Sebastian Blackthorn no era un hombre que encajara perfectamente en los estándares de la alta sociedad, y eso era exactamente lo que lo hacía tan intrigante. Su riqueza no provenía de un linaje antiguo ni de tierras heredadas. Su padre, un barón venido a menos, había dejado a la familia sumida en deudas tras su muerte. Sebastián, aún joven, había tomado las riendas, reconstruyendo la fortuna familiar desde las cenizas, pero no a través de los medios tradicionales de los nobles.
Blackthorn había invertido en negocios mercantiles y había financiado exploraciones en territorios lejanos, obteniendo enormes ganancias del comercio de bienes exóticos: sedas orientales, especias raras y gemas que ningún inglés había visto antes. Esa fortuna, amasada con astucia, lo había convertido en un hombre rico, aunque no del todo aceptado por la élite más tradicional de Altshire. Para muchos, no era más que un intruso audaz.
Esa noche, mientras el salón de baile de Greystone Manor brillaba con una opulencia casi excesiva, Sebastián permanecía al margen, observando los movimientos de Isolde desde las sombras. Su expresión era imperturbable, pero por dentro, ardía. Verla girar en los brazos del Marqués era como ser testigo de una obra de teatro grotesca, donde ella interpretaba un papel que nunca debería haber aceptado.
**Una Decisión Peligrosa**
Cuando la música terminó, Sebastián aprovechó un momento de distracción para acercarse a Isolde mientras ella descansaba cerca de los ventanales del salón. La luz de la luna caía sobre su rostro, destacando la perfección de sus rasgos: los labios ligeramente entreabiertos, las pestañas largas que proyectaban sombras delicadas sobre sus mejillas, y ese azul profundo en sus ojos que parecía contener todas las respuestas que él anhelaba.
—No creía que tuviera el valor de asistir a esta farsa —dijo ella en un susurro, sin mirarlo directamente.
Sebastián esbozó una sonrisa, aunque no había alegría en ella.
—La valentía no tiene nada que ver con ello, Isolde. Solo he venido a recordarle algo: lo que vimos y sentimos en el puente sigue siendo real, por mucho que intente enterrarlo bajo el peso de un compromiso impuesto —respondió él, con la voz baja pero intensa.
Isolde giró la cabeza hacia él, y por un instante, su fachada de fortaleza pareció tambalearse.
—¿Y qué propone que haga, Sebastián? Si me rebelo, mi familia lo perderá todo. ¿Está dispuesto a cargar con esa culpa? —preguntó, su tono teñido de desesperación.
Sebastián dio un paso más cerca, su voz un susurro que solo ella podía escuchar.
—Déjeme a mí esa carga. Si se atreve a escapar de esta prisión que llaman vida, yo me ocuparé de todo. Su familia no quedará desamparada, se lo prometo.
La mirada de Isolde vaciló. La seguridad en las palabras de Sebastián era tentadora, pero la realidad era más oscura de lo que él parecía entender.
—No sabe lo que está diciendo, Sebastián. No puede salvarme de todo esto. Y aunque pudiera... hay cosas que ya no puedo cambiar —dijo, con un tono que hablaba más de tristeza que de negación.
**El Intercambio de Sombras**
Antes de que Sebastián pudiera responder, un nuevo jugador entró en escena. El Marqués de Greystone apareció junto a Isolde, lanzándole a Sebastián una mirada de advertencia apenas disimulada.
—Lady Ashcroft, ¿todo bien? —preguntó el Marqués, con una leve sonrisa que no alcanzaba a ocultar su incomodidad por la presencia de Sebastián.
Isolde asintió rápidamente, colocando una máscara perfecta de calma.
—Por supuesto, milord. Solo tomaba un momento para respirar —respondió, tomando el brazo que el Marqués le ofrecía.
Pero mientras se alejaban, Sebastián no pudo apartar la mirada de ella. No era el tipo de hombre que se rendía fácilmente, y esta noche había reforzado su determinación. **Si el juego implicaba enfrentarse al Marqués en su propio terreno, estaba más que dispuesto a jugarlo.**
**Una Visita Inesperada**
Días después, mientras Isolde se encontraba en los jardines de la mansión Ashcroft, una figura familiar apareció por el camino de entrada: Sebastián, montado en su fiel caballo negro. Alice, la doncella, corrió apresuradamente hacia Isolde.
—Mi Lady, Lord Blackthorn está aquí. Su padre no está en casa, pero... me temo que esto será problemático si alguien más lo ve —advirtió Alice, con ojos llenos de preocupación.
Isolde sintió que su corazón se aceleraba. Antes de que pudiera procesar lo que debía hacer, Sebastián desmontó de su caballo y avanzó con pasos decididos hacia ella. En la penumbra de los árboles, su figura parecía aún más imponente, y su mirada, más resuelta que nunca.
—¿Está loco? ¡Si alguien lo ve aquí...! —comenzó Isolde, pero Sebastián la interrumpió.
—Que me vean. No me importa. He venido a decírselo en persona, Isolde. No voy a permitir que esto termine de esta manera —dijo, su voz temblando apenas con la emoción contenida.
Isolde lo miró, perdida entre la furia y el deseo de ceder. Pero antes de que pudiera responder, las puertas de la mansión se abrieron, y el Conde Ashcroft apareció con una expresión de sorpresa y consternación.
—¿Qué significa esto? —preguntó el Conde, su mirada pasando de Isolde a Sebastián.