El cielo aún estaba teñido de tonos grises y rosados cuando Isolde llegó al río de los sauces. La bruma matutina se enredaba entre los troncos de los árboles y el suave murmullo del agua parecía envolverlo todo en un manto de serenidad inquietante. Isolde llevaba un vestido sencillo, color lavanda, con un chal gris que cubría sus hombros del frío. La sencillez de su atuendo contrastaba con la magnificencia de sus sentimientos: un corazón dividido entre el miedo a lo que podría perder y la esperanza de lo que podía ganar.
**El Encuentro**
Sebastián ya estaba allí, de pie junto al puente, con el semblante sereno pero los ojos vigilantes. Vestía un abrigo oscuro que se confundía con las sombras del amanecer, pero su mirada gris brillaba con intensidad. Al verla, dejó escapar una leve sonrisa, una mezcla de alivio y determinación.
—Pensé que tal vez no vendría —dijo él, rompiendo el silencio con una voz suave.
Isolde caminó hacia él, sus pasos resonando ligeramente en la grava húmeda.
—Sabía que si no lo hacía, lo lamentaría el resto de mi vida —respondió, con un leve temblor en la voz.
Cuando se encontraron, Sebastián extendió una mano hacia ella. Isolde la tomó, sintiendo el calor reconfortante de su piel contra la frialdad de la mañana.
—¿Ha tomado una decisión, Isolde? —preguntó Sebastián, con un tono que mezclaba esperanza y aprensión.
Isolde alzó la mirada hacia él. Su rostro, con esos rasgos cincelados que parecían esculpidos por un artista, era tan fuerte como vulnerable. Pero lo que más la conmovió fueron sus ojos: un torbellino de emociones que no intentaban ocultarse.
—Sí, Sebastián. He decidido que no puedo seguir viviendo de acuerdo con las expectativas de otros. He decidido que quiero estar con usted... pero necesito saber si está listo para enfrentar las tormentas que esto traerá. Porque yo lo estoy —declaró, con una firmeza que sorprendió incluso a ella misma.
Sebastián la miró con intensidad, luego llevó la mano de Isolde a sus labios y la besó suavemente.
—No existe tormenta lo suficientemente fuerte como para alejarme de usted, Isolde. Lucharemos juntos.
**El Movimiento del Marqués**
Sin embargo, mientras el amanecer traía esperanza a los corazones de Isolde y Sebastián, en otro lugar de Altshire, una tormenta comenzaba a tomar forma. El Marqués de Greystone, tras enterarse de la reunión secreta en el río de los sauces, había convocado a un consejo privado en su mansión.
—Si Blackthorn cree que puede humillarme y robarme lo que es mío, está muy equivocado —gruñó el Marqués, golpeando el escritorio con un puño.
Lord Whitmore, siempre dispuesto a envenenar cualquier situación, asintió.
—Es hora de actuar, milord. Si podemos exponerlo públicamente, perderá todo respaldo. Y sin respaldo, no tendrá nada que ofrecerle a Lady Ashcroft.
El Marqués, con una sonrisa gélida, levantó una copa de vino.
—Entonces hagámoslo. Que se corra la voz de que Blackthorn no es el hombre honorable que pretende ser. Destruyámoslo.
**Un Plan de Escape**
De regreso en la mansión Ashcroft, Isolde sabía que no le quedaba mucho tiempo. Su padre estaba furioso, y los criados susurraban sobre las medidas que el Marqués planeaba tomar. Ella y Sebastián necesitaban un plan.
Esa misma noche, Sebastián la visitó en secreto, bajo el amparo de la oscuridad.
—Isolde, no podemos quedarnos aquí. El Marqués está tramando algo, y no pienso arriesgarme a que lo utilice contra usted. Debemos marcharnos —dijo él, con una voz grave.
Isolde lo miró con incertidumbre.
—¿Marcharnos? ¿Y adónde iríamos, Sebastián? Mi familia, mi hogar... —comenzó a decir, pero Sebastián la interrumpió.
—Su familia la ha abandonado. ¿Y un hogar? Isolde, el verdadero hogar es donde usted se siente libre. Puedo llevarla a Londres. Allí tengo aliados que nos protegerán. Pero necesito que confíe en mí.
Isolde, aunque llena de dudas, asintió. Sabía que esta era la única manera de escapar de las cadenas que la sociedad había intentado imponerle.
—Confío en usted, Sebastián. Siempre lo haré —susurró.
Sebastián sonrió, con una mezcla de alivio y determinación.
—Entonces, prepárese. Partiremos al amanecer.