzo, su tono suave. —Y elige el amor... en lugar del dolor.
Isabella lo miró fijamente, sus ojos llenos de emoción contenida. —¿Y si elijo mal...? ¿Y si me rompo aún más...?
—Entonces te levantarás. —respondió Enzo, su mirada intensa. —Porque eres una De Luca... y los De Luca no se rompen.
Isabella sintió cómo su pecho se apretaba, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que tenía razón. Sabía que era fuerte... incluso cuando su corazón estaba hecho pedazos.
—Entonces... elegiré. —dijo finalmente, su voz llena de determinación. —Elegiré... y viviré con las consecuencias.
Enzo asintió lentamente, su mirada llena de respeto. —Entonces no esperes más... porque ambos hombres... están esperando tu decisión.
Isabella cerró los ojos, su cuerpo temblando mientras sus lágrimas caían. Sabía que no podía seguir huyendo... no cuando sus sentimientos amenazaban con consumirla.
—Entonces... acabaré con esto. —dijo finalmente, su voz baja y peligrosa. —Y aceptaré las consecuencias... sin importar cuánto duela.
Enzo la observó en silencio, su mirada llena de orgullo. —Entonces ve... y enfrenta a tus demonios.
Isabella asintió lentamente, su cuerpo temblando mientras se giraba y caminaba por el pasillo. Sabía a dónde tenía que ir... y sabía con quién tenía que hablar primero.
Lo encontró en el balcón, su figura alta y poderosa recortada contra la luz de la luna. Adriano estaba inmóvil, sus ojos oscuros fijos en el horizonte mientras el viento jugaba con su cabello oscuro.
—Sabía que vendrías. —dijo Adriano sin girarse, su voz baja.
—Tenemos que hablar. —dijo Isabella, su tono firme.
Adriano giró lentamente, sus ojos llenos de emociones contenidas. —¿Sobre qué...?
—Sobre nosotros. —respondió Isabella, su mirada intensa. —Sobre lo que éramos... y lo que nunca volveremos a ser.
Adriano sintió cómo su pecho se apretaba. —¿Nunca...?
—No. —dijo Isabella, sus lágrimas cayendo. —Porque el amor que compartimos... murió el día que creí que habías muerto.
Adriano cerró los ojos, su cuerpo temblando. —¿Entonces... no me amas...?
—Te amé. —admitió Isabella, su voz temblorosa. —Te amé con todo mi corazón... pero también te odié por abandonarme.
—No te abandoné... —murmuró Adriano, su voz quebrándose. —Me obligaron a irme...
—Y aun así, te fuiste. —dijo Isabella, sus lágrimas cayendo. —Y yo me quedé... rota... sola...
Adriano sintió cómo sus lágrimas ardían en sus ojos. —¿Entonces... esto es el final...?
—Sí. —respondió Isabella, su voz llena de dolor. —Porque no puedo seguir viviendo en el pasado... no puedo seguir aferrándome a un amor que murió hace mucho tiempo.
—No... —jadeó Adriano, sus lágrimas cayendo. —No puedes... no puedes dejarme...
—No estoy dejándote. —dijo Isabella, sus ojos brillando con tristeza. —Solo... te estoy liberando.
Adriano cayó de rodillas, su cuerpo temblando mientras sus lágrimas empapaban el suelo. —No... no puedo...
Isabella se arrodilló frente a él, sus manos temblando mientras acariciaba su rostro. —Te amé, Adriano... y siempre serás una parte de mí. Pero no puedo seguir rota... no puedo seguir amándote en el odio.