Sombras de Cristal y Fuego

Capítulo 1- El cristal que sangra

El amanecer teñía de plata las torres de Lyrien cuando Lyra sintió el llamado. No fue un sonido, sino un latido profundo, como si el mundo respirara bajo su piel. El santuario aún estaba en penumbra; las velas consumidas perfumaban el aire con cera y salvia. En el centro de la sala, el cristal ancestral vibró, agrietándose con un gemido antiguo.

Lyra avanzó descalza sobre el mármol frío. Cada paso era una promesa y una amenaza. Extendió las manos, temblorosas. Cada vez que el cristal sangraba luz, alguien pagaba el precio. Cerró los ojos y permitió que la magia la atravesara.

La corriente fue fría al principio, como agua de deshielo, y luego ardiente, clavándosele en el pecho.

Imágenes estallaron tras sus párpados: una ciudad en llamas, estandartes rotos, un cielo partido por relámpagos rojos. En el centro de todo, un hombre de ojos encendidos sostenía una espada envuelta en fuego antiguo.

—Aún no —susurró Lyra, luchando por respirar—. No hoy.

El cristal respondió con un pulso más fuerte. Una grieta se abrió en su superficie y de ella brotó una luz carmesí que manchó el mármol como sangre viva.

Lyra cayó de rodillas. Sabía lo que significaba: el destino había sido empujado, no evitado.

Recordó las palabras de Maelis, la consejera de la Luz: La magia escucha cuando el corazón miente. Lyra apretó los dientes. Había mentido demasiadas veces. Había ocultado su don, su miedo y el secreto que llevaba marcado en el alma.

Las campanas de Lyrien sonaron entonces, graves y urgentes.

Visitantes. Forasteros atravesando las puertas del reino.

Lyra se puso en pie con esfuerzo, ocultó sus manos aún brillantes bajo las mangas y salió al balcón del santuario.

Desde allí vio la caravana avanzar por la avenida principal: caballos oscuros, capas gastadas por el viaje, acero mellado por la guerra.

Y entonces lo vio.

El hombre de la visión.

Llevaba la armadura ennegrecida por el uso y una capa roja que parecía beberse la luz. A su costado, una espada que no ardía… aún.

Kael Ardent levantó la mirada en el mismo instante en que Lyra lo observaba.

El aire se tensó, como si el mundo contuviera el aliento.

No se conocían, pero algo antiguo y peligroso acababa de reconocerlos.

Lyra retrocedió un paso. El cristal, a sus espaldas, dejó escapar un último latido, suave como una despedida.

El ciclo había comenzado.




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