Isabella se despertó sintiendo el vacío en su pecho, una sensación de pérdida que no podía sacudir. La despedida de Adriano había dejado una herida abierta, un dolor que se extendía por todo su ser.
Sabía que había tomado la decisión correcta. Sabía que dejarlo ir era necesario para sanar... para seguir adelante. Pero eso no hacía que doliera menos.
—¿Vas a quedarte en la cama todo el día...?
La voz de Marco la hizo girarse hacia la puerta. Él estaba apoyado contra el marco, sus brazos cruzados mientras la miraba con una mezcla de preocupación y cautela.
—No... —admitió Isabella, su voz apagada. —Solo... no sabía cómo enfrentar este día.
—Te despediste de él. —dijo Marco, su tono suave pero directo. —¿Eso significa que has elegido...?
Isabella sintió cómo su pecho se apretaba. —Elegí... dejar atrás el pasado.
—¿Y eso incluye... a Adriano...? —Marco dio un paso hacia ella, sus ojos oscuros llenos de emoción contenida.
—Sí. —respondió Isabella, sus lágrimas brillando en sus ojos. —Lo dejé ir... porque no podía seguir viviendo en el dolor.
Marco asintió lentamente, su postura relajándose. —¿Y cómo te sientes...?
Isabella soltó una risa amarga, sus manos temblando. —Como si hubiera perdido una parte de mí... pero también... como si hubiera recuperado otra.
Marco se acercó lentamente, su mirada intensa. —Entonces... ¿estás lista para seguir adelante...?
—Eso creo. —admitió Isabella, su voz temblorosa. —Pero no sé... si estoy lista para amar de nuevo.
Marco se detuvo frente a ella, sus ojos oscuros observándola en silencio. —No te estoy pidiendo que me ames.
—¿No...? —Isabella sintió cómo su corazón latía con fuerza.
—No. —dijo Marco, su voz baja y suave. —Solo te estoy pidiendo... que no me alejes.
Isabella sintió cómo sus lágrimas caían, su pecho ardiendo con emoción contenida. —No quiero alejarte... pero tampoco quiero lastimarte.
—Entonces no lo hagas. —dijo Marco, su tono desafiante. —No me alejes... no te escondas.
—Tengo miedo... —admitió Isabella, su voz temblando. —Tengo miedo... de volver a romperme.
Marco acarició suavemente su mejilla, su toque cálido y reconfortante. —Entonces déjame ayudarte a reconstruirte.
Isabella sintió cómo sus lágrimas caían libremente, sus manos temblando mientras se aferraba a él. —No sé cómo...
—Yo tampoco. —admitió Marco, sus ojos oscuros llenos de emoción. —Pero podemos aprender... juntos.
Isabella se hundió en sus brazos, su cuerpo temblando mientras lo abrazaba con fuerza. Marco la sostuvo con ternura, su corazón latiendo al unísono con el de ella.
Sabía que este no era el final de su dolor. Sabía que las cicatrices de su pasado aún la perseguirían. Pero por primera vez en mucho tiempo... sintió esperanza.
—No te prometo nada... —murmuró Isabella, sus lágrimas cayendo. —Solo... te prometo... intentarlo.
—Eso es suficiente para mí. —susurró Marco, sus labios rozando suavemente su cabello. —Porque no necesito tus promesas... solo necesito... a ti.
Isabella cerró los ojos, permitiéndose descansar en sus brazos. Sabía que el camino hacia la sanación sería largo... pero al menos no estaría sola.
Los días siguientes fueron un torbellino de cambios en la mansión De Luca. Isabella comenzó a retomar sus responsabilidades, reconstruyendo su imperio mientras trataba de reconstruir su corazón.
Pero no todos los cambios fueron fáciles.
—¿Estás segura de esto...? —preguntó Enzo, su rostro lleno de preocupación. —Esto... va en contra de todo lo que tu padre te enseñó.
—Lo sé. —dijo Isabella, su mirada firme. —Pero no soy mi padre... y no voy a gobernar como él lo hizo.
Enzo la observó en silencio, sus ojos oscuros llenos de respeto. —¿Entonces... vas a perdonar a tus enemigos...?
—No. —respondió Isabella, su voz fría. —Voy a destruirlos... pero no lo haré con violencia. Lo haré con poder.
Enzo sonrió levemente, asintiendo lentamente. —Tu padre estaría orgulloso... aunque no lo admitiría.
—No necesito su orgullo. —dijo Isabella, sus ojos brillando con determinación. —Solo necesito proteger mi nombre... y mi legado.
—Entonces tienes mi lealtad. —prometió Enzo, haciendo una reverencia. —Hasta el último aliento.
Isabella asintió lentamente, su postura elegante y poderosa. —Entonces prepárate. Porque vamos a cambiar las reglas... y vamos a gobernar... sin miedo.
Enzo sonrió, su mirada llena de admiración. —Como desees... mi reina.
Isabella sintió cómo su pecho se llenaba de orgullo. Había dejado atrás el dolor... había dejado atrás el pasado. Y ahora... estaba lista para gobernar.
—Entonces empecemos. —ordenó, su voz llena de autoridad. —El imperio De Luca... va a renacer.
Esa noche, Isabella se encontró en el balcón de su habitación, observando las luces de la ciudad. La brisa fría jugaba con su cabello, sus pensamientos llenos de recuerdos y emociones.
—¿Aún piensas en él...? —la voz de Marco llegó suavemente desde detrás de ella.
—Sí. —admitió Isabella, su mirada perdida en el horizonte. —Siempre pensaré en él... porque fue mi primer amor.
—¿Y eso significa... que nunca habrá un lugar para mí...? —preguntó Marco, su voz temblorosa.
Isabella se giró lentamente, sus ojos llenos de emoción. —No. Significa... que necesito tiempo... para encontrar ese lugar.
Marco asintió lentamente, su mirada intensa. —Entonces esperaré.
—¿Por cuánto tiempo...? —preguntó Isabella, su voz suave.
—Por el tiempo que necesites. —respondió Marco, su tono firme. —Porque si hay un lugar para mí en tu corazón... entonces lo encontraré.
Isabella sintió cómo sus lágrimas ardían en sus ojos. —No sé si puedo darte lo que mereces...
—No estoy pidiendo perfección. —dijo Marco, su mirada llena de amor. —Solo estoy pidiendo... una oportunidad.
Isabella sintió cómo su corazón latía con fuerza. Había dejado atrás a Adriano. Había dejado atrás su dolor.