La primavera llegó a Londres como un renacimiento, trayendo consigo días luminosos y jardines en flor que respiraban nuevas promesas. En el tranquilo barrio donde ahora residían, Isolde y Sebastián habían construido una vida que no se encontraba en los salones de mármol o bajo la mirada crítica de la alta sociedad, sino en pequeños momentos de felicidad compartida.
**El Jardín de las Promesas**
En la parte trasera de su hogar, un jardín pequeño pero exuberante había florecido bajo el cuidado de Isolde. Cada mañana, ella pasaba tiempo entre sus rosales y lavandas, con una paz que había buscado durante tanto tiempo.
Sebastián, observándola desde el umbral de la puerta, se permitió una sonrisa. Ya no era el hombre siempre en guardia, atrapado entre el deber y el desafío. Había encontrado algo que el dinero, el poder y la lucha nunca le habían dado: un lugar al que pertenecer.
—¿Sigue tan absorta en sus flores que me ha olvidado? —dijo Sebastián, acercándose a ella.
Isolde se giró, con una sonrisa luminosa.
—Nunca podría olvidarle, Sebastián. Pero este jardín es parte de nuestro nuevo comienzo. Un recordatorio de que incluso después de las tormentas más intensas, la vida siempre encuentra una forma de florecer.
Sebastián la tomó de la mano, ayudándola a levantarse.
—Y nosotros también lo hemos hecho. Contra todo pronóstico —respondió, mientras la llevaba de regreso a la casa.
**El Legado de la Valentía**
La sociedad londinense, como era de esperarse, nunca dejó de hablar. Pero el tiempo demostró que aquellos que se atrevieron a desafiar las reglas, como Isolde y Sebastián, podían pavimentar el camino para otros. Damas jóvenes comenzaron a rechazar compromisos impuestos, inspiradas por la historia de Lady Ashcroft, que había reclamado su libertad a costa de todo.
Los negocios de Sebastián prosperaron, pero ahora con un enfoque más claro: asegurar que el poder y la riqueza no se lograran a expensas de otros. Juntos, él e Isolde crearon iniciativas para proteger a los trabajadores y asegurar que la justicia fuera una parte fundamental de sus operaciones. Era su manera de construir un legado que trascendiera generaciones.
**Una Familia Naciente**
Años después, el jardín en su hogar era más bullicioso que nunca. Risas infantiles resonaban entre los árboles, y pequeños pies corrían entre las flores. Sebastián e Isolde, ahora padres de un niño y una niña, los observaban con una mezcla de orgullo y felicidad.
—Nunca imaginé que la vida me llevaría hasta aquí —dijo Isolde, mientras apoyaba su cabeza en el hombro de Sebastián.
—Y yo nunca imaginé que encontraría una compañera tan valiente como usted, Isolde. Juntos hemos construido algo que ningún Marqués ni Conde podría arrebatarnos —respondió él, besando su cabello.
La brisa primaveral acarició el rostro de ambos, como si el mundo mismo les recordara que las tormentas habían quedado atrás y que ahora navegaban bajo cielos despejados.