Sombras de amor y traicion

Capitulo 40

El aire en el almacén abandonado estaba cargado de tensión y dolor mientras Isabella y Adriano permanecían frente a frente, sus ojos oscuros llenos de amor y odio.

Ambos tenían las armas en sus manos, sus dedos temblando mientras apuntaban directamente al corazón del otro. Pero sus miradas eran sinceras, vulnerables... y llenas de lágrimas.

—No puedo... seguir así... —jadeó Isabella, su voz temblando. —No puedo... seguir amándote... y odiándote... al mismo tiempo.

Adriano sintió cómo su pecho se rompía al escucharla. Su mirada se suavizó, sus manos temblando mientras dejaba caer su arma al suelo. El sonido metálico resonó en el almacén vacío, como un eco de su amor roto.

—Entonces... no lo hagas. —susurró Adriano, sus ojos llenos de emoción. —Elige... amarme... y deja ir... el odio.

Isabella sintió cómo sus lágrimas caían sin control. —¿Cómo... puedo hacerlo...? ¿Cómo... puedo... perdonarte...?

Adriano dio un paso adelante, su mirada suplicante. —No sé... cómo pedirte perdón... por todo lo que te hice... pero estoy dispuesto... a pasar mi vida... demostrando... que te amo.

Isabella apretó los labios, su cuerpo temblando. —¿Cómo... puedo... confiar en ti... otra vez...?

—Quedándote... —susurró Adriano, sus ojos brillando con lágrimas. —Quedándote... y dejando... que te ame... hasta que sane... tu corazón roto.

Isabella dejó caer su arma, sus hombros hundiéndose mientras sollozaba. —No sé... cómo dejar de amarte... aunque me rompiste... una y otra vez.

Adriano se acercó lentamente, sus manos temblando mientras acariciaba suavemente su rostro. —Entonces... no dejes de amarme... y te prometo... que nunca más... te romperé.

Isabella sintió cómo su corazón latía con fuerza, su pecho ardiendo con emoción. —¿Me lo... prometes...?

—Sí. —dijo Adriano, sus lágrimas cayendo. —Porque estoy... condenado... a amarte... hasta mi último aliento.

Isabella lo abrazó con fuerza, sus cuerpos temblando mientras compartían su amor roto... y su redención. Sabían que sus cicatrices no desaparecerían, sabían que el dolor de su traición aún ardía en sus almas.

Pero también sabían... que no podían vivir el uno sin el otro.

Porque su amor... era su corona... y su salvación.

El aire en el almacén abandonado estaba cargado de tensión y dolor mientras Isabella y Adriano permanecían frente a frente, sus ojos oscuros llenos de amor y odio.

Ambos tenían las armas en sus manos, sus dedos temblando mientras apuntaban directamente al corazón del otro. Pero sus miradas eran sinceras, vulnerables... y llenas de lágrimas.

—No puedo... seguir así... —jadeó Isabella, su voz temblando. —No puedo... seguir amándote... y odiándote... al mismo tiempo.

Adriano sintió cómo su pecho se rompía al escucharla. Su mirada se suavizó, sus manos temblando mientras dejaba caer su arma al suelo. El sonido metálico resonó en el almacén vacío, como un eco de su amor roto.

—Entonces... no lo hagas. —susurró Adriano, sus ojos llenos de emoción. —Elige... amarme... y deja ir... el odio.

Isabella sintió cómo sus lágrimas caían sin control. —¿Cómo... puedo hacerlo...? ¿Cómo... puedo... perdonarte...?

Adriano dio un paso adelante, su mirada suplicante. —No sé... cómo pedirte perdón... por todo lo que te hice... pero estoy dispuesto... a pasar mi vida... demostrando... que te amo.

Isabella apretó los labios, su cuerpo temblando. —¿Cómo... puedo... confiar en ti... otra vez...?

—Quedándote... —susurró Adriano, sus ojos brillando con lágrimas. —Quedándote... y dejando... que te ame... hasta que sane... tu corazón roto.

Isabella dejó caer su arma, sus hombros hundiéndose mientras sollozaba. —No sé... cómo dejar de amarte... aunque me rompiste... una y otra vez.

Adriano se acercó lentamente, sus manos temblando mientras acariciaba suavemente su rostro. —Entonces... no dejes de amarme... y te prometo... que nunca más... te romperé.

Isabella sintió cómo su corazón latía con fuerza, su pecho ardiendo con emoción. —¿Me lo... prometes...?

—Sí. —dijo Adriano, sus lágrimas cayendo. —Porque estoy... condenado... a amarte... hasta mi último aliento.

Isabella lo abrazó con fuerza, sus cuerpos temblando mientras compartían su amor roto... y su redención. Sabían que sus cicatrices no desaparecerían, sabían que el dolor de su traición aún ardía en sus almas.

Pero también sabían... que no podían vivir el uno sin el otro.

Porque su amor... era su corona... y su salvación.

Días después, Isabella se presentó ante sus aliados, su postura poderosa mientras anunciaba su decisión.

—Adriano Ricci... ya no es mi enemigo. —dijo Isabella, su voz fría pero firme. —Él... es mi sombra... y mi amor... y juntos... vamos a gobernar esta ciudad.

Hubo murmullos de sorpresa, miradas de duda. Pero nadie se atrevió a desafiar su palabra. Porque la Reina de las Sombras... nunca retrocedía.

Enzo se acercó lentamente, su mirada intensa. —¿Entonces... vas a confiar en él...?

—Sí. —dijo Isabella, sus ojos oscuros brillando con determinación. —Porque he elegido... amarlo... en lugar de odiarlo.

Enzo asintió lentamente, su respeto evidente. —Entonces... reinarás... con amor... y con sombras.

—Sí. —dijo Isabella, su voz suave. —Porque mi amor... ya no es... mi maldición.

Los líderes hicieron una reverencia, sus voces resonando en la sala. —A tus órdenes... Reina de las Sombras.

Isabella los observó en silencio, su mirada poderosa mientras sentía la mano de Adriano rozar suavemente la suya. Se giró para mirarlo, sus ojos encontrándose en un mar de amor y emoción.

—Entonces... estamos... juntos. —susurró Adriano, sus labios temblando. —¿Para siempre...?

—Sí. —dijo Isabella, sus lágrimas cayendo. —Porque he elegido... amarte... sin miedo.

Adriano sonrió suavemente, sus ojos brillando con amor. —Entonces... estamos... condenados... a amarnos... por siempre.




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