La mañana siguiente a la velada en la mansión Ashcroft, la noticia del rechazo público al Marqués de Greystone se había extendido como pólvora. Altshire, siempre ávida de escándalos, se deleitaba en los rumores sobre Lady Isolde Ashcroft. Algunos la tildaban de insensata, otros de valiente, pero ninguno de ellos entendía el peso de la decisión que había tomado.
**La Reacción del Conde**
En el comedor de la mansión Ashcroft, el Conde Ashcroft tamborileaba los dedos contra la mesa de caoba mientras miraba fijamente a Isolde. Ella estaba sentada al otro lado, con la mirada baja, enfrentando la tormenta que sabía que se avecinaba.
—¿Entiendes lo que has hecho, Isolde? —dijo el Conde, rompiendo el silencio con una voz gélida—. Has humillado a esta familia frente a toda la sociedad.
Isolde levantó la mirada, con los ojos llenos de determinación.
—Lo entiendo, padre. Pero no me arrepiento. No podía entregarme a un hombre al que no amo —respondió, su voz serena pero firme.
El Conde apretó los puños. Por un momento, pareció debatirse entre la ira y la frustración.
—¿Y qué hay de esta… conexión con Blackthorn? Ese hombre no tiene cabida en nuestra sociedad. No es más que un comerciante vestido como un noble. —El desprecio en su voz era inconfundible.
—Sebastián es más honesto y valiente que muchos de los nobles que he conocido, padre. Y no aceptaré que lo desacredite solo porque no encaja en sus expectativas —replicó Isolde, sorprendida por la audacia de sus propias palabras.
El Conde se puso de pie bruscamente, su silla raspando contra el suelo.
—Si insistes en continuar por este camino, Isolde, estás por tu cuenta. No habrá perdón ni ayuda de mi parte.
Isolde, a pesar del dolor en su corazón, sostuvo la mirada de su padre.
—Entonces será así. Pero al menos seré libre de elegir mi destino.
**El Plan de Sebastián**
Mientras tanto, en **Blackthorn Hall**, Sebastián estaba reunido con Jonathan y otros aliados influyentes. La estrategia que había empezado a diseñar no era únicamente un desafío al Marqués, sino también una declaración de su lugar en la sociedad que intentaba marginarlo.
—El Marqués no se quedará de brazos cruzados, Sebastián. Tiene influencia y aliados poderosos. Si pretendes enfrentarlo, necesitas más que palabras —advirtió Jonathan.
Sebastián inclinó la cabeza, su mirada fija en el mapa extendido sobre la mesa.
—Lo sé. Por eso he comenzado las negociaciones con los socios de Londres y la India. Si podemos consolidar nuestro control sobre las rutas comerciales, mi posición será intocable —respondió, señalando los puntos clave en el mapa.
Jonathan lo observó con una mezcla de admiración y escepticismo.
—Esto no es solo por negocios, ¿verdad? Esto es por ella —dijo, cruzándose de brazos.
Sebastián sonrió ligeramente, pero su mirada permaneció seria.
—Sí. Pero también es por mí. Estoy cansado de que intenten mantenerme fuera de un mundo al que tengo tanto derecho como cualquier otro hombre. Si luchar por Isolde significa desafiar a la sociedad entera, entonces que así sea.
**El Contraataque del Marqués**
En su finca, el Marqués de Greystone no estaba dispuesto a aceptar la humillación sin luchar. Rodeado de hombres de confianza y aliados estratégicos, comenzó a tramar un plan para destruir la reputación de Sebastián.
—Si Blackthorn insiste en interponerse, entonces me aseguraré de que nunca vuelva a ser bienvenido en Altshire —dijo el Marqués, con una sonrisa fría.
Uno de sus consejeros, un hombre conocido por sus métodos poco ortodoxos, asintió.
—Su fortuna es grande, pero su posición social es vulnerable. Bastará con arrojar algo de sombra sobre sus negocios. Si los rumores correctos llegan a los oídos adecuados, será cuestión de tiempo antes de que Blackthorn pierda todo apoyo.
El Marqués levantó una copa de vino, su expresión de triunfo clara.
—Entonces empecemos. Si no puedo tener a Lady Ashcroft, entonces él tampoco podrá.
**El Encuentro en el Jardín**
Esa tarde, Sebastián llegó a la mansión Ashcroft para hablar con Isolde, a pesar de las advertencias de su padre. Alice, la doncella, lo guió rápidamente hacia el jardín trasero para evitar cualquier confrontación con el Conde.
Isolde lo esperaba bajo un cenador cubierto de rosas blancas, su vestido de gasa celeste ondeando con la brisa. Cuando lo vio acercarse, su corazón se aceleró, pero intentó mantener la compostura.
—Sebastián, no debería estar aquí. Si mi padre lo encuentra… —comenzó, pero él la interrumpió.
—Si su padre quiere apartarme de usted, tendrá que hacerlo él mismo. No me iré hasta asegurarme de que está bien —dijo, con una mezcla de ternura y determinación en su voz.
Isolde lo miró, con los ojos llenos de emoción.
—Las cosas han cambiado, Sebastián. Mi padre me ha dejado claro que estoy sola en esto. Si decido estar con usted, tendré que renunciar a todo lo que he conocido.